Impermeables a la Palabra de Dios


Domingo 30 ordinario, ciclo A
Mt 22,34-40


A la pregunta sobre cuál es el mandamiento principal, Jesús contestará con dos textos de las Escrituras, uno del libro del Deuteronomio que recoge la oración del «Shemá» que todo israelita recitaba dos veces al día, por la mañana y al anochecer, donde se recuerda el amor que se debe a Dios, un amor que implica toda la existencia. Pero, junto a esta cita, recoge otra del Levítico que exige el amor al prójimo. Y finaliza la respuesta con una afirmación curiosa: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas» En el lenguaje semita es lo mismo que declarar que lo que da sentido a la Escritura, a la Palabra de Dios es precisamente este doble mandato del amor a Dios y a todos los seres humanos.

Es un evangelio que hemos oído y leído muchas veces. Es una enseñanza que por repetida no siempre «cala» en nuestra existencia, somos «impermeables» a la Palabra de Dios, no entra dentro de nosotros. Pero la verdad es que la enseñanza de Jesús es clara. El Dios de Jesús es un Dios de misericordia, de amor entrañable, compasivo (nos lo recuerda el fragmento del Éxodo de la primera lectura), no soporta las injusticias y escucha siempre el clamor del oprimido. El amor a Dios y al prójimo debe traducirse en hechos concretos. Significa una apuesta por la voluntad de Dios, por el bien de los seres humanos, por la justicia, por los más débiles y necesitados. Si no la Palabra de Dios no pasará de unas ideas bonitas, pero sin fuerza para que las cosas cambien, según el plan amoroso de Dios.

Javier Velasco-Arias
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