Encona cuanto toca.

Sus medidas no sirven para nada positivo pero abren heridas inexistentes o reabren las ya cicatrizadas. Y en no pocas de ellas alienta un odio a Cristo y a su Iglesia que no es fácil entender y que alienta sospechas fundadas.

Tiene una extraña capacidad para suscitar enfrentamientos que o no existían o que de existir no eran graves. Él los encona todos. Ahora, a las mil batallas inútiles y artificiales ha añadido la de los crucifijos. Que deben desaparecer de los espacios públicos. Medida realmente exigida por la inmensa mayoría de los españoles. A muchísimos les parecían bien. Y a otros muchos no les molestaban. Pues fuera. Para satisfacer prácticamente a nadie. Tres o cuatro resentidos con graves lagunas psicológicas.

Pienso que habrá muchos socialistas que sienten al crucifijo como algo importante en su vida. Unos los llevarán en su pecho, otros lo acompañarán por las calles de su pueblo, los habrá que lo coloquen en la esquela de la muerte de un ser querido o en su tumba en el cementerio. Los hay que se santiguan, los que respetan aunque no la compartan la devoción de sus madres, los que se lo ponen al hijo sobre el traje de la primera comunión aunque ya sabemos que en no pocas ocasiones es la primera y la última.

Deben ser escasos los colegios públicos que conserven un crucifijo o una imagen de la Virgen. Sin que molesten a nadie. Estos días se han hecho encuestas sobre el tema en distintos medios y la respuesta ha sido muy mayoritariamente favorable a que no se retiren. Pero es igual. Todos fuera. Yo soy poco crédulo ante las posesiones diabólicas. Pero un caso así ya me hace dudar. No se entiende tanto empeño en meter el dedo en el ojo a los católicos. Permanentemente. Por quien en teoría debería ser el presidente de todos. Y que va a pasar a la historoa como Rodríguez Zapatero el encizañador.
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