El matrimonio es una vocación (4.10.15)
1. La cultura donde se escribió la Biblia y se dictaron leyes para la pareja unida en matrimonio, era patriarcal y machista. La mujer considerada inferior al hombre, debía estar sometida totalmente a su marido. En esa mentalidad, mientras el hombre podía despedir a su mujer , ésta no tenía derecho a pedir el divorcio. Jesús reacciona contra esta discriminación injusta recordando los orígenes: hombre y mujer son dos formas complementarias de ser persona, unidos “serán una sola carne”. La mujer tiene la misma dignidad y los mismos derechos que el hombre.
2. “Lo que Dios ha unido, que no separe el hombre”. Dios une a hombre y mujer no por un código de leyes que desde fuera impone la indisolubilidad, sino por el amor que lleva en su misma entraña una intención de eternidad y debe ser cultivado como una planta que si no se riega puede morir. Por eso la fidelidad no se garantiza sin más con la indisolubilidad canónica. Es una tarea de cada día y de cada instante, que implica la confianza en el otro, la sumisión gozosa y también ineludibles renuncias. El matrimonio por la Iglesia es canónicamente indisoluble, pero los cónyuges deben vivir y actualizar continuamente la fidelidad. Sin ese compromiso responsable, la legislación canónica queda en el aire.
3. En nuestra sociedad marcada por una cultura de lo provisional y transitorio, donde todo parece líquido y nada permanece, también se diluye la estabilidad del matrimonio. Es natural que la legislación sobre los divorcios y sobre la relación de las personas en pareja. vaya cambiando según las nuevas y distintas situaciones. En esta situación tan fragmentada y plural, los matrimonios cristianos, que con las ojos de la fe, han celebrado públicamente y siguen manifestando con su fidelidad la intención de eternidad inscrita en el verdadero amor, pueden ser referencia saludable .Se comprende que el matrimonio por la Iglesia no se reduce a un contrato; es una vocación, una alianza de amor que la pareja debe firmar cada día.
2. “Lo que Dios ha unido, que no separe el hombre”. Dios une a hombre y mujer no por un código de leyes que desde fuera impone la indisolubilidad, sino por el amor que lleva en su misma entraña una intención de eternidad y debe ser cultivado como una planta que si no se riega puede morir. Por eso la fidelidad no se garantiza sin más con la indisolubilidad canónica. Es una tarea de cada día y de cada instante, que implica la confianza en el otro, la sumisión gozosa y también ineludibles renuncias. El matrimonio por la Iglesia es canónicamente indisoluble, pero los cónyuges deben vivir y actualizar continuamente la fidelidad. Sin ese compromiso responsable, la legislación canónica queda en el aire.
3. En nuestra sociedad marcada por una cultura de lo provisional y transitorio, donde todo parece líquido y nada permanece, también se diluye la estabilidad del matrimonio. Es natural que la legislación sobre los divorcios y sobre la relación de las personas en pareja. vaya cambiando según las nuevas y distintas situaciones. En esta situación tan fragmentada y plural, los matrimonios cristianos, que con las ojos de la fe, han celebrado públicamente y siguen manifestando con su fidelidad la intención de eternidad inscrita en el verdadero amor, pueden ser referencia saludable .Se comprende que el matrimonio por la Iglesia no se reduce a un contrato; es una vocación, una alianza de amor que la pareja debe firmar cada día.