¿Tiene sentido la oración de petición? (20.10.13)
1. La oración de petición ha sido objeto de serias críticas por parte de algunos teólogos. La creen incompatible con la revelación de Dios en Jesucristo. Dios conoce nuestras necesidades y no necesita que le informemos sobre las mismas. El Padre “misericordioso” es sensible a nuestras carencias antes que le dirijamos nuestras súplicas; no hace falta que le despertemos con nuestras oraciones para que intervenga en los conflictos fratricidas que hoy está sufriendo nuestro mundo. Además hay peligro de superstición o de magia cuando en la oración acudimos a Dios como un ser por encima de las nubes que sólo interviene de cuando en cuando y milagrosamente movido por nuestras oraciones y sacrificios; sería como un amuleto para llenar los huecos que deja nuestra impotencia. Estas críticas que apuntan a deformaciones frecuentes sobre la oración, pueden ser muy saludables.
2. Pero el evangelio insiste en la necesidad de pedir en nuestra oración. Pone el caso de un juez con todos los agravantes: no le importa la ley, no le importa Dios y no le importa lo que diga la gente. A pesar de todo, la insistencia de la viuda pidiendo justicia encuentra respuesta. Y Jesús saca la moraleja: “¿pues Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Elegidos y amados de Dios son todos los seres humanos.
3. La fe no se reduce a confesar unas verdades con la cabeza y con los labios. Es sobre todo un encuentro cordial con Dios en quien habitamos y una incondicional apertura a su presencia. Jesucristo es el Primogénito de los creyentes: Dios encarnado y humanidad que se abre totalmente a esa inclinación benevolente de Dios. Toda la existencia del bautizado, toda la espiritualidad cristiana radica en aceptar esa presencia de Dios revelado en Jesucristo saliendo de nuestro egocentrismo, de nuestra propia tierra, y tratando de vivir como testigos de esa Presencia de amor para todos. Para ser permeables a esa presencia necesitamos oración, que lógicamente abarca todos los aspectos y situaciones de nuestro caminar: con sus momentos de gratitud y con sus momentos de dolor por las muchas carencias. La oración de petición viene a ser así un medio imprescindible para vitalizar la presencia de Dios que, ocurra lo que ocurra, da sentido a nuestra existencia.
2. Pero el evangelio insiste en la necesidad de pedir en nuestra oración. Pone el caso de un juez con todos los agravantes: no le importa la ley, no le importa Dios y no le importa lo que diga la gente. A pesar de todo, la insistencia de la viuda pidiendo justicia encuentra respuesta. Y Jesús saca la moraleja: “¿pues Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Elegidos y amados de Dios son todos los seres humanos.
3. La fe no se reduce a confesar unas verdades con la cabeza y con los labios. Es sobre todo un encuentro cordial con Dios en quien habitamos y una incondicional apertura a su presencia. Jesucristo es el Primogénito de los creyentes: Dios encarnado y humanidad que se abre totalmente a esa inclinación benevolente de Dios. Toda la existencia del bautizado, toda la espiritualidad cristiana radica en aceptar esa presencia de Dios revelado en Jesucristo saliendo de nuestro egocentrismo, de nuestra propia tierra, y tratando de vivir como testigos de esa Presencia de amor para todos. Para ser permeables a esa presencia necesitamos oración, que lógicamente abarca todos los aspectos y situaciones de nuestro caminar: con sus momentos de gratitud y con sus momentos de dolor por las muchas carencias. La oración de petición viene a ser así un medio imprescindible para vitalizar la presencia de Dios que, ocurra lo que ocurra, da sentido a nuestra existencia.