Un perdón ¿imposible?
Está en España un pastor protestante, Michael Lapsley, para promocionar su autobiografía que se titula Reconciliarse con el pasado. Merece la pena hacer promoción de la vida de este hombre de Dios pues su testimonio impacta e invita a seguir su camino.
Nació en Nueva Zelanda en el seno de una familia muy religiosa y terminada la adolescencia comunicó a su padres que tenía vocación misionera y que entraba en una congregación anglicana con ese carisma. Sus superiores le enviaron a Sudáfrica, un país revuelto en el que la supremacía de la raza blanca había instalado el famoso régimen del apartheid. No había misericordia para el que protestara o se saltara esas leyes, siendo el mejor castigo pasar unos años en la cárcel como Nelson Mandela.
El joven misionero quedó muy impactado con esta situación, nueva para él y como cristiano convencido, tomó partido por la mayoría negra, pisoteada por los descendientes de los europeos que colonizaron el país. Que un pastor ejerciera esta opción no dejaba de tener importancia ya que los gobernantes blancos se apoyaban en la Biblia para justificar su opresión. La verdad es que el cristianismo tiene varias páginas negras y entre las más recientes está el régimen sudafricano y el nazi.
La represión era tan fuerte que desaparecieron muchas personas en Ciudad del Cabo sin dejar rastro, y su orden decidió que pusiera tierra por medio y se trasladara a Lesoto pues podía hacer más por la causa, vivo que muerto. El gobierno sudafricano también persiguió allí a sus opositores con lo que tuvo que trasladarse de nuevo y, esta vez, lo hizo a Zimbabue, donde dedicó su vida a denunciar, por el mundo entero, la situación de injusticia y falta de libertad en la que se hallaba inmersa Sudáfrica.
Sus enemigos no se lo perdonaron y en 1990 le mandaron una carta bomba dentro de un sobre en el que aparentemente se encontraba una revista religiosa. Tuvo la suerte de que abrió el documento encima de una mesa baja con lo que la explosión no le mató, aunque le dejó con tremendas secuelas: sin las dos manos y la pérdida de un ojo.
Pero es aquí donde empieza su impactante historia pues al regresar a Sudáfrica se dio cuenta que el régimen del horror había dejado heridas en la mayor parte de la población, tanto entre los perseguidos como entre los perseguidores, y que era necesario escuchar y dar la posibilidad de que todo el mundo pudiera contar su historia. A él le quedaba la lengua y el oído con lo que como dice él mismo: Me convertí de ser un luchador por la libertad a ser un sanador herido, para lo que fundé el Instituto para la Sanación de los Recuerdos. La idea con la que nace esta organización, que hoy está en muchos lugares del mundo, es ayudar a transformar el dolor en fuerza vivificante para lo que es necesario recorrer muchas etapas.
En la presentación de su libro Michael Lapsley nos invitó a no dejarnos atrapar por el pasado, a olvidarnos de nuestros dolores y convertirnos en creadores de futuro de forma a conseguir, entre todos un mundo, mejor. Incluso en atentados tan dolorosos, como los que sufrió su persona, es posible perdonar, una buena lección para todos los que dejamos que los pequeños agravios de la vida nos quiten la paz.
Nació en Nueva Zelanda en el seno de una familia muy religiosa y terminada la adolescencia comunicó a su padres que tenía vocación misionera y que entraba en una congregación anglicana con ese carisma. Sus superiores le enviaron a Sudáfrica, un país revuelto en el que la supremacía de la raza blanca había instalado el famoso régimen del apartheid. No había misericordia para el que protestara o se saltara esas leyes, siendo el mejor castigo pasar unos años en la cárcel como Nelson Mandela.
El joven misionero quedó muy impactado con esta situación, nueva para él y como cristiano convencido, tomó partido por la mayoría negra, pisoteada por los descendientes de los europeos que colonizaron el país. Que un pastor ejerciera esta opción no dejaba de tener importancia ya que los gobernantes blancos se apoyaban en la Biblia para justificar su opresión. La verdad es que el cristianismo tiene varias páginas negras y entre las más recientes está el régimen sudafricano y el nazi.
La represión era tan fuerte que desaparecieron muchas personas en Ciudad del Cabo sin dejar rastro, y su orden decidió que pusiera tierra por medio y se trasladara a Lesoto pues podía hacer más por la causa, vivo que muerto. El gobierno sudafricano también persiguió allí a sus opositores con lo que tuvo que trasladarse de nuevo y, esta vez, lo hizo a Zimbabue, donde dedicó su vida a denunciar, por el mundo entero, la situación de injusticia y falta de libertad en la que se hallaba inmersa Sudáfrica.
Sus enemigos no se lo perdonaron y en 1990 le mandaron una carta bomba dentro de un sobre en el que aparentemente se encontraba una revista religiosa. Tuvo la suerte de que abrió el documento encima de una mesa baja con lo que la explosión no le mató, aunque le dejó con tremendas secuelas: sin las dos manos y la pérdida de un ojo.
Pero es aquí donde empieza su impactante historia pues al regresar a Sudáfrica se dio cuenta que el régimen del horror había dejado heridas en la mayor parte de la población, tanto entre los perseguidos como entre los perseguidores, y que era necesario escuchar y dar la posibilidad de que todo el mundo pudiera contar su historia. A él le quedaba la lengua y el oído con lo que como dice él mismo: Me convertí de ser un luchador por la libertad a ser un sanador herido, para lo que fundé el Instituto para la Sanación de los Recuerdos. La idea con la que nace esta organización, que hoy está en muchos lugares del mundo, es ayudar a transformar el dolor en fuerza vivificante para lo que es necesario recorrer muchas etapas.
En la presentación de su libro Michael Lapsley nos invitó a no dejarnos atrapar por el pasado, a olvidarnos de nuestros dolores y convertirnos en creadores de futuro de forma a conseguir, entre todos un mundo, mejor. Incluso en atentados tan dolorosos, como los que sufrió su persona, es posible perdonar, una buena lección para todos los que dejamos que los pequeños agravios de la vida nos quiten la paz.