Cuando todavía era de noche

Dicen los evangelios que María Magdalena acudió al sepulcro cuando todavía era de noche, una frase que habla de falta de luz, tanto física como espiritual. Esas palabras me han recordado unos whatsapp que circulan por la red con unos dibujos que representan a Jesucristo impedido a salir de su tumba por unos soldados romanos o policías locales que le prohibían se saltara el confinamiento. Estas pequeñas bromas me han dado también que pensar pues, para muchos ciudadanos del mundo entero, todavía es de noche ya que sienten miedo a la pandemia que está acabando con la vida de muchas personas de su entorno, tanto mayores como jóvenes, y les asusta el futuro sin trabajo. Para todas ellas, no ha habido resurrección ya que siguen crucificadas en el Gólgota

            Si Jesucristo ha resucitado para reunirse con su Padre, creo que tendríamos que expresar mejor lo que significa que Dios está en los cielos, un “espacio” al que ha accedido Jesucristo desde el domingo de Pascua. Ese lugar tradicionalmente alejado de la tierra, donde colocamos a Dios en el padrenuestro, es equívoco pues muchos piensan que es un sitio apartado del dolor y no es así. Dios no se ha desentendido nunca de su creación, es más, está situado en el centro de cada criatura con la que comparte sus avatares, tan profundamente escondido que a muchos nos dificulta encontrarle, aunque tenemos la certeza que está a nuestro lado sufriendo la pandemia del Covid y muchos otros sufrimientos de nuestra vida. Es este lugar al que Jesucristo ha accedido tras su resurrección 

            También es engañosa la afirmación de que Dios es omnipotente y la petición del Padrenuestro “hágase tu voluntad”, pues juntas pueden interpretarse que Dios puede y no interviene porque no quiere, una frase que nos han echado en cara muchas veces los que no piensan como nosotros. La expresión popular “qué habré hecho yo para que Dios me mande este castigo”, no ha muerto, sigue viva y coleando. Los lectores cultos de este post se reirán pensando que estas afirmaciones ya no las hace nadie, pero no han escuchado homilías recientes de sacerdotes bienintencionados que hablan del poder de Dios enfrentado con el diablo, del pecado del hombre castigado con la pandemia y otras manifestaciones en este orden.

            Dios ha escogido hacerse hombre en una encarnación que no era un disfraz sino una realidad que llevaba implícita el sufrimiento, el dolor y la humillación hasta el final, como se pudo ver en la crucifixión de su hijo. El padre de Jesucristo se quitó los ropajes de la omnipotencia para compartir la vida con sus seres creados. No hace los milagros que entendemos tradicionalmente por milagros: inspira a los científicos para encontrar fármacos y vacunas que faciliten la desaparición del Covid, saca lo mejor de los hombres para que actúen de samaritanos, da fuerza y ayuda a los que se sienten desamparados… en suma, se hace presente en nuestras vidas cuando más lo necesitamos

            Tenemos el deber de pregonar por pueblos y ciudades esta visión de Dios, pues la anterior no sirve para nuestro mundo, y ha sido responsable de muchas guerras, muchos ateos y mucha indiferencia. Al fin y al cabo, la omnipotencia de Dios se puede entender como una lucha de patio de colegio, “mi papá es más fuerte que el tuyo” que no encaja con el lavatorio de los pies que hizo Jesucristo a sus apóstoles, ni con la entrega de su vida hasta la muerte. Con esta visión de Dios y la resurrección se nos encendería una vela, no en el alto de una estrella sino en el centro de nosotros mismos, donde Jesucristo se ha voluntariamente confinado para darnos esa luz necesaria con la que alumbrar las noches de nuestra vida

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