"Donde hay odio yo ponga amor"
Leo el evangelio de este domingo: el reino de Dios, la utopía de la humanidad ya en proceso de realización es como un banquete donde todos los seres humanos podamos sentarnos y participar en la misma mesa.
Pero en el camino hacia la realización de esa utopía muchos no aceptan sentarse junto a otro, mientras no faltan quienes admiten que sí es bueno el proyecto, aparentan sentarse con el otro, pero su corazón sigue duro y egoísta; no se dejan transformar por el espíritu fraterno; según el evangelio entran en la sala del banquete pero “sin traje de fiesta”
La parábola evoca un dinamismo que de algún modo queda reflejado en paradigmas o patrones que vertebran la revelación bíblica y cristiana. Además de relatos históricos, la Biblia cuenta lo que tal vez nunca ocurrió pero que está ocurriendo siempre. Pronto narra el fratricidio de Caín que no soporta la conducta de su hermano Abel. Y poco más adelante se cuenta el fracaso en la construcción de una torre porque los constructores, cada uno con su lengua, son incapaces de entenderse. Todo lo contrario sucede en Pentecostés cuanto todos, cada uno con su lengua, se entienden y celebran fiesta juntos.
Es preocupante que, tal vez sin darnos mucha cuenta, en las últimas semanas, cargadas de conflictos políticos, estamos fomentando el odio, la agresividad, el afán de ignorar y eliminar al otro. Se ve incluso en las reacciones contundentes y agresivas de cristianos ante llamadas al respeto y al diálogo. A veces los mismos que nos confesamos seguidores de Jesucristo que pasó por el mundo derribando los muros de separación, nos hacemos dogmáticos e intolerantes con quienes no piensan como nosotros. Imitando a los dos discípulos, reprendidos por Jesús, hasta pedimos que caiga un rayo y elimine a los que contradicen nuestros gustos.
No estoy entrando directamente en el juego político que tiene su propia racionalidad. Estoy apuntando desde el Evangelio a un espíritu fraterno anterior, concomitante que como inspiración primera debe acompañar y salvaguardar la buena salud humana de la gestión política. Es lo que sugiere la parábola evangélica: el reino de Dios, la utopía de la realización humana, es que todos nos sentemos como hermanos y participemos en la mesa común de la creación. Según la fee cristiana, no es suficiente el eslogan "mi libertad termina donde comienza la libertad del otro". Si el otro es mi hermano, mi libertad solo es verdaderamente humana cuando incluye y promueve la libertad del otro.