Conversión para ser libres (14.2.16)

1. De nuevo las tentaciones de Jesús. Ahora en la versión del evangelista Lucas. Según la tradición bíblica, cuando el pueblo sufría la esclavitud en Egipto, Dios no intervino para someterlo sino para impulsarlo a un proceso de liberación. Era lo que debía realizar el pueblo atravesando el desierto donde una y otra vez asaltan la sed que todo ser humano lleva dentro y la tentación de saciarla totalmente con lo que salga.

Igual en todo a nosotros menos en el pecado, Jesús de Nazaret también experimentó esa tentación. Podía elegir el camino de la riqueza y del poder para llevar a cabo su misión en este mundo. Pero experimentó que ni la riqueza ni el poder son algo absoluto; no merecen la entrega incondicional. Pudiendo presentarse y actuar como el hombre más poderoso del mundo -eso que según nuestra imaginación significa “ser igual a Dios”- buscó la libertad para todos, actuando como servidor de todos hasta entregar la propia vida. As fue libertador.

La conversión cristiana es proceso para ir creciendo en libertad. Un proceso motivado no por miedo a una divinidad justiciera que nos vigila desde la nubes, sino por la ternura de Dios en quien habitamos y que nos impulsa desde dentro a construir la fraternidad con el apasionamiento de quien descubre un tesoro escondido. Un proceso porque no se hace de una vez para siempre. Más bien es tarea de cada día. Por el bautismo nos comprometimos a modelar nuestra existencia buscando ese tesoro y tratando de ser libres ante los ídolos que van saliendo al camino: riquezas, prestigio, dominio sobre los demás. Cuaresma es tiempo para reavivar esa mística o experiencia de fe cristiana profesada en el bautismo.
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