Un empleado de Herodes
Otro cuento para mi amiga enferma
Josué, que era el mayor de una numerosa y hambrienta familia, iba todos los días al mercado para conseguir un trabajo como jornalero. Un día le llegó la suerte, pues un raterillo robó la bolsa a uno de los dignatarios del rey Herodes y saltó rápido tras él consiguiendo recuperar lo perdido. A juzgar por las gracias recibidas, lo robado debía ser valioso y aprovechó la ocasión para pedir ser contratado en la corte del monarca. “De lo que sea”, le pidió al señor
De esta manera consiguió entrar como pinche en las cocinas reales, aunque sus padres pusieron muchas pegas porque sentían un gran desprecio por el rey que era famoso por su crueldad. Pero el hambre rompe barreras y les convenció con el argumento de que era un lugar perfecto ya que al sueldo podía sumar algunas sobras, que en aquella casa siempre eran cuantiosas, y sus hermanos lo agradecerían.
El cocinero le mandaba algunas veces a hacer la compra y no solo volvía con los alimentos pues, como era menudo, se metía por todas partes y procuraba enterarse de las noticias de la ciudad de forma que se convirtió en seguida en el gacetero de la corte. Una de las últimas novedades que trajo era la llegada de unos hombres ilustres que venían de lejos y se alojaban en una posada a la entrada del pueblo. La noticia tenía su importancia pues decían que venían a adorar a un rey con lo que se lo comunicaron de inmediato al propio Herodes que, escamado, pidió ver a aquellos personajes
Josué se coló en la embajada que acudió a invitarles a una audiencia en palacio, una reunión que aceptaron gustosos. Pudo escuchar tras la puerta de lo que hablaban y se enteró que habían coincidido en el camino, aunque venían de distintos lugares, y esperaban encontrarse con una persona que debía ser muy importante ya que una estrella había alterado su rumbo para avisarles de algo que desconocían y estaban anhelantes por descubrir. El rey les pidió que, a su vuelta, le comunicaran lo que habían encontrado y ellos accedieron gustosos
La labor de Josué no acabó ahí, pues le pidieron que siguiera a estos hombres, sin ser visto, para lo que tuvo que coger un burro para poder ir a la misma velocidad que los camellos. Tardaron un par de días en llegar a su destino, un viejo establo desvencijado en el que se alojaba un joven matrimonio con un niño recién nacido. Allí se había parado la estrella emitiendo un gran resplandor y allí se arrodillaron aquellos personajes. La escena era inusual, unos hombres importantes venerando a un bebé al que ofrecieron valiosos regalos como si fuera el rey del mundo
Nuestro joven también se sintió tocado por la imagen de pobreza que tenía ante sus ojos unida a una gran dignidad, por la alegría y paz que emanaba aquel sitio y por unos cantos celestiales que juraba haber escuchado en el ambiente. En toda su vida no había sentido los sentimientos de bondad y fraternidad que ahora inundaban su pecho y que esperaba duraran para siempre
Conocedor de la personalidad de Herodes y a pesar de que ponía en peligro su trabajo en la cocina, por si en efecto aquel niño le suplantaba, advirtió a aquellos hombres sabios de su presencia y les indicó que no volvieran por el mismo camino pues no se fiaba de las intenciones de su jefe. Avisó también a aquel matrimonio aconsejándoles que se fueran a otro lugar donde no fueran reconocidos. Unos y otros le hicieron caso y el demoró su vuelta para darles tiempo a escapar.
A su vuelta le comunicó a Herodes lo que había visto asegurándole que no tenía nada que temer pues se habían detenido en un establo en el que vivía una joven pareja con su niño recién nacido. Eso sí, se ahorró los detalles de la veneración, los cantos celestiales y la paz que despedía el lugar por si despertaban su malévolo interés, pero no sirvió de nada ya que el monarca, temeroso de perder su cargo, mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en toda la región
Aunque nadie se enteró de lo que había hecho Josué y no pudo frenar los crueles asesinatos de muchos niños, se alegró de haber contribuido a salvar al bebé del establo, aunque hasta su muerte no conociera la magnitud de su hazaña