Hijos amados por Dios (21. 2. 16)

1 Lo que sostuvo a Jesús de Nazaret en su vida, con sus alegrías y con sus noches oscuras, fue la experiencia de ser amado y acompañado por el “Abba”, ternura infinita, misericordia entrañable, alguien en quien siempre se puede confiar. Ya cuando decide ir a Jerusalén para proclamar el evangelio y dispuesto a sufrir la muerte pues las autoridades religiosas judías no aceptan su propuesta, el evangelista Lucas trae la catequesis de la transfiguración: Jesús hace oración, se abre a la presencia del Padre, y escucha: “Tu eres mi Hijo amado”. Con esa experiencia soportará las contradicciones y el sufrimiento de la muerte cruenta e injusta.

2. Significativamente Jesús va acompañado por la comunidad cristiana representados por Pedro, Juan y Santiago. Aceptan a Jesús como el Mesías esperado, plenitud de la ley representada por Moisés y el anunciado por los profetas cuya figura más significativa es Elías. Incluso han percibido en Jesús la presencia de Dios mismo cuyo símbolo bíblico es la nube. Pero “están dormidos”, lo mismo que en Getsemaní cuando llegó la hora de la prueba, y Jesús “se encontró solo” pues ni sus mismos discípulos le siguen.

3. En el primer domingo de cuaresma vimos cómo ante las tentaciones que todos sufrimos, somos puestos en manos de nuestra propia decisión. Pero en este segundo domingo se añade algo muy importante. Cómo Jesús de Nazaret es el Hijo amado, también nosotros somos continuamente originados y sostenidos por ese amor. El evangelio nos invita hoy a reavivar esta experiencia en el silencio y en la oración para caer en la cuenta de que no estamos sólo en el empeño por ser mejores incluso cuando llegan los momentos de fracaso y desánimo. El amor del “Abba” nos acompaña siempre. Ahí está nuestra garantía y la fuerza para procesar los inevitables conflictos de nuestra existencia
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