Un futuro habitado por la gracia (13.11.16)
”Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”
1. En evangelio de hoy une dos tradiciones. Por una parte la tradición apocalíptica sobre fin del mundo muy en boga cuando se escribe este evangelio; ese fin del mundo está relacionado con la destrucción del templo de Jerusalén que tuvo lugar el año 70 y que, según el evangelista, ya fu profetizado por Jesús. Por otro lado la necesidad de que los cristianos sean testigos del evangelio en ese tiempo final. Según el relato de la Ascensión, los discípulos no deben evadirse del mundo con los ojos mirando al cielo, sino que deben ser testigos del evangelio con los pies en la tierra.
2. El evangelio es una catequesis para la comunidad cristiana que ya sufre persecución tanto en el mundo judío como en el mundo romano. Esa comunidad debe mantenerse firme y dar testimonio sobre Jesucristo. En las conversaciones con sus primeros discípulos, sobre todo cuando ya ve que se acerca su muerte, Jesús pide a sus discípulos que le sigan aceptando la conflictividad que tal seguimiento incluye. A partir de la Ascensión comienza el tiempo de la Iglesia que, como signo e instrumento de fraternidad, debe ser testigo visible de Jesucristo. Hoy es admirable el testimonio hasta el martirio de algunas comunidades cristianas en países musulmanes contagiados de fanatismo.
3. En el evangelio también está la cuestión sobre el fin del mundo. Según la tradición apocalíptica, será un fin con manifestaciones terribles cuya descripción acongoja. Y ciertamente , viendo tantas guerras, injusticias y catástrofes en nuestro mundo, algunos pueden concluir que ya está llegan el fin. Según el evangelio no sabemos cuándo ni cómo terminará este mundo; hasta el mismo Hijo del hombre que es Jesucristo, lo ignora. Pero desde la fe cristiana podemos confesar dos cosas. Primera, que este mundo es ya el mundo del Hijo de Dios, y en consecuencia nunca será destruido si bien tendrá que ser purificado y plenificado. Segunda, que ante tantos profetas de calamidades, el amor de Dios nunca se acaba y hasta los pelos de nuestras cabeza son objeto de ese amor. Nuestro futuro ya está habitado por la gracia
1. En evangelio de hoy une dos tradiciones. Por una parte la tradición apocalíptica sobre fin del mundo muy en boga cuando se escribe este evangelio; ese fin del mundo está relacionado con la destrucción del templo de Jerusalén que tuvo lugar el año 70 y que, según el evangelista, ya fu profetizado por Jesús. Por otro lado la necesidad de que los cristianos sean testigos del evangelio en ese tiempo final. Según el relato de la Ascensión, los discípulos no deben evadirse del mundo con los ojos mirando al cielo, sino que deben ser testigos del evangelio con los pies en la tierra.
2. El evangelio es una catequesis para la comunidad cristiana que ya sufre persecución tanto en el mundo judío como en el mundo romano. Esa comunidad debe mantenerse firme y dar testimonio sobre Jesucristo. En las conversaciones con sus primeros discípulos, sobre todo cuando ya ve que se acerca su muerte, Jesús pide a sus discípulos que le sigan aceptando la conflictividad que tal seguimiento incluye. A partir de la Ascensión comienza el tiempo de la Iglesia que, como signo e instrumento de fraternidad, debe ser testigo visible de Jesucristo. Hoy es admirable el testimonio hasta el martirio de algunas comunidades cristianas en países musulmanes contagiados de fanatismo.
3. En el evangelio también está la cuestión sobre el fin del mundo. Según la tradición apocalíptica, será un fin con manifestaciones terribles cuya descripción acongoja. Y ciertamente , viendo tantas guerras, injusticias y catástrofes en nuestro mundo, algunos pueden concluir que ya está llegan el fin. Según el evangelio no sabemos cuándo ni cómo terminará este mundo; hasta el mismo Hijo del hombre que es Jesucristo, lo ignora. Pero desde la fe cristiana podemos confesar dos cosas. Primera, que este mundo es ya el mundo del Hijo de Dios, y en consecuencia nunca será destruido si bien tendrá que ser purificado y plenificado. Segunda, que ante tantos profetas de calamidades, el amor de Dios nunca se acaba y hasta los pelos de nuestras cabeza son objeto de ese amor. Nuestro futuro ya está habitado por la gracia