“Manteneos a la espera” (30.11.14)
1 Llamados a ser más de lo que somos, la espera o apertura constante al porvenir es algo connatural en los seres humanos. Cuando el futuro esperado significa un bien, nos alegramos, y cuando es algo malo nos ponemos tristes. Adviento es el tiempo litúrgico que despierta en nosotros esa condición e indica en qué y dónde apoyar la esperanza que nos permite mirar confiadamente al porvenir.
2. En estas semanas de adviento la liturgia apunta una y otra vez a la Navidad. Cuando celebramos ese acontecimiento en que lo humano se presenta sustentado y afirmado por lo divino. Nace alguien de nuestra raza que, alcanzado y transformado totalmente por el amor de Dios, vence a la muerte. Y lo más novedoso es que ese acontecimiento de amor en que lo divino se une y afirma lo humano, tiene lugar también en cada uno de nosotros, si realmente nos abrimos esa Presencia de amor que continuamente está viviendo a nosotros en nuestra propia intimidad, en las otras personas y en todos los acontecimientos de la vida.
3. “Señor, tu eres nuestra luz”, “todos mis fuentes están en ti”. Dios es amor y propio del amor es darse. Si en El habitamos y actuamos, está viniendo continuamente a nosotros. Si retira su aliento, ya no podemos respirar. El Apocalipsis evoca esa Presencia de amor:” estoy a la puerta y llamo”. La fe no es más que consentir y abrirse a esa Presencia de amor para que como el agua suaviza la tierra reseca, la luz y la fuerza de Dios hacen que nuestra espera madure con alegría y esperanza. Adviento debe ser tiempo fuerte y oportunidad para abrirnos a esa Presencia de amor que a todos da vida y aliento. Apertura que prueba su verdad cuando somos testigos creíbles de la compasión, de la justicia, del perdón, de la convivencia pacífica. Es la mejor forma de prepararnos para celebrar Navidad, el nacimiento de un niño en quien ya se ha hecho realidad el sueño. Jesucristo es el primogénito de los creyentes; la humanidad totalmente permeable a la Presencia de Dios. Un camino de auténtica realización también para todos los seres humanos.
2. En estas semanas de adviento la liturgia apunta una y otra vez a la Navidad. Cuando celebramos ese acontecimiento en que lo humano se presenta sustentado y afirmado por lo divino. Nace alguien de nuestra raza que, alcanzado y transformado totalmente por el amor de Dios, vence a la muerte. Y lo más novedoso es que ese acontecimiento de amor en que lo divino se une y afirma lo humano, tiene lugar también en cada uno de nosotros, si realmente nos abrimos esa Presencia de amor que continuamente está viviendo a nosotros en nuestra propia intimidad, en las otras personas y en todos los acontecimientos de la vida.
3. “Señor, tu eres nuestra luz”, “todos mis fuentes están en ti”. Dios es amor y propio del amor es darse. Si en El habitamos y actuamos, está viniendo continuamente a nosotros. Si retira su aliento, ya no podemos respirar. El Apocalipsis evoca esa Presencia de amor:” estoy a la puerta y llamo”. La fe no es más que consentir y abrirse a esa Presencia de amor para que como el agua suaviza la tierra reseca, la luz y la fuerza de Dios hacen que nuestra espera madure con alegría y esperanza. Adviento debe ser tiempo fuerte y oportunidad para abrirnos a esa Presencia de amor que a todos da vida y aliento. Apertura que prueba su verdad cuando somos testigos creíbles de la compasión, de la justicia, del perdón, de la convivencia pacífica. Es la mejor forma de prepararnos para celebrar Navidad, el nacimiento de un niño en quien ya se ha hecho realidad el sueño. Jesucristo es el primogénito de los creyentes; la humanidad totalmente permeable a la Presencia de Dios. Un camino de auténtica realización también para todos los seres humanos.