Ese obispo con nombre de piloto automovilístico metió la gamba a fondo con motivo del aborto realizado a una pobre niña brasileña. Después del penoso artículo publicado por Fisichella en L'Osservatore, penoso por haberlo escrito un obispo, por el cargo de ese obispo, por publicarse donde se publicó, por la ligereza de su redacción, por las falsedades que contiene, por la insolidaridad con un hermano al que se desacreditó pública e injustamente, por haber dado pábulo con él a las posiciones abortistas, el italiano optó por el silencio.
Le hubiera dignificado una declaración lamentando el desliz que cometió pero parece que prefirió esparar a que escampase la tormenta que él había desatado pensando que el tiempo lo olvida todo. Pero el arzobispo brasileño no se ha olvidado de la injusta agresión y ha dejado constancia en el Vaticano de su irreprochable proceder. Con lo que Fisichella vuelve a quedar como los amigos de Berlusconi. Con sus vergüenzas al aire.
Él se lo ha buscado. Pues que apechugue con su impresentable ligereza. O que la repruebe. Que el esconderse casi nunca resuelve nada. Que se lo digan a un purpurado español que también se escondió ante un cura que pagaba abortos.
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