Es la primera ocasión en que un Pontífice celebra el sacramento de la confesión en una JMJ El Papa confiesa en el Parque del Retiro a cuatro jóvenes católicos
(José Manuel Vidal).- Fue uno de los sacramentos más recomendados por la Iglesia católica. Tanto que su segundo mandamiento obliga a los creyentes a "confesar los pecados mortales al menos una vez al año". Un sacramento que ofrecía el alivio del perdón de Dios y, además, ayudaba a los clérigos a dirigir o controlar las conciencias de la gente. Pero hace décadas que está de capa caída, clínicamente muerto. Hay alerta roja en la Iglesia católica ante la situación del sacramento de la penitencia. El 80% de los católicos españoles ha dejado de confesarse. Los confesionarios se quedan desiertos mientras se pueblan las consultas de psicólogos, psiquiatras y todo tipo de consejeros espirituales.
Hace ya tiempo, el Papa Ratzinger advertía a los curas desde Roma: "No os resignéis jamás a ver vacíos los confesionarios". Y para predicar con el ejemplo, Benedicto XVI ha confesado a cuatro jóvenes en el parque del Retiro, convertido, con ocasión de la JMJ, en una maratón de confesiones. Con una escenografía atractiva, blanca y alegre y hasta un cambio de lenguaje.
Ya no se llama confesión ni siquiera penitencia, sino 'Fiesta del perdón'. Y se ha celebrado desde el día 16 hasta hoy en el Paseo de Coches del Retiro de Madrid, donde ya se han habilitado los 200 confesionarios relucientes en forma de velas y de barcas blancas, obra del ebanista abulense Emilio Úbeda. Estaba previsto que por los confesionarios pasaran unos 4.000 curas que confesaran ininterrumpidamente desde las 10 de la mañana a las doce de la noche a unos 15.000 peregrinos de 196 países y 56 idiomas diferentes.
En El Retiro se volverá a oír el:
- Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
Es la remake de un sacramento que reciben los convencidos, pero al que ya no se acercan ni los católicos practicantes. Un sacramento cuya rápida desaparición trata de camuflar la Iglesia con eventos masivos como el del Retiro y 'cocinando' sus propias estadísticas.
La Conferencia Episcopal proporciona cada dos años estadísticas detalladas de la práctica sacramental en España. Con cifras de todos los sacramentos, menos del de la penitencia. Dicen que por la dificultad de medir un sacramento tan individual. Pero hay quien cree que a la propia Iglesia le avergüenza constatar numéricamente la cuasi desaparición de la confesión. El caso es que las escasas encuestas que hay al respecto son obra de algunos medios de comunicación de instituciones religiosas que prefieren no esconder la cabeza debajo del ala.
Hace ya más de una década, la revista de los religiosos claretianos, Misión Abierta, realizó un sondeo entre los católicos. Con resultados demoledores: sólo se confesaba una vez al mes el 23% de los cristianos practicantes adultos y el 15% de los jóvenes. Era el año 1989 y los obispos españoles, en una Instrucción pastoral acerca del sacramento de la penitencia, ya advertían: "Hemos de ser realistas y no ocultar una crisis real por grave que ésta sea". Y reconocían que "en muchas parroquias sólo una minoría de fieles celebra la penitencia con cierta frecuencia y bastantes jóvenes no la han celebrado casi nunca y prácticamente la ignoran o no la echan en falta".
A peor
Desde entonces, la situación ha cambiado, pero a peor. Sólo el 15% de los católicos adultos se confiesa al menos una vez al mes. Entre los jóvenes, el porcentaje no llega ni al 5%. Y eso, entre los católicos convencidos. Entre los no practicantes, el 80% no se confiesa nunca. Hasta el Penitenciario Apostólico de la Santa Sede, Gianfranco Girotti, una especie de confesor mayor de la Iglesia, reconocía recientemente que el 50% de los católicos no considera necesario confesarse. Y se quedó corto. "La gente acude a comulgar sin confesarse", se quejan los curas. "Y los que se confiesan parece que no tienen de qué acusarse. No hay conciencia de pecado", advierten los obispos.
Los 10 mandamientos siguen en pie, pero la mayoría de los católicos se saltan unos cuantos sin conciencia de culpa. Para muchos, incluso los otrora famosos siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza) ya no son vicios, sino, en ocasiones, 'virtudes'. O, si acaso, pecadillos veniales de poca monta. Se van los pecados clásicos y llegan otros nuevos: el genocidio, el terrorismo, el tráfico de armas o de drogas, la corrupción, la especulación, la evasión fiscal o los atentados contra el medio ambiente.
Lo que poca gente sabe es que también hay pecados que, aunque se confiesen, no los puede perdonar un simple cura. Ni siquiera un obispo. Están reservados al mismísimo Papa. Son cinco: robar hostias consagradas para ritos satánicos; violar el secreto de la confesión; la pederastia; abortar o colaborar en el aborto, y agredir u ofender al Papa. Pecados excepcionales que los católicos cometen a menudo, porque la Penitenciaría Apostólica, el organismo vaticano encargado de examinarlos, dice que no da abasto. De hecho, durante esta Jornada de la Juventud, el arzobispo de de Madrid, solicitó al Papa autorización para que los curas que confiesan durante estos días en Madrid tengan potestad para perdonar el pecado del aborto, con la intención de facilitar a los jóvenes alcanzar "los frutos de la gracia divina, que les abra las puertas de una vida nueva".
Y es que, como suele decir el cardenal Rouco, "en Madrid se peca masivamente". Pero tanto en Madrid como en el resto de España se confiesa poco. Las causas de esta alergia al confesionario son de lo más variado. Algunos católicos creen que el pecado es algo superado, una expresión de culturas premodernas y poco avanzadas. Otros lo consideran un tabú inventado por las iglesias para seguir dominando las conciencias de la gente.
Incluso los católicos más comprometidos tienden a confesarse de los pecados sociales -"los que hacen daño a los demás"-, pero no de los personales. "Surge una tipología de creyente, cada vez más abundante y difícil de cambiar, que no ve pecado en casi nada, salvo en lo estructural y, en consecuencia, no siente necesidad alguna de confesarse", admiten los obispos.
La culpa de algunos curas
Muchos católicos huyeron de los confesionarios por culpa de los propios curas, que enfatizaban el temor y el castigo de Dios, veían pecado en todo y generaban culpabilización morbosa. Y eso que, desde el Concilio, se hicieron muchos cambios en la administración del sacramento y en la actitud de los confesores. Los curas dejaron de preguntar aquello de "¿cuántas veces y con quién?". Hasta el tradicional y, en muchos casos, tétrico confesionario fue sustituido por otro tipo de habitáculo más cómodo. En ocasiones se han habilitado pequeñas salas donde tener una conversación tranquila.
Porque no siempre fue obligatorio confesarse de rodillas y en el confesionario. La confesión individual y auricular se introdujo en el siglo XII y sólo se concretó minuciosamente en el Concilio de Trento, en el siglo XVI. De hecho, los obispos españoles reunidos en el Concilio III de Toledo en el año 589 condenaron como "atrevimiento execrable" la confesión privada. Y la confesión frecuente sólo se generalizó en el siglo XX.
Durante los años 70 y 80, otra vía de escape del confesionario fue la celebración comunitaria de la penitencia. Hoy, incluso eso se ha perdido. Entre otras cosas, porque la jerarquía ha prohibido casi por completo esa fórmula. Y eso que los curas saben que el abandono de la confesión es el primer paso para dejar la práctica religiosa. También ha cambiado mucho el rol del confesor, que ha dejado de ser un inquisidor-juez, para convertirse en un paño de lágrimas. Incluso a la hora de preguntar, Roma les aconseja que lo hagan "con tacto y con respeto a la intimidad". Y les pide que no impongan "excesivas penitencias".
Porque la confesión siempre mantuvo una 'dimensión terapéutica'. Muchas veces, el confesor es el psicólogo de la gente más sencilla y más pobre. Entre los pudientes, vuelve a hacerse común la concepción del pecado como una enfermedad y una incapacidad para relacionarse con uno mismo, con los demás y con Dios. De ahí que interpreten el arrepentimiento como medicina y la confesión como curación. Es lo que los expertos llaman 'teología terapéutica'. El regreso a la atención personalizada y la dirección espiritual.
¿Volverá por sus fueros la confesión? No lo tiene fácil. A diferencia de algunos otros sacramentos, como la primera comunión, el bautismo o el matrimonio, la confesión no es un rito social y, por lo tanto, no se mantiene al socaire de las presiones sociales y comerciales. Además, los curas también escapan del confesionario, al que algunos llaman 'quiosco'. La deserción de los fieles viene precedida, a veces, de la de los propios curas.
No es fácil ser un buen confesor. Exige disciplina, paciencia y una profunda vida espiritual. Y pasar, como dice el teólogo jesuita, Juan Masiá, "del confesionario al pacificatorio". Es decir, "recuperar la riqueza pacificadora y terapéutica del confiteor, porque sólo así, la muerte del confesionario prefigurará la resurrección de la confesión".