50 años de la Sacrosanctum Concilium y la Biblia
La reforma litúrgica tuvo su fundamento y guía en este documento conciliar. Es uno de los frutos más claros del Vaticano II la revisión y puesta al día de la liturgia de la Iglesia, gracias a la Sacrosanctum Concilium. Junto al uso de las lenguas vernáculas en la liturgia latina, el hito más importante consistió en la adecuación de las lecturas bíblicas que se hacen en la Eucaristía, así como en el resto de sacramentos y actos litúrgicos.
No sólo significó el que el Pueblo de Dios pudiese escuchar la Palabra de Dios en su lengua materna (que es un logro importantísimo e irrenunciable), sino, al mismo tiempo, el que en las eucaristías se hiciese una lectura semicontinuida de los evangelios y de otros textos bíblicos.
«En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada» (n. 35.1), exhortaba el documento conciliar. Esto se ha traducido en un mayor conocimiento de la Biblia por parte de los fieles, que pueden disfrutar de los textos evangélicos, de las cartas apostólicas y de muchos textos del Antiguo Testamento en la Liturgia.
«A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura» (n. 51). Hay una exhortación a que, en la reforma litúrgica, se tenga en cuenta la necesidad de conocer y meditar, por parte de todos, el gran tesoro de la Palabra de Dios, contenido en la Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
En la misma línea se encarece a los predicadores a que sean los textos sagrados de la Escritura los que ilustren la homilía, en los diversos actos litúrgicos, incluida la Eucaristía: «Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (n. 52)
Y es que la Palabra de Dios ha de ser familiar a todo el Pueblo de Dios: «Ordénense las lecturas de la Sagrada Escritura de modo que los tesoros de la palabra divina sean accesibles, con mayor facilidad y plenitud» (n. 92.a). La liturgia se ha de convertir en el «trampolín», a través del cual los fieles se han de «zambullir» plenamente en la Palabra de Dios.
Fue la Sacrosanctum Concilium la primera que declaró la «sacramentalidad» de la Palabra de Dios: «(Cristo) está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla» (n. 7). La Palabra de Dios proclamada ante la asamblea creyente se convierte en presencia del mismo Jesucristo. Por esta razón, en la celebración eucarística no se puede separar o priorizar ninguna de las dos partes principales: «Las dos partes de que costa la Misa, a saber: la Liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la misa, sobre todo los domingos y fiestas de precepto» (n. 56).
El camino por recorrer aún es largo, para que el pueblo fiel conozca, se enamore, medite, ore, estudie… la Palabra de Dios; el paso dado por el documento conciliar Sacrosanctum Concilium, del que ahora celebramos su cincuenta aniversario, es de gigante. Nada más nos queda avanzar en la misma dirección.
Javier Velasco-Arias