Cuando los señoritos preñaban a las criadas
Todos conocemos historias de un pasado bastante reciente en que, cuando el señorito preñaba a la criada, ésta tenía todas las de perder. Perdía el trabajo, el honor y se quedaba en la calle como madre soltera sin recursos, lo que la abocaba a la prostitución. Pero ¿qué sucede cuando el señorito es sacerdote? Con las amas de cura no solía haber problemas porque las dos partes estaban de acuerdo ya que gozaban de beneficios mutuos.
Mucho más serio es cuando el sacerdote abusa de su poder con una feligresa o con una monja que es el caso que traigo a este blog porque Vida Nueva (número 2945 del 13- 19 de junio) alude al problema en su revista. Y me pregunto si lo hace, porque acabado el escándalo de la pedofilia toca ahora terminar con esta impunidad sangrante.
Refresco la memoria a los que no conozcan los hechos y que salieron a la luz tras los informes de varias religiosas, especialmente el de la hermana Maura O’Donohue de las Misioneras Médicas de África en 1994 y sor Mary McDonald de las Misioneras de Nuestra Señora de África en 1998. Estos textos hablan de abusos clericales en 23 países pero especialmente en el continente africano y que fueron mal tratados, una vez más, por los obispos. Uno de ellos alegó que en el contexto de su país “el celibato exige no contraer matrimonio lo que no quiere decir que los sacerdotes no tengan hijos”.
Puestas así las cosas y en un entorno de sida, el útero menos contaminado para el clérigo era el de las religiosas con lo que algún sacerdote pidió a la superiora de turno que le dejara acostarse con sus monjas pues de lo contrario tendría que ir al pueblo donde probablemente se infectaría ¡Hay que tener cara! Y estos señoritos preñaban a sus criadas y algunos las llevaban a abortar a los hospitales católicos pero, si el embarazo seguía su curso, la mujer tenía que abandonar la congregación. Su familia no la aceptaba porque a sus ojos había quedado deshonrada y no le quedaba otra para sobrevivir que hacer la calle mientras que el varón causante sólo era castigado a cambiar de destino o incluso a irse fuera para aumentar sus estudios.
Uno de los argumentos para defender a los sacerdotes fue el que las mujeres, como mayores de edad, eran consentidoras pero ¿es así? ¿Puede una novicia parar los pies al capellán de su comunidad que es la persona con más autoridad de la casa? ¿Puede negarle sus servicios, cuando él se está prestando a confesarla? ¿La hubieran creído? Yo pienso que la presión es brutal y que el consentimiento, si lo hubo, estaba viciado.
Dicen que el cardenal Martínez Somalo, que controlaba en esos años el Dicasterio de la Vida Consagrada, quedó aterrado de lo que estaba leyendo pues eran historias ciertas de una costumbre generalizada entre el clero nativo africano pero que también se daba en otros lugares del planeta. Se impuso cortar por lo sano aplicando a los infractores las medidas más severas previstas en el Derecho Canónico pero ¿se ha conseguido frenar esta infamia? Soy escéptica porque la ley del silencio planea sobre estos conventos femeninos que tienen poco poder y menos recursos para ser escuchadas. Me temo que en muchas partes de nuestra Iglesia, no sólo en África, los señoritos siguen preñando a las criadas.
Mucho más serio es cuando el sacerdote abusa de su poder con una feligresa o con una monja que es el caso que traigo a este blog porque Vida Nueva (número 2945 del 13- 19 de junio) alude al problema en su revista. Y me pregunto si lo hace, porque acabado el escándalo de la pedofilia toca ahora terminar con esta impunidad sangrante.
Refresco la memoria a los que no conozcan los hechos y que salieron a la luz tras los informes de varias religiosas, especialmente el de la hermana Maura O’Donohue de las Misioneras Médicas de África en 1994 y sor Mary McDonald de las Misioneras de Nuestra Señora de África en 1998. Estos textos hablan de abusos clericales en 23 países pero especialmente en el continente africano y que fueron mal tratados, una vez más, por los obispos. Uno de ellos alegó que en el contexto de su país “el celibato exige no contraer matrimonio lo que no quiere decir que los sacerdotes no tengan hijos”.
Puestas así las cosas y en un entorno de sida, el útero menos contaminado para el clérigo era el de las religiosas con lo que algún sacerdote pidió a la superiora de turno que le dejara acostarse con sus monjas pues de lo contrario tendría que ir al pueblo donde probablemente se infectaría ¡Hay que tener cara! Y estos señoritos preñaban a sus criadas y algunos las llevaban a abortar a los hospitales católicos pero, si el embarazo seguía su curso, la mujer tenía que abandonar la congregación. Su familia no la aceptaba porque a sus ojos había quedado deshonrada y no le quedaba otra para sobrevivir que hacer la calle mientras que el varón causante sólo era castigado a cambiar de destino o incluso a irse fuera para aumentar sus estudios.
Uno de los argumentos para defender a los sacerdotes fue el que las mujeres, como mayores de edad, eran consentidoras pero ¿es así? ¿Puede una novicia parar los pies al capellán de su comunidad que es la persona con más autoridad de la casa? ¿Puede negarle sus servicios, cuando él se está prestando a confesarla? ¿La hubieran creído? Yo pienso que la presión es brutal y que el consentimiento, si lo hubo, estaba viciado.
Dicen que el cardenal Martínez Somalo, que controlaba en esos años el Dicasterio de la Vida Consagrada, quedó aterrado de lo que estaba leyendo pues eran historias ciertas de una costumbre generalizada entre el clero nativo africano pero que también se daba en otros lugares del planeta. Se impuso cortar por lo sano aplicando a los infractores las medidas más severas previstas en el Derecho Canónico pero ¿se ha conseguido frenar esta infamia? Soy escéptica porque la ley del silencio planea sobre estos conventos femeninos que tienen poco poder y menos recursos para ser escuchadas. Me temo que en muchas partes de nuestra Iglesia, no sólo en África, los señoritos siguen preñando a las criadas.