¡Qué inmenso error!
La falta de entendimiento entre el anterior obispo y Don José Luis Mendoza produjo un extraño e insólito fenómeno de unidad diocesana alrededor del pastor. Se mezclaron muchas causas que terminaron configurando al héroe y al canalla. Y todo lo favorable recaía sobre el obispo y lo contrario sobre el omnipotente señor de la UCAM.
Por los motivos que sean, no voy a entrar en ellos, la persona que creó una universidad en Murcia y que, por ello, debería ser muy popular, era el malo de la película. Envidias posibles, poca habilidad en Mendoza en rentabilizar en su favor lo que había hecho por Murcia, seguramente defectos de su carácter: prepotencia, despotismo, culto a la personalidad, compra de voluntades eclesiásticas con dádivas que terminaron conociéndose, fueron configurando ante la opinión al David y al Goliat. Y en estos casos la simpatía suele acompañar al débil.
El obispo no pretendía otra cosa que la UCAM no fuera a comprometer el futuro de la diócesis en el caso de que fracasara económicamente. Cosa que era posible. Y la inmensa mayoría de su presbiterio compartía la preocupación episcopal. Cerrando filas alrededor de su obispo En un fenómeno de unidad del prelado con sus sacerdotes como posiblemente no se daba en ninguna otra diócesis de España. Posibles diferencias anteriores se desvanecieron y el respaldo al prelado era prácticamente unánime. Los escasísimos contrarios enseguida fueron caracterizados como los vendidos a Mendoza. Que siendo buen pagador, como se encargó de airear la prensa, apenas consiguió hacerse con poquísimos sacerdotes murcianos.
Tenemos pues a David frente a Goliat. Pero el desenlace no fue el conocido por el relato bíblico. No una sino varias piedras, procedentes de hondas de difícil calificación, al servicio de Goliat, derribaron por tierra a David. ¿Hondas mercenarias? ¿Cobardes? ¿Ocultas? ¿Traidoras? ¿Contrarias a la Iglesia aun siendo de la Iglesia? Todo eso se dijo y vayan ustedes a saber con que grado de razón. El obispo abatido de tan torticero modo fue mitificado y los honderos fueron objeto de general repulsa.
Tras el para mí despropósito inicial vinieron otros muchos. Mendoza consiguió echar al obispo y además con ignominia. Contra lo que suele ser costumbre de la Iglesia. Había dos arzobispados vacantes y algún otro iba a quedar en breve en esa situación. Pues a Alcalá de Henares, diócesis de menos importancia que Cartagena. Que quedara claro que quien se la hacía a Mendoza la pagaba. Y a ello se prestaron otros personajes eclesiales que habían sido objeto de generosas dádivas mendocinas. Para hacer más maloliente la solución.
Al obispo se le despidió en olor de multitudes. Fui testigo de ello. Y la diócesis quedó muy malherida. Pero continuaron los despropósitos. El nuncio, que tanto papel había jugado en la defenestración, posiblemente secundario pero muy importante, envía al obispo saliente un vergonzoso telegrama de felicitación. Que sólo podía ser fruto de alguien más tonto que Pichote o de una mala persona. No quiero perder el tiempo en dilucidar si es lo uno o lo otro. Y más en días de alegría por habernos librado por fin del portugués.
Mendoza quiso celebrar su victoria con una misa de exaltación a su persona y a ello se prestó un obispo que además era murciano. A todo el mundo le pareció bochornosa, la misa, la exaltación, los gorgoritos y el obispo celebrante. En aquellos días de tristeza diocesana.
El nombramiento de administrador apostólico en la persona del vicario general de monseñor Reig, un benemérito sacerdote, fue la única medida sensata en todo un cúmulo de despropósitos. Pero han venido más. Parece que pronto se arrepintieron de ese nombramiento y con una velocidad inusitada en Monteiro, caracterizado siempre por su lentitud, se ha provisto en apenas un par de meses la diócesis cartaginense. Y en el obispo de la misa celebrada a mayor gloria de Mendoza.
Que además va a tomar posesión en quince días. Plazo también inusualmente rápido. Parece que la fecha la impuso el nuncio. Vayan ustedes a saber si porque no quiere retrasar sus vacaciones o por una monteirada más.
Que llegue a la cartaginense un murciano y tan comprometido es otro inmenso error en mi opinión. Y ya ha querido dejar constancia de como llega. En su mensaje de salutación a los murcianos ni ha nombrado a su antecesor. Lo que indica no poco de su elegancia, quiero decir de su falta de elegancia, y de su compromiso. Y con un pretexto que termina de retratarle. Mencionó a los obispos bajo los que estuvo. Pues que bien. Como si nos dijera que sólo iba a mencionar a aquellos con los que jugó al mus. Impresentable.
Tras todo ello se comprende el plebiscito contrario al nombramiento. Que me parece pésimo, otra bajada de pantalones ante Mendoza y reabrir una herida en la diócesis que no había cicatrizado y que, a este paso, va a tardar muchísimo en hacerlo.