Ciudadanía con educación
Etimológicamente la educación significa ayudar a que se perfeccione lo más humano y mejor que hay en nosotros. No es fácil definir en qué consiste lo humano, pero desde el s. XVIII hay un ciento consenso en el imperativo categórico de Manuel Kant: “obra de tal modo que nunca tomes la humanidad ni en ti ni en otros como medio, sino como fin”. Todos los seres humanos tenemos una dignidad inviolable y el derecho a ser tratados con respeto. Cuando se trata irreverentemente a las personas, echando en cara públicamente sus defectos por intereses bastardos o simplemente por mofa, las estamos convirtiendo en cosas manipulables a nuestro antojo.
Puede ser certera esa impresión de la locutora. Nos cuesta dialogar escuchando al otro y revisando nuestras propias posiciones. Parece que lo más eficaz es eliminar por los medios que sean a quien no piensa o ve las cosas como nosotros. Da la impresión a veces en los comentarios a los blogs de periodista digital, que hay excesiva crispación y una implacable agresividad contra todo lo que no cuadra con nuestras opiniones. Pero el que una costumbre o forma de actuar esté generalizada en la sociedad, no significa sin más que sea ética. Y en una sociedad plural como la nuestra ya tenemos criterios aceptados por la mayoría, para una moral secular en que las personas sean tratadas como fin y no como medio.
Sin duda es urgente y fundamental una educación ética en los centros donde se forman los niños y los jóvenes que deben convivir en una sociedad laica y enriquecida por el pluralismo. Una educación para la ciudadanía. Pero de poco servirán las lecciones de los colegios, por muy buenas que sean, si los adultos y mayores no somos capaces de ofrecer una ciudadanía con educación ética.