La simbólica trinitaria en un mundo roto

En los últimos siglos he emergido con fuerza el individuo que quiere ser él mismo y no seguir como una pieza más en el anonimato de las instituciones

¿Quién negará que esta subida del individuo es un paso adelante bien significativo en el desarrollo de la humanidad? Según el evangelio, la persona humana es antes que el sábado y ha sido puesta en manos de su propia decisión. Pero ya en el s. XIX el sociólogo Alexis Tocqueville denunció el cáncer del individualismo como patología de la democracia americana. Se trata de un proyecto bien reflexionado para organizar la vida pensando en la propia seguridad y la seguridad de su grupo, desentendiéndose de los problemas que pueden afectar a los demás. El individualismo eleva la subjetividad hasta caer en el subjetivismo como único criterio de verdad. Olvida a los tú humanos y la persona, que al fin y al cabo es criatura deficiente, actúa como si fuera el Creador.

El individualismo del “super-hombre “ conlleva la discriminación. Este individualismo ha tomado cuerpo en el “yo absoluto” de la filosofía europea: uno es más persona cuanto más seguro esté de sí mismo y cuanto más poder tenga sobre los demás. Esa visión se concreta en el nazismo que tiene muchas versiones, y en el imperialismo del que pretende ser superior a los otros y trata de imponerlos su no siempre santa voluntad. Da grima escuchar la triste historia de lo que pasó todavía no hace un siglo en el corazón de Europa donde se pretendió destruir criminalmente a la raza judía. Y lo raro es que todavía hoy, en un mundo que cada vez más es como una aldea global, algunos siguen creyéndose superiores a los otros, y ven normal aislarse de los otros o levantar muros y tejer alambradas para no dejar que se cerquen los parias.

En este contexto la Iglesia celebra la simbólica trinitaria. Nadie ha visto a Dios, y muchos pueden pensar que no existe. Pero en la fe o experiencia de los cristianos, Dios incluye lo uno y lo múltiple. Es comunidad de donde personas: Dios es Padre que no sabe más que amar, es Hijo que participa nuestra condición humana, y es también Espíritu que nos acompaña e impulsa en nuestra historia. Hablamos de tres personas divinas por decir algo. Pero lo más importante de esta simbólica trinitaria es que las personas se realizan no dominando a las otras sino relacionándose con ellas en la lógica del amor que afirma y sostiene al otro en su singularidad . ¿No puede ser esta fe o experiencia cristiana un reclamo saludable para este mundo roto que trata de componerse pero no encuentra el camino?
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