El equinoccio de otoño

Vivimos momentos confusos a todos los niveles: sociológicos, políticos económicos y religiosos. He leído una frase de Gilda Radner que me ha parecido apropiada a estos tiempos:”Me hubiera gustado un final feliz pero he tenido que aprender que algunos poemas no riman y que algunas historias no tienen un comienzo, un centro y un final diáfanos. Y esto es la vida: no saber, tener que cambiar, buscar el momento más adecuado para hacerlo sin conocer el resultado final”.

Los urbanitas vivimos a espaldas del campo pero el 22 de septiembre se celebra el equinoccio de otoño, una fecha en la que la noche y el día se dividen en partes iguales. Pero también es un periodo de grandes cambios pues se recogen las cosechas en las que teníamos puestas todas nuestras esperanzas. Sequía, granizo, trombas de agua, incendios… han dado al traste con muchas de nuestras ilusiones y, como la lechera que dejó caer el cántaro al suelo, debemos empezar de nuevo.

Y es un buen momento para hacerlo porque partimos de un campo yermo que espera ser trabajado para dar fruto. No vale quejarse de situaciones anteriores pues se trata de nuestra subsistencia y tampoco debemos renunciar a la esperanza de un tiempo mejor y más fructífero.

En la vida espiritual también hay fechas que nos invitan a volver a comenzar con ilusión renovada. Si no llueve tenemos que pedir al Hacedor que nos mande su gracia para que no muera nuestro espíritu. Si hemos tenido pocos logros en este periodo no tenemos más que mirar a nuestro entorno y ver a personas que han perdido todo pero siguen confiando en el cielo. Si vamos de pesca y los peces no pican hay que esperar que llegue el momento propicio.

Tengo una amiga que dice que la vida es como una jornada de pesca ya que vivimos en aguas turbias, que nos llenan de cuestiones y no tienen respuestas claras. Nos movemos por la orilla del río esperando tirar la caña a un lugar más poblado sin saber si cogeremos un pez escurridizo que se nos escapará de las manos

A todos nos gustan los días soleados que nos dejan ver el horizonte. Ella creía que la felicidad estaba en andar por buenos caminos, en mantener todo bien iluminado y bajo control. Pero con los años descubrió que la vida llega feliz y triste, llena y a la vez vacía y que hay que aprender a vivir en este ambiente de incertidumbre. Es entonces cuando descubrimos sendas más creativas y vemos la existencia desde nuevos puntos de vista.

De nuevo recojo el símbolo del pez pues vive como nosotros en unas aguas que le llevan, si la corriente es grande, a lugares que desconocía. Como ellos tenemos que encontrar nuestra vida dentro de este mundo misterioso y avanzar junto a nuestras penas y miedos, escuchando a los que caminan a nuestro lado. Debemos aprender a convivir con la hondura de nuestras dudas y a nadar en este entorno con coraje. Hay belleza en el barro, los budistas creen que en ese cieno crece la flor de loto y es en este mar de la vida donde tiro mi caña… y espero a que me llegue la gracia. El equinoccio de otoño nos abre a un nuevo tiempo lleno de posibilidades no dejemos que se nos escapen
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