El camino de liberación

Domingo 3º del tiempo ordinario 

Evangelio: Lc 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo:

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.

Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos la vista.

Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.”

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

Para meditar: 

La orientación de la persona humana hacia el bien solo se logra cuando ésta es libre. Hoy en día la libertad ocupa un lugar privilegiado entre los principios que rigen una sociedad democrática, garante de los derechos fundamentales de las personas. Nuestros contemporáneos la ensalzan con entusiasmo como consecución generacional. Sin embargo, tras esos fuegos artificiales de celebración, se esconde una humanidad que desconoce lo que es realmente vivir en libertad y que necesita salir de su sometimiento. La mayoría de la población mundial no tiene satisfechas sus necesidades básicas y busca en los límites de la esperanza la liberación de la miseria.  En ese mismo entorno, otros no sufren esas carencias y gozan de sobrados recursos; están salvos del hambre y aparentemente son libres; pero a la hora de buscar el “para qué” de su libertad, se quedan en un egocentrismo personal o grupal, sofocando los sentimientos de compasión y solidaridad sembrados en su corazón humano.

    Y aquí viene la propuesta de liberación: Jesucristo. Su conducta se inspira en la compasión; fue hombre totalmente para los demás poniéndose al lado del pobre y sufriendo la exclusión injusta de las víctimas. Es el camino para la verdadera liberación de todos.  

            Sofocar la compasión de nuestro corazón humano, implica negar esa Presencia de Dios amor que de alguna manera habita en nosotros. Los pobres y excluidos sufren las consecuencias de ese deterioro en el interior de las personas y que se refleja en la organización social. Cuando el sufrimiento de los pobres nos altera, implica que Dios nos interpela. Experimentamos la necesidad de remediarlo y debemos darle salida, poniéndonos manos a la obra para rectificar lo torcido. Así, proclamamos sentimientos y conducta de misericordia: el camino evangélico para sanar el deterioro de las personas y de la organización social.

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