Mujer y hombre, iguales
Pablo escribe una de las páginas más bellas de la Biblia sobre el matrimonio. Los vv. 3-4 son de una gran belleza: proclaman la relación de igualdad entre el hombre y la mujer en el matrimonio. En los dos versículos se utiliza el adverbio griego omoios (lo mismo, de igual manera, igualmente) para comentar cómo han de ser las relaciones entre los cónyuges, relaciones basadas en la igualdad. Cada cuerpo se hace don del otro y cada uno se convierte en posesión del otro a través de ese don, creando una «deuda» el uno para el otro.
Ni el hombre ni la mujer pueden considerar suyo su cuerpo, es del otro. Más aún, la expresión griega soma (cuerpo), siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, indica la persona entera; es la persona entera la que está a la disposición del otro. Que lejos se encuentra esta declaración, sobre la mutua entrega en el matrimonio, de la mentalidad rabínica o esenia sobre la procreación como exclusiva razón para el matrimonio. Recuerda el texto yahvista del Génesis sobre el matrimonio; la exclamación de Adán al ver por primera vez a Eva: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2,23-24). En este texto hay una afirmación de igualdad entre el hombre y la mujer. Pero Pablo, en la misma línea, va más allá: subraya la igualdad radical del hombre y de la mujer ante el matrimonio, ante las relaciones sexuales, ante el derecho al cuerpo, a la persona íntegra, del otro. La sexualidad en el matrimonio es plena y recíproca disponibilidad de un cónyuge para el otro.
Javier Velasco-Arias