. Dos  imperativos de la espiritualidad cristiana

Domingo 16º del tiempo ordinario

Evangelio: Mc 6, 30-34:

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Para meditar:

En el poco tiempo –no más de tres años- en que Jesús de Nazaret recorrió las aldeas de Galilea como Profeta, se ven dos  preocupaciones inseparables. Mantener su intimidad con Dios a quien experimentó cono “Abba”, bondad y ternura sin medida. Y apasionamiento por ofrecer a la gente con sus parábolas y su conducta esa buena noticia: todos somos amados y debemos convivir como hermanos.

       Son las dos imperativos inseparablemente unidos en que se debe vivir la fe o experiencia de los cristianos. Primero, reunirse con Jesús. Respirar su misma experiencia y re-crear  en nuestra historia su propia conducta: “pasó por el mundo haciendo el bien, curando heridas y combatiendo a las fuerzas de mal que matan y dividen; eso quiere decir diá-bolo. Segundo, introducir esta conducta en el dinamismo de la organización social y eclesial.

     Es clave hoy para quienes nos decimos cristianos  avivar nuestra fe o experiencia cristiana; cultivar nuestra interioridad. Pero no para evadirnos en el intimismo sino para ser personas portadoras de paz y comprometidas por construir una sociedad en justicia, y bienestar para todos. Volver y estar en comunión con Jesucristo se prueba en nuestra forma de convivir con los demás.

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