Hacia una Iglesia sanadora (8.2.15)

Jesús fue a la casa de Pedro y Andrés. La suegra de Pedro estaba en cama con fiebre. Jesús le cogió la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”

1. No podemos negar que Jesús sanó a enfermos porque ello implicaría negar los evangelios. De Jesús se conservan más relatos de sanación que de cualquier otra figura de la tradición judía. Las sanaciones que Jesús que realiza tiene poco que ver sanaciones milagreras que hoy se ponen de moda en algunos ámbitos cristianos, pero no debemos negar el hecho histórico que Jesús fue un sanador.

2. Leyendo los evangelios uno saca la impresión de que las curaciones que Jesús hizo afectaban simultáneamente a lo físico, lo psíquico y lo espiritual. Es bien significativa la curación de la suegra de Pedro que cuenta el evangelio, para entender la hondura espiritual de estas curaciones. Aquella mujer estaba enferma, paralizada en la cama por la fiebre. “Jesús la cogió de la mano y la levantó”; la transmitió confianza y cedió. Finalmente “se puso a servirles”. En otras palabras, las curaciones realizadas por Jesús liberan a las personas de la fiebre posesiva, para que sirvan a los demás con amor.

3. Jesús cura heridas y sana porque transmite confianza de parte de Dios. Lo cual es posible porque vive en comunión con el Padre y en sus curaciones transmite esa comunión de vida. Por eso el evangelio junta intencionadamente dos aspectos que se dan en las sanaciones de Jesús: “curó a muchos enfermos” y “por la mañana se marchó al descampado y allí se puso a orar”. Son dos aspectos inseparables si los cristianos, "re-creando" la conducta de Jesús, queremos sanar a sufrientes y heridos que, a la vera del camino, reclaman nuestra compasión y nuestra ayuda.
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