El drama del ateísmo ateo (9.3.2014
1. Mientras vamos de camino con frecuencia nos sentimos zarandeados
por una fuerza o instinto a cerrarnos en nosotros mismos, buscando sólo nuestra seguridad y descartando nuestra responsabilidad ante los demás. A eso llamamos tentación.
2. Tres son los falsos absolutos en que solemos poner nuestra confianza
Primero, la buena posición económica Consideramos que el valor principal es tener en abundancia y ahorrar por si acaso. Ser como el hacendado de la parábola evangélica que acapara “para sí” pretendiendo asegurar el invierno sin contar para nada con Dios.
Segundo, las apariencias y el prestigio social. Si logramos con nuestro prestigio asegurar el presente y el porvenir ¿para qué necesitamos a Dios?
Tercero, la tentación del poder es muy frecuente y sutil. Porque todos tenemos algún poder. La fuerza física, la capacidad de seducción, la inteligencia, la destreza en las distintas áreas de la vida son poderes. Para ejercer su poder los niños gritan y los ancianos esgrimen la memoria de sus gestas o cuentan la gravedad de sus actuales dolencias. El poder nos deslumbra y en el ponemos nuestra confianza.
3. El evangelio señala otra meta decisiva que hace penúltimas a esos tres falsos absolutos: “sólo al Señor tu Dios adorarás” Nuestra gran tentación cuando ya tenemos dominados tantos ámbitos de la creación, es olvidar o romper con el Creador. A mediados del siglo pasado, denunciando el drama del humanismo ateo, E. de Lubac observaba: “No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre”
por una fuerza o instinto a cerrarnos en nosotros mismos, buscando sólo nuestra seguridad y descartando nuestra responsabilidad ante los demás. A eso llamamos tentación.
2. Tres son los falsos absolutos en que solemos poner nuestra confianza
Primero, la buena posición económica Consideramos que el valor principal es tener en abundancia y ahorrar por si acaso. Ser como el hacendado de la parábola evangélica que acapara “para sí” pretendiendo asegurar el invierno sin contar para nada con Dios.
Segundo, las apariencias y el prestigio social. Si logramos con nuestro prestigio asegurar el presente y el porvenir ¿para qué necesitamos a Dios?
Tercero, la tentación del poder es muy frecuente y sutil. Porque todos tenemos algún poder. La fuerza física, la capacidad de seducción, la inteligencia, la destreza en las distintas áreas de la vida son poderes. Para ejercer su poder los niños gritan y los ancianos esgrimen la memoria de sus gestas o cuentan la gravedad de sus actuales dolencias. El poder nos deslumbra y en el ponemos nuestra confianza.
3. El evangelio señala otra meta decisiva que hace penúltimas a esos tres falsos absolutos: “sólo al Señor tu Dios adorarás” Nuestra gran tentación cuando ya tenemos dominados tantos ámbitos de la creación, es olvidar o romper con el Creador. A mediados del siglo pasado, denunciando el drama del humanismo ateo, E. de Lubac observaba: “No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre”