Un peligro que tiene el cristianismo
El exdirector, Jean Pierre Denis, del periódico católico francés La Vie ha escrito un libro con un título sugerente “Un catholique s’est echappé” en el que se pregunta por el futuro del catolicismo francés. Sostiene que el mayor peligro que acecha a nuestra religión es el de convertirse en una comunidad centrada en sí misma, con lo que intenta recoger una expresión del Papa. Me parece que las reflexiones que hace el autor en el libro, aunque tienen como referente a Francia, nos sirven también a los españoles que somos sus vecinos
El propósito de esta obra se puede reducir en una sola frase “el evangelio son los otros” pues sin ellos nuestro cine, nos advierte, sería mudo. Recuerda el mandato de Pablo VI: la Iglesia a de convertirse en una conversación, ya que nuestro credo está para ser transmitido y no para permanecer en el espacio, cerrado y cómodo, de nuestros pequeños hábitos cotidianos. Pero el problema va más allá y nos enfrenta a encontrar la manera de hablar en un mundo que ya no tiene nada de católico y no comprende nuestras palabras y nuestros símbolos
Enumera una serie de problemas entre los que se encuentran la autocomplacencia, el desánimo quejumbroso o la secularización silenciosa. Entre sus ofertas sobresale la necesidad de no formar “creyentes profesionales” sino “profesores”, un catolicismo atestiguado por “gente de palabra, gente de cuerpo y gente de obra”. Sus detractores le echan en cara haber publicado en 2010 un libro titulado “Pourquoi le christianisme fait scandal” donde elogiaba a la contracultura, haber defendido un catolicismo retraído e identitario, una postura que consiste en ir sistemáticamente a contracorriente de la evolución de la sociedad. Pero él se defiende con el argumento de que ha sabido evolucionar tras una compresión equivocada de la palabra contracultura que no significa contra - sociedad sino que es una forma de salir al exterior del cristianismo
Hace también una defensa de lo que llama los “valores débiles” que implican una coherencia entre la palabra y la acción y lo hace en una especie de carta a Diogneto en la que defiende algunos como la humildad, la debilidad, la pobreza y la hospitalidad que son valores de encuentro y no de conquista
Se pregunta ¿de qué sirve una iglesia cuyo único objetivo es atender a los fieles que acuden a los templos los domingos y que no representan casi nada? Contempla la actividad eclesial que permanece deliberadamente, incluso obstinadamente, centrada en los miembros practicantes, sobre todo en los más regulares, en el círculo de los convencidos, sin ninguna estrategia de reconquista de las “ovejas perdidas”
Para dar un cambio de rumbo aconseja una revolución copernicana que consiste en pensar en primer lugar en los no practicantes, los irregulares, los desubicados y los que se han ido de puntillas. La batalla está lejos de estar perdida de antemano ya que señala el autor, al final del libro, que “si las parroquias se parecen cada vez más a islas, las principales instituciones católicas siguen en contacto con el público en general, tanto si pensamos en la educación como en el sector caritativo”. Sobre todo, en los lugares de sufrimiento y de cólera por la injusticia, el catolicismo actual es capaz de hacer un signo, una señal, aunque no se vea en las cifras oficiales, los formularios de afiliación o los balances. Me hace ilusión pensar que los cristianos somos un pequeño referente mundial en los sitios donde aparece el dolor, aunque no seamos los únicos