Que Don Julián Barrio no es Dios Nuestro Señor.
Yo le catalogaría entre esos obispos, tantos, que parecen tener como mayor aspiración pasar desapercibidos por el episcopado, cosa que algunos verdaderamente consiguen. Pero Don Julián tiene algunos fans que deben pensar que todo lo que no sea incensario hacia su persona es peor que escupir a Dios. Y en eso exageran.
Apenas he hablado en este Blog de su persona. Creo, tal vez me olvide de alguna otra ocasión, que lo he hecho con tres motivos. Una vez por una circular volcándose con el uso del gallego en la Iglesia. Que me pareció excesiva con todo lo que está ocurriendo. Sigo pensando que desde el arzobispado no se debe actuar ni en favor ni en contra del gallego o del castellano. Que al fin y al cabo no es misión de la Iglesia apoyar a una lengua o a otra. En mi opinión, y en estos momentos, creo que lo mejor es dejar las cosas como están y no hacer méritos para que te alaben o critiquen por galleguista. Y más, en el caso, no siéndolo. En Galicia se celebran misas en castellano, en gallego, en ambas lenguas, y de modo pacífico. ¿Para qué crear más problemas? Eso era lo que pensaba y lo que pienso. No creo que sea tan grave el decirlo.
Luego vino lo de Torres Queiruga. No puedo asegurarlo pero tal vez fuera Don Julián quien lo separó de la docencia eclesial. No existe la menor duda de que el arzobispo compostelano comparta las tesis más arriscadas del teólogo gallego. Pero resulta extraño que una publicación diocesana, estando el caso al parecer sub iudice, se vuelque en alabanzas del discutido teólogo. Tampoco creo que decirlo sea atentar contra el arzobispo. Que tal vez hasta se enterara de esa página por mi extrañeza.
Por último están las Romaxes. Asunto que ciertamente viene de antiguo pero que parece un toro que nadie quiere coger por los cuernos. Y ciertamente tampoco Don Julián. Yo no soy un rubricista empedernido. Me trago, con más o menos gusto, muchas cosas. Pero eso parece muy grave. Porque no pocos piensan que se profana el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y ante esa opinión, bastante generalizada, el arzobispo, o el obispo en cuya diócesis se celebra la Romaxe, debería hacer algo. Que no sea el Don Tancredo. Y ese algo creo que sólo pueden ser dos cosas. Si se ha asegurado de que no hay profanación alguna y que la misa, más o menos, es tolerable, publicar una nota asegurándonos de que podemos estar tranquilos de que allí no se cometen sacrilegios ni profanaciones. Que está cierto de ello y que por lo mismo lo consiente. Y si no fuera así pues debería prohibirla y no permitir que sacerdotes de su presbiterio se mezclaran en eso. Creo que es una manifestación por mi parte nada extremista y que no agrede para nada al arzobispo.
Don Julián es un personaje público, con responsabilidades públicas y por ello sujeto a la alabanza o a la crítica. El amor desaforado suele caer en el ridículo y la crítica basada en falsedades es muy fácil de desmontar. Yo no me meto en los amores a Don Julián. Me parece muy bien que haya algunos que le amen tanto. Y el amor dicen que es ciego. Pero tiene también ese amor que comprender que puede haber otras personas que mirando al arzobispo no se sientan en el séptimo cielo y aventuren alguna crítica hacia quien como todos los demás mortales, salvo Cristo y la Santísima Virgen María, algún defectillo pueden tener. Pues no es impecable, ni infalible, ni inefable.
Cuando yo le pierdo el respeto a alguien se me nota muchísimo. Y no es el caso con Don Julián. Pero no me pidáis que sea ciego, mudo y sordo porque no lo voy a ser.