Dejemos a Dios ser Dios

He leído que según monjes de Nepal, “el terremoto ha sido un castigo divino”. Deseo que tal noticia esté sacada de contexto. Aunque tampoco me extraña pues no es infrecuente una tal interpretación incluso en algunos cristianos.

Al ver los desastres y el sufrimiento que hoy tienen lugar en Nepal, me quedo sin palabras y como en una noche oscura también me pregunto dónde está Dios: ¿cómo vislumbrar la su presencia de Dios ante tanta muerte y tanto sufrimiento de personas inocentes? Acontecimientos como el desgraciado terremoto en Nepal tienen más fuerza contra la existencia de Dios que todos los argumentos teóricos para demostrarla.

“Matemos a nuestros dioses” fue hace unos años un título muy evocador del libro publicado por aquel teólogo tan lúcido que fue José Mª Mardones. Después de largos discursos para descifrar cómo Dios puede permitir el sufrimiento de las personas inocentes, Job acaba diciendo: “antes te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis ojos” ¿Qué ha visto Job? En realidad, nada; sencillamente ha entendido que Dios es una realidad inabarcable.

Los cristianos confesamos que en Jesucristo cómo es y cómo actúa Dios. El “Abba” nos ama incondicionalmente, no sabe más que amar en todos los lugares y en todo tiempo. Precisamente porque es amor, en todo y en todos está amando; por tanto va contra el evangelio y contra la experiencia cristiana, pensar en Dios como fuente o causa de tantos males y sufrimientos que oscurecen nuestras vidas.


Dios revelsdo en Jesucristo no quiere ni causa tantos acontecimientos y atrocidades que desfiguran el rostro humano de nuestro mundo, pero todo sucede en El. Y es aquí donde el interrogante se hace más agudo: ¿es que permanece impasible ante nuestro sufrimiento?

Según la fe o experiencia cristiana, la omnipotencia de Dios se manifiesta como misericordia, y donde realmente vislumbramos su presencia es la cruz de Jesucristo, referencia para ese calvario inacabable de cruces y de crucificados en la historia de un mundo todavía en construcción.

En la cruz, Dios no estaba en las alturas contemplando el crimen, ni estaba como un señor feudal sentado en el trono aceptando reparación por su honor ofendido. Dios estaba dentro del Crucificado, sufriendo de alguna manera, y sosteniendo a la humanidad para en ella y con ella vencer la limitación de la muerte y entrar en la plenitud de vida que es nuestro destino. Esta revelación de Dios cuya omnipotencia se manifiesta en el amor hasta la muerte de Cruz rompe todos nuestros esquemas y seguridades, pero nos da confianza. Viendo desastres como el terremoto en Nepal, el silencio del que sufre con las víctimas es lo más elocuente. Y participando la misma experiencia cristiana que Pablo, digamos humildemente: “nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios” (1 Cor 2,119)
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