La riqueza de las naciones

Es el título que Adam Smith, economista escocés, dio a su obra en 1776 que viene a ser como la primera formulación moderna de la economía. Preocupado por dar la clave del crecimiento económico, este pensador introdujo un cambio cualitativo : autonormalización de la racionalidad económica en relación a toda referencia ética y política. El verdadero regulador de la sociedad es el mercado, no el contrato social y menos aún lo ético. El juego de intereses será “la mano invisible” para mantener la armonía en la organización social. Es la visión que ha prosperado hasta nuestros días en el neoliberalismo económico. Friedrich Hayek habla del “orden espontáneo de de la sociedad” para mantener las relaciones de mercado, mientras Michael Novak hace apología de capitalismo democrático acudiendo al Evangelio.

En el fondo hay una ideología perversa: su interés no está en promover la vida y a dignidad de las personas, sino en producir y acaparar dinero. La consecuencia la estamos viendo: abandono de las mayorías en la pobreza y dependencia, mientras los gobiernos actúan con temor reverencial a los dioses financieros. Como resultado tenemos un desarrollo economicista, “el hombre unidimensional” (H.Marcuse) o “la ceguera blanca” (J. Saramago)

El fenómeno de la globalización está sugiriendo que rodos formamos la única humanidad, y es necesario, sin diluir las singularidades, romper las alambradas que nos deparan de los demás. En este sentido la unión de los pueblos dentro de un Estado, como la unión de distintas naciones en la comunidad, europea son pasos adelante y en cierto modo ineludibles. El interrogante llega cuando buscamos los criterios para esta unión: ¿es sólo el poder económico la verdadera y única riqueza de los pueblos? ¿No hay en cada nación europea y en cada región del Estado español una riqueza de personas con su historia y su cultura?

Cuando hace años y en relación a países empobrecidos de América Latina se hablaba de “deuda externa” que algunos llamaban eterna, siempre pensé que por su génesis y por la ideología del sistema , era una deuda injusta y debía ser condonada. Hoy se habla de naciones endeudadas dentro de la misma comunidad europea; puede ocurrir lo mismo en regiones del único Estado. Entiendo que urge la responsabilidad de cada nación y que “pacta sunt servanda”, «lo pactado obliga», sigue siendo principio del derecho internacional. Pero a la hora de buscar un criterio ético para exigir o derogar los cumplimientos, hay peligro de medir a los pueblos y a las regiones sólo por su rendimiento económico, cuando la riqueza más valiosa son las personas y los pueblos con su patrimonio histórico y cultural.
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