Libros XII: Monseñor Guerra Campos.

Aunque en el libro no figura fecha de edición, creemos que acaba de aparecer la que es la primera
biografía de quien terminó sus días como obispo emérito de Cuenca, don José Guerra Campos. Editada por
el Obispado, es preciso reconocer a don Ramón del Hoyo, digno sucesor de monseñor Guerra, que no se
dejó llevar de cómodas "prudencias" y editó y prologó con sentidas palabras el trabajo de un
sacerdote diocesano, ordenado por su antecesor en 1991.
El libro está escrito desde el respeto y la proximidad. Y también desde la admiración, aunque
la "prudencia" la atenúe en ocasiones. Está dividido en tres partes que estudian su vida como sacerdote, como obispo auxiliar de Madrid y como titular de la diócesis conquense y contiene, además un apéndice documental con diversos textos de monseñor Guerra Campos, todos ellos de extraordinario interés.
Sus fuentes, aparte los escritos del obispo, utilizados ampliamente, son una serie de entrevistas personales con familiares y amigos del biografiado, las revistas Vida Nueva y Ecclesia y algunos autores sobradamente conocidos como Cárcel Ortí. Con ello elabora un trabajo interesante que nos aproxima a esa importante y polémica figura eclesial que ha sido el anterior obispo de Cuenca.
Su infancia y juventud son sin duda lo menos interesante del libro y las páginas que la narran se nutren sobre todo de testimonios familiares y de algunas confesiones autobiográficas del prelado. Su participación en la guerra, en el bando nacional, era un joven seminarista de 18 años cuando fue movilizado, está suficientemente explicada. Las consideraciones históricas, muy elementales. Tras sus años de seminario y su estancia en Roma y Salamanca, tenemos ya al joven sacerdote ejerciendo su ministerio en Santiago donde enseguida destacó por sus brillantísimas dotes intelectuales. El estudio que Fernández Ferrero hace de esa época se nos antoja insuficiente. En la entrevista que hizo a don Jesús Precedo, amigo y contemporáneo de don José debió lograr mucha más información pues era la persona más indicada para darla. Caso de haberla obtenido no la ha reflejado en el texto. Pero de lo expuesto hay motivo suficiente para pensar que don José Guerra Campos, para algunos el representante apodíctico del integrismo español, el obispo franquista por antonomasia, fue un joven sacerdote progresista. Y relativamente avanzado. El testimonio de Barreiro Fernández exsacerdote y exalumno de monseñor Guerra, es bastante significativo: en sus clases de Historia de la Filosofía, "iniciaba su exposición con los presocráticos y dedicaba a Platón dos largos meses; luego, marginando a Aristóteles y a los escolásticos a quienes no dedicaba ni una hora, pasaba a estudiar a los nominalistas, a Descartes, para terminar con Kant. A éste le dedicaba tres meses y terminaba". Cuando Barreiro escribió estas líneas (1997) estaba muy alejado del pensamiento del último Guerra Campos al que tanto había admirado en su juventud. Pero, de ser ciertas sus palabras, y nada hace pensar que no lo fueran pues fueron publicadas en Santiago donde tantos recordaban al brillante profesor, nos parecen bastante significativas.
Su artículo sobre Teilhard de Chardin en Compostellanum (1957), que no hemos leído, sospechamos que no era crítico. Todo ello hizo que el cardenal Quiroga Palacios, siempre según el testimonio citado de Barreiro, se preocupara por las ideas del joven y brillante sacerdote y encomendara a otro profesor del Seminario que revisase los artículos de Guerra Campos antes de que aparecieran en Compostellanum. Y también, en esa línea, hay que situar su participación en las Conversaciones de Gredos, a las que fue invitado en 1958, 1959 y 1966.
Echamos de menos en el libro que comentamos un análisis más extenso de este "progresismo" de monseñor Guerra que apenas queda esbozado. Tal vez por ello, además de por sus destacadas dotes intelectuales fue el sacerdote, y después el canónigo, de moda en los ambientes universitarios y eclesiales de Santiago.
No era de extrañar que tan brillante eclesiástico, que además había tenido una muy destacada intervención en el Concilio como perito y asesor del episcopado español, fuera destinado al episcopado que le llegó en 1964, como auxiliar del arzobispo de Madrid, don Casimiro Morcillo. E inmediatamente fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal y Consiliario General de la Acción Católica. Era ahora el obispo de moda. Y enseguida, el cambio radical de monseñor Guerra: la crisis de la Acción Católica y los Movimientos de Apostolado Seglar. También en esto se nos antoja insuficiente el texto. Fue un hecho gravísimo en nuestra Iglesia que Fernández Ferrero despacha en escasas páginas y poco comprometidas, aunque intenta salvar la actuación del obispo. A nosotros no nos cabe la menor duda de que la crisis, gravísima, existía y que monseñor Guerra no hizo más que impedir que el temporalismo que se había adueñado de no pocos dirigentes contaminara a toda la Iglesia. Creemos que fue un enorme servicio el que entonces prestó y muchos no se lo perdonaron nunca. Pero nos gustarían más explicaciones al respecto. Lo mismo que sobre su posición respecto a la Asamblea Conjunta, en la que tuvo también protagonismo importantísimo.
Su distanciamiento de la Conferencia Episcopal, sus relaciones con Tarancón, en las que el cardenal dio muestras más de una vez de su acreditada incontinencia verbal con expresiones indignas sobre un hermano en el episcopado, merecerían también más extensión.
Por fin, su llegada a Cuenca. Y el relato, muy positivo, de su labor pastoral. Sin que falten referencias a
agresiones que no le faltaron al obispo, como la de Martín Descalzo en 1973 o las sobrevenidas tras el respaldo de monseñor Guerra y otros siete obispos al cardenal primado, don Marcelo González Martín, por sus críticas a la Constitución o por algunos escritos del obispo particularmente críticos con algunas decisiones políticas, sobre todo la Ley del aborto.
La renuncia del obispo y su posterior aceptación son tratadas, de nuevo, prudentemente. "Quizá el modo de relevarlo de su cargo careció en algunos momentos de la suficiente delicadeza". Sí. No de la suficiente, de una elemental delicadeza, don Francisco Alvarez Martínez.
Libro positivo, con carencias, que sin duda contribuirá a que trabajos posteriores terminen dejándonos la biografía completa de esta gran figura de la Iglesia hispana que don José Guerra Campos se merece.