Sobre la racionalidad de la economía
Ayer tarde asistí a la presentación del libro “Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo”. Recopila conferencias de las XX Jornadas de Pastoral Obrera, que organizó en el 2014 la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar. Aunque ya conocía la orientación y contenido del libro, seguí con atención las distintas intervenciones en la presentación del mismo. Ellas suscitaron este breve comentario.
La organización económica tiene su propia racionalidad: no se produce si no se trabaja, y la producción trae beneficios. Desde esa racionalidad, lo único que interesa es la máxima producción con el mínimo costo. Según esa racionalidad, las personas valen por lo que rentan económicamente. Y el mismo criterio sirve para la explotación del entorno creacional; sólo cuando la depredación irreverente signifique amenaza para la seguridad del sistema, por “la ética de los demonios” habrá que reaccionar. Esta racionalidad de la economía se propone absoluta sin necesidad de ningún control ético ni regulación estatal. Y sin salir de esa racionalidad puede haber instituciones nacionales o internacionales dedicadas al tema del trabajo.
Pero dicha racionalidad puede resultar miope y chata. Porque la economía no es fin en sí misma ni tiene derechos. El fin y sujeto de derechos es la persona humana. En consecuencia la racionalidad económica, que debe satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos, ha de ser razonable mirando al bien común que incluye la vida digna de todas las personas y de todos los pueblos. De lo contrario degenera en crematística o artimaña para que unos acaparen todo mientras otros carezcan de lo suficiente para sobrevivir. Y es aquí donde la Iglesia ofrece la novedad evangelio: todos los seres humanos tienen una dignidad inviolable y tienen derecho a realizarse conforme a esa dignidad que el derecho al trabajo no reducido al empleo que se paga.
La ideología del sistema vigente es tan sutil y omnipotente que puede enfermar a la comunidad cristiana e incluso manipular a las mismas orientaciones oficiales de la Iglesia cuando recuerda y ofrece el evangelio. Es verdad que el papa Francisco, mirando al mundo con los ojos de Dios, reconoce los avances de la humanidad. También cuando habla sobre la relación con el entorno creacional apunta nuevas dimensiones o aspectos nuevos de la ecología . Pero su aporte no se reduce a eso. La Iglesia, como expresión de la fe cristiana en el Evangelio, no lanza nueva teoría económica ni es un partido ecologista. El papa Francisco en sus gestos y en sus documentos aporta un horizonte y una visión desde la mirada de Dios tal como se ha revelado en Jesucristo; un evangelio que consiste en la dignidad inviolable del ser humano. Desde ahí denuncia que nuestro sistema económico “de descarte” es injusto “en su raíz”. . Y ya mirando al entorno creacional, deja claro que la misma lógica del sistema que genera escandalosa pobreza, estraga también a la pobre madre tierra.
El papa Francisco como el evangelio no da soluciones inmediatas a los problemas sociales. Pero abre horizonte nuevo y da luz para que políticos y economistas busquen soluciones “ plenamente humanas”. Este horizonte nuevo es la fraternidad que inspira la gratuidad o la lógica del don. En la presentación del libro Paco Porcar, autor del mismo, contó la impresión de una mujer trabajadora viendo el trato que reciben los obreros: “la empresa no nos quiere nada”. En el fondo lo que hoy enferma gravemente a nuestra organización económica es la falta de amor, sin el cual los humanos permanecemos en la muerte.
La organización económica tiene su propia racionalidad: no se produce si no se trabaja, y la producción trae beneficios. Desde esa racionalidad, lo único que interesa es la máxima producción con el mínimo costo. Según esa racionalidad, las personas valen por lo que rentan económicamente. Y el mismo criterio sirve para la explotación del entorno creacional; sólo cuando la depredación irreverente signifique amenaza para la seguridad del sistema, por “la ética de los demonios” habrá que reaccionar. Esta racionalidad de la economía se propone absoluta sin necesidad de ningún control ético ni regulación estatal. Y sin salir de esa racionalidad puede haber instituciones nacionales o internacionales dedicadas al tema del trabajo.
Pero dicha racionalidad puede resultar miope y chata. Porque la economía no es fin en sí misma ni tiene derechos. El fin y sujeto de derechos es la persona humana. En consecuencia la racionalidad económica, que debe satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos, ha de ser razonable mirando al bien común que incluye la vida digna de todas las personas y de todos los pueblos. De lo contrario degenera en crematística o artimaña para que unos acaparen todo mientras otros carezcan de lo suficiente para sobrevivir. Y es aquí donde la Iglesia ofrece la novedad evangelio: todos los seres humanos tienen una dignidad inviolable y tienen derecho a realizarse conforme a esa dignidad que el derecho al trabajo no reducido al empleo que se paga.
La ideología del sistema vigente es tan sutil y omnipotente que puede enfermar a la comunidad cristiana e incluso manipular a las mismas orientaciones oficiales de la Iglesia cuando recuerda y ofrece el evangelio. Es verdad que el papa Francisco, mirando al mundo con los ojos de Dios, reconoce los avances de la humanidad. También cuando habla sobre la relación con el entorno creacional apunta nuevas dimensiones o aspectos nuevos de la ecología . Pero su aporte no se reduce a eso. La Iglesia, como expresión de la fe cristiana en el Evangelio, no lanza nueva teoría económica ni es un partido ecologista. El papa Francisco en sus gestos y en sus documentos aporta un horizonte y una visión desde la mirada de Dios tal como se ha revelado en Jesucristo; un evangelio que consiste en la dignidad inviolable del ser humano. Desde ahí denuncia que nuestro sistema económico “de descarte” es injusto “en su raíz”. . Y ya mirando al entorno creacional, deja claro que la misma lógica del sistema que genera escandalosa pobreza, estraga también a la pobre madre tierra.
El papa Francisco como el evangelio no da soluciones inmediatas a los problemas sociales. Pero abre horizonte nuevo y da luz para que políticos y economistas busquen soluciones “ plenamente humanas”. Este horizonte nuevo es la fraternidad que inspira la gratuidad o la lógica del don. En la presentación del libro Paco Porcar, autor del mismo, contó la impresión de una mujer trabajadora viendo el trato que reciben los obreros: “la empresa no nos quiere nada”. En el fondo lo que hoy enferma gravemente a nuestra organización económica es la falta de amor, sin el cual los humanos permanecemos en la muerte.