La Inmaculada en Adviento (8.12.13)
1. “El Señor está contigo”. Dios está viniendo continuamente a nosotros pues en él existimos. Nos movemos y actuamos. Jesucristo es “Dios-con nosotros”. María de Nazaret experimentó esa cercanía benevolente de Dios -envío del ángel, don del Espíritu- que suscita en ella un canto de gozo: “el Señor está mirando mi pequeñez”. El mirar de Dios es amar, y todos somos sostenidos continuamente por esa mirada.
2. Sin embargo los seres humanos, siempre anhelantes de conseguir una plenitud de felicidad que no podemos alcanzar por nosotros mismos, una y otra vez pretendemos ser absolutos, dominar “la ciencia del bien y del mal”, ser criterio último de nuestra propia conducta. Somos Adán y Eva que se esconden de Dios, rompen con su Creador. Y aquí está el origen de todos los pecados. Cuando nos hacemos centro absoluto, negamos nuestra propia verdad de criaturas, utilizamos irreverentemente a los otros olvidando que son imagen divina y en su frente llevan escrito “no matarás”. Porque negamos nuestra propia verdad
y nos deshumanizamos, atentamos también contra la verdad y presencia de Dios en nosotros.
3. Según nuestra fe, Jesucristo es la humanidad totalmente abierta y permeable a esa presencia de Dios: en él habita la divinidad corporalmente. Teniendo como alimento de su vida la voluntad del Padre, es camino de salvación o auténtica humanización para todos. María de Nazaret , “fruto más espléndido de la redención”, siguiendo a Jesucristo, fue la “pobre del Señor”, se abrió incondicionalmente
a esa Presencia de amor. Es lo que celebramos en la Inmaculada: María el signo, el icono, de lo que la Iglesia entera ansía y espera ser. Una buena y gozosa noticia en este tiempo de adviento, cuando necesitamos despertar a la esperanza.
2. Sin embargo los seres humanos, siempre anhelantes de conseguir una plenitud de felicidad que no podemos alcanzar por nosotros mismos, una y otra vez pretendemos ser absolutos, dominar “la ciencia del bien y del mal”, ser criterio último de nuestra propia conducta. Somos Adán y Eva que se esconden de Dios, rompen con su Creador. Y aquí está el origen de todos los pecados. Cuando nos hacemos centro absoluto, negamos nuestra propia verdad de criaturas, utilizamos irreverentemente a los otros olvidando que son imagen divina y en su frente llevan escrito “no matarás”. Porque negamos nuestra propia verdad
y nos deshumanizamos, atentamos también contra la verdad y presencia de Dios en nosotros.
3. Según nuestra fe, Jesucristo es la humanidad totalmente abierta y permeable a esa presencia de Dios: en él habita la divinidad corporalmente. Teniendo como alimento de su vida la voluntad del Padre, es camino de salvación o auténtica humanización para todos. María de Nazaret , “fruto más espléndido de la redención”, siguiendo a Jesucristo, fue la “pobre del Señor”, se abrió incondicionalmente
a esa Presencia de amor. Es lo que celebramos en la Inmaculada: María el signo, el icono, de lo que la Iglesia entera ansía y espera ser. Una buena y gozosa noticia en este tiempo de adviento, cuando necesitamos despertar a la esperanza.