Mirar al otro como presencia de Dios amándolo (29.10.17)

La Palabra. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser. Y a amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas” (Evangelio)

1. En el credo bíblico ya estaba claro cuál era el núcleo central de la Ley, la vocación de todo ser humano: “amar a Dios con todo tu corazón, con tosa tu alma y con todo tu ser”. Amar implica estar afectivamente abrirnos a la persona amada, estar pendientes de ella. Corazón significa el centro del individuo donde brotan los sentimientos, se piensa y se programa. Alma significa vida, eso que vamos gustando y entregando en cada instante. Se quiere decir: cuanto somos y tenemos, todos nuestros recursos tienen como finalidad amar.

2, Ya en la Biblia junto el amor a Dios se recomienda también amar al prójimo. n Pero en el Evangelio se acentúa que el amor a Dios y el amor al prójimo van inseparablemente unidos Por ahí nos orienta la parábola del buen samaritano que ama de verdad a Dios curando ls heridas del excluido. Lo confirma el criterio de juicio final: “lo que hicisteis con los pobres y abandonados, a mi me lo hiciste”. Los primeros cristianos percibieron bien esa novedad: “¿cómo dices que amas a Dios si estás odiando al hermano?”. Sencillamente Dios es amor que está presente y activo en todo ser humano fundamentándolo y afirmando su dignidad; cuando amamos al ser humano, apostamos a favor de su vida y de su dignidad, estamos amando a Dios en el prójimo.

3. Pero amar al otro viéndolo como nacido del corazón de Dios, implica entender y vivir la intencionalidad profunda de nuestro amor humano. Hay en nosotros un deseo innato de ser felices y el amor brota como un camino para llenar esa felicidad. Pero como en el fondo este deseo es insaciable, fácilmente convertimos al otro en simple objeto de nuestro deseo pidiéndole que sea para nosotros el absoluto, que nos dé lo que no nos puede dar; así hay amores que matan. Nuestros amores funcionan casi siempre con la tentación de absorber y engullir al otro. Cuando en el otro vislumbramos la presencia de Dios, encontramos la terapia saludable para nuestro amor necesitado que fácilmente nos curva sobre nosotros mismos. Se comprende que el primer mandamiento –amar a Dios sobre todas las cosas-es condición para la buena salud de nuestro amor al otro; lo protege para que no se pervierta con la tentación de absolutizarse y degenerar en dominación o abuso contra la persona amada.
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