“¡Cese la represión!”

El 8 de este marzo, día de la mujer, en Guatemala fueron quemadas vivas 40 niñas y adolescentes. Con motivo de ese crimen, el obispo de Jutiapa escribió un Mensaje que leo con dolor y en profunda sintonía.

Ante la muerte trágica de estas niñas y adolescentes: “nuestro camino cuaresmal se ha teñido de sangre y de mucho sufrimiento”. Estas niñas que murieron calcinadas “pone delante de nuestros ojos, una vez más, la larga pasión del pueblo guatemalteco”. La vida de estas niñas ha sido “una historia de atropellos y violaciones a su dignidad, de humillación y desprecios, que comenzó en el hogar y en su entorno social”. Es un crimen contra la humanidad indefensa e inocente que hiere a todo ser humano bien nacido.

En esa indignación ante tanto deterioro de la personas y de la sociedad, leo el evangelio donde se cuenta que Jesús curó a un ciego de nacimiento que así recuperó su dignidad: “soy yo mismo”. Como en aquella sociedad judía, hoy en Guatemala y en muchos pueblos de nuestro mundo hay una casta de potentados –en tiempo de Jesús entre esos potentados estaban los religiosos llamados “fariseos- que se creen los dueños de la situación, los únicos que ven y pueden decidir procurando mantener ciegos y asustados a los otros. Refiriéndose a la criminal muerte de las niñas y adolescentes, el obispo comenta: “la tragedia se pudo haber evitado, si tan solo las autoridades hubieran prestado un mínimo de atención a las múltiples alertas que se dieron”. Masacres perpetrados por los poderosos contra los más débiles, impunidad para hacer justicia, medios de comunicación vendidos a los que matan y pagan, ensombrecen desde años la historia del sufrido pueblo guatemalteco, símbolo de lo que ocurre, de forma más o menos disimulada, en todas las partes de nuestro mundo.

En este contexto donde nuestro obispo Antonio Calderón es testigo de Jesucristo el Mensaje profético que nos abre los ojos: “Tristemente el nombre del lugar en el que estaban recluidas las niñas y adolescentes se convirtió en una vil mentira, pues estaban hacinadas en un lugar designado como “Hogar Seguro” Virgen de la Asunción; murieron calcinadas, mientras permanecían encerradas bajo llave; este mal llamado “hogar seguro”, que era ya un infierno, se convirtió en su crematorio, ofrendando sus vidas por esta patria que maltrata a sus hijas más vulnerables y frágiles, marcadas por la violencia, la extrema pobreza y la indolencia del Estado”. Hace 30 años en San Salvador el obispo mártir Mons Romero, viendo las torturas y muertes infligidas a los pobres por la fiebre posesiva de los poderosos clamaba en nombre de Dios: “¡cese la represión!”.A ese grito profético y responsable invita hoy el obispo: “es hora que la sociedad entera asuma su responsabilidad”. Y en un mundo globalizado, todos somos más o menos responsables de todos.
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