Libertad y obediencia
Jesús de Nazaret se sintió habitado, amado, acompañado e impulsado por la presencia benevolente de Dios. Su alimento fue siempre buscar y hacer realidad en este mundo la voluntad del Padre: que todos tengan vida en plenitud. Jesús no perteneció a ningún grupo jerárquicamente estructurado ni profesó ante nadie con una promesa o voto de obediencia. Tuvo que discernir sobre la historia los caminos para realizar la voluntad del Padre a través de tentaciones y crisis; sufriendo aprendió a obedecer. Pero su obediencia no fue servil sino filial. Experimentó la cercanía de Dios como amor que afirma y promueve a la humanidad; y alcanzado por ese amor, interpretó la obediencia incondicional a la voluntad del Padre como el camino para perfeccionar progresivamente su propia libertad humana.
Asi se comprende la declaración de la Iglesia en un concilio ecuménico, 681: la voluntad divina en Jesucristo no anula o aminora su voluntad humana sino que la perfecciona. Esta novedosa experiencia de Dios explica el choque frontal de Jesús con un autoritarismo religioso de quienes en vez de servir a la libertad de los seres humanos, pretendían ser dueños absolutos manipulando a la divinidad y oprimiendo a las personas con normas insoportables y con prácticas religiosa encubridoras de la injusticia.
Los ascetas eremitas buscaban la voluntad de Dios en lo que estaba sucediendo: reaccionando contra el aburguesamiento que ya se infiltraba en comunidad cristiana se retiraban al desierto. Allí seguían esa búsqueda meditando la Escritura y escuchando a veces la experiencia de otros eremitas más ancianos. Pero ni profesaban obediencia ni tenían ningún superior. Ya en el s. IV se implanta la vida cenobítica que destaca las ventajas de la vida común y la necesidad de un superior. A partir del s.XII la obediencia se interpreta como renuncia a la propia libertad y sometimiento a las órdenes de otro. En la época moderna se habla de la “obediencia ciega” que implica incluso subordinar el propio juicio al juicio del superior, y se crea toda una teología sobre el mérito de la obediencia que significaba sometimiento total a la decisión de la autoridad .
En este contexto histórico se celebra el Vaticano II que asume la crítica y los reclamos del mundo. Afirma que todos los seres humanos “hemos sido puestos en manos de nuestra propia decisión”; la dignidad de la persona humana exige que “actúe según su conciencia y libre elección”; “la verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad que penetra suavemente en las almas” propia decisión”. Si aceptamos esta orientación la obediencia no puede reprimir la libertad sino promoverla y perfeccionarla. Lo decisivo es cómo entiende cada uno la libertad y que objetivo busca en el ejercicio de la misma. En Salamanca escuché a un gran maestro: “hay que formar para obedecer en libertad”.Claro que para ello se necesita que el ejercicio de la autoridad no caiga en el autoritarismo sino que sea un servicio a las personas “cuya dignidad requiere que actúen según una elección consciente y libre”
Santo Domingo (R.D.), 25 de julio, 2010