El lío de los diáconos permanentes

En la última reunión del grupo de los cardenales elegidos con el Papa se ha reflexionado sobre el tema de los diáconos permanentes, un ministerio que cuenta con 18.000 varones en los Estados Unidos. La normativa para acceder y permanecer en el diaconado es farragosa. En primer lugar sólo se autoriza la ordenación a los mayores de 35 años cuando la edad para acceder al presbiterado es mucho menor lo que plantea ciertas preguntas ¿No será que temen una apuesta de los presuntos candidatos al sacerdocio por esta vía que no contempla el celibato y permite el matrimonio?

Resulta, cuando menos curioso, que un diácono permanente cuando enviuda no pueda volver a contraer matrimonio si quiere conservar su ministerio. Éste ha sido el caso, muy comentado en los Estados Unidos, de un hombre que tras 50 años de matrimonio feliz se volvió a casar a los 80 años con una amiga de toda la vida. Desde ese momento se le negaron las funciones como pastor que hacía en la comunidad. El argumento para esa degradación es que prometió en el momento de su ordenación que no volvería a contraer matrimonio en caso de perder a su mujer ¿La ruptura de una promesa hace muchas décadas puede con el trabajo y el prestigio de una persona que ha dedicado muchos años a la Iglesia? ¿Rezamos por vocaciones y echamos a perder las que tenemos? También me sorprende que a los diáconos viudos se les pongan pegas cuando solicitan el acceso al sacerdocio.

Todo esto me lleva a reflexionar sobre la posibilidad de que las mujeres puedan alcanzar el diaconado pues se abren otras cuestiones ¿Se les autorizará a contraer matrimonio? Tengo la impresión de que, en primer lugar, se está pensando en las religiosas pero resultaría flagrante una normativa distinta para varones y mujeres. En caso afirmativo ¿podrán tener hijos? Todos sabemos que la paternidad y la maternidad están vistas de muy diversa forma en nuestra sociedad y en la Iglesia. Todavía recuerdo a un obispo amigo comentar que prefería morir antes que ver a una mujer embarazada en el altar. Aunque los tiempos han cambiado me temo que mucha gente en nuestras comunidades piensa, aunque no lo confiesa, igual.

Se hace camino al andar y las presbíteras protestantes demuestran que se pueden cambiar las reglas y no tiembla la sociedad. Es cierto que esos cambios al principio sorprenden pero que con el tiempo generan una imagen que no desentona y se convierte en muy normal. Pero tengo que reconocer que en nuestra Iglesia Católica ¡Estamos a años luz!
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