La familia, comunidad de amor
Domingo en la octava de Navidad
Evangelio: Lc 2, 22. 39-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Para meditar:
En nuestra cultura se ha impuesto la lógica del mercado: sacar el máximo beneficio económico en las relaciones comerciales. Sin duda el mercado es un instrumento muy válido para mejorar esas relaciones. Pero la gratuidad y la compasión no entran de algún modo, la lógica del mercado fácilmente acaba eliminando a los más débiles por la codicia insaciable de los más fuertes.
El problema es que esa lógica del mercado entra en el juego de la política; en vez de funcionar con la lógica del derecho, cada vez abundan más los profesionales políticos que corrompen su función obsesionados por lograr más beneficio económico. Y esa misma lógica del mercado puede contaminar a ese reducto de gratuidad que es la familia.
El problema no se arregla con nuevas formas de familia. Ni con traer hijos al mundo. Ni solo guardando formas o apariencia sociales. Ni haciendo de la familia una sociedad de seguros mutuos. La familia es sana como proyecto de vida y de amor. Solo ese clima de amor mutuo que se intensifica en la fidelidad de cada día, es propicio para engendrar y acompañar a un hijo. Es el clima que se respiraba en la familia de José y María, donde “el niño Jesús iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”.