La sesión final de Freud
Fuimos con mucha ilusión un grupo de amigos a ver la obra de Mark St. Germain en la sala pequeña del teatro Español. Se trata de una entrevista ficticia de Freud, en Londres huido de su Austria natal desde hace año y medio por miedo a la persecución nazi a los judíos, con un joven medievalista de Oxford, C.S. Lewis que tras luchar en la I Guerra Mundial y un pasado ateo, se ha convertido en un ferviente católico. El encuentro se realiza a petición del primero que se ha visto ridiculizado en uno de los libros del profesor de historia.
La escena se desarrolla en el despacho consulta del psicoanalista que aparte del sofá para los pacientes y los libros, tiene por todas partes diosecillos de distintas religiones, algo curioso para un hombre que se declara ateo. Las sirenas anuncian los primeros bombardeos de Londres, un ruido que se mezcla con el de las toses recurrentes de Freud que tiene un cáncer de boca terminal que acabará con su vida en pocos meses. Un momento ¿sin sentido? más que propicio para hablar de Dios y del futuro, para reflexionar sobre nuestras convicciones y deseos.
Para llevar a cabo esa conversación los personajes que ha buscado el autor no pueden ser más distintos. Son dos personas históricas, por un lado, el joven Lewis lleno del entusiasmo del converso y por otro, el viejo hombre de ciencia que no cree en nada, todo aderezado con el viejo humor inglés que quita carga dramática a la profunda seriedad de los argumentos que se exponen. Juventud versus vejez, ateísmo versus religión.
En el fondo el tema principal de la obra es la figura de Dios. Ninguno trata de convencer al otro, algo que sabe imposible, aunque ofrece sus argumentos a favor o en contra: fantasía infantil para Freud, elemento esencial de la vida para Lewis. Los dos están tan convencidos que las espadas siguen en alto cuando se baja el telón y se oye la voz del rey Jorge VI con una arenga al pueblo inglés en la que anuncia que, con la ayuda de Dios, vencerán a los nazis.
¿Y los espectadores cómo reaccionan? Ninguno cambiará sus creencias pero tengo que reconocer que el personaje de Freud, representado por Helio Pedregal, ganó por oleada al joven Lewis. Es mejor actor, tiene más tablas y su guión era más brillante. La única concesión es que al final se ve al doctor escuchando música, algo que se negaba a hacer porque huía de los sentimientos, ese lugar donde Lewis encontraba a Dios ¿Lo encontró Freud en esa música postrera? Otra maravillosa lección de la obra es que los contendientes dialogan sin ofenderse y se escuchan atentamente… lo mismo que sucede en la tertulias televisivas españolas.
La escena se desarrolla en el despacho consulta del psicoanalista que aparte del sofá para los pacientes y los libros, tiene por todas partes diosecillos de distintas religiones, algo curioso para un hombre que se declara ateo. Las sirenas anuncian los primeros bombardeos de Londres, un ruido que se mezcla con el de las toses recurrentes de Freud que tiene un cáncer de boca terminal que acabará con su vida en pocos meses. Un momento ¿sin sentido? más que propicio para hablar de Dios y del futuro, para reflexionar sobre nuestras convicciones y deseos.
Para llevar a cabo esa conversación los personajes que ha buscado el autor no pueden ser más distintos. Son dos personas históricas, por un lado, el joven Lewis lleno del entusiasmo del converso y por otro, el viejo hombre de ciencia que no cree en nada, todo aderezado con el viejo humor inglés que quita carga dramática a la profunda seriedad de los argumentos que se exponen. Juventud versus vejez, ateísmo versus religión.
En el fondo el tema principal de la obra es la figura de Dios. Ninguno trata de convencer al otro, algo que sabe imposible, aunque ofrece sus argumentos a favor o en contra: fantasía infantil para Freud, elemento esencial de la vida para Lewis. Los dos están tan convencidos que las espadas siguen en alto cuando se baja el telón y se oye la voz del rey Jorge VI con una arenga al pueblo inglés en la que anuncia que, con la ayuda de Dios, vencerán a los nazis.
¿Y los espectadores cómo reaccionan? Ninguno cambiará sus creencias pero tengo que reconocer que el personaje de Freud, representado por Helio Pedregal, ganó por oleada al joven Lewis. Es mejor actor, tiene más tablas y su guión era más brillante. La única concesión es que al final se ve al doctor escuchando música, algo que se negaba a hacer porque huía de los sentimientos, ese lugar donde Lewis encontraba a Dios ¿Lo encontró Freud en esa música postrera? Otra maravillosa lección de la obra es que los contendientes dialogan sin ofenderse y se escuchan atentamente… lo mismo que sucede en la tertulias televisivas españolas.