La verdadera autoridad (1.2.15)

“Todos se quedaban asombrados viendo cómo Jesús enseñaba, no como los letrados, sino con autoridad”

La sinagoga era el lugar en que los judíos se reunían para leer la Biblia y hacer oración los sábados. Allí los letrados comentaban el sentido del texto. El problema era que esos letrados decían una cosa, pero ellos luego en la práctica hacían otra. La ambición de poder los alienaba, los hacía hipócritas; tenían dentro el demonio, esa fuerza del mal que divide y destruye a las personas. Por eso no eran creíbles para la gente pues lo que decían estaba en contradicción con su conducta autoritaria. En vez de ayudar al crecimiento de las personas sencillas, esa conducta ansiosa de dominar a los demás, aplastaba sometía irreverentemente a los sencillos.

Jesús entra en la sinagoga un sábado y denuncia esa conducta hipócrita. Cómo no es uno sino muchos los letrados que actúan así, los endemoniados protestan: “quieres acabar con nosotros” En efecto Jesús no es como los letrados que dicen una cosa y hacen otra. Curando enfermos, defendiendo a los pobres y denunciando a los arrogantes, no busca el poder sobre los demás, sino el crecimiento de vida y libertad para todos. Por eso enseña con autoridad descartando el autoritarismo que paraliza y empequeñece a las personas.

Todos llevamos dentro un letrado hipócrita. Con frecuencia pretendemos ejercer autoridad sobre los otros silenciando su voz e imponiendo nuestras opiniones. Damos la impresión de que buscamos la verdad cuando en realidad sólo intentamos disimular nuestros miedos a perder el prestigio y las seguridades. Hoy el evangelio nos invita a ser sinceros con nosotros mismos, a revisar nuestra conducta cristiana. Debemos expulsar muchos demonios –ansia de poder, apariencias sociales, aburguesamiento..- que tiran nuestra dignidad por los suelos e impiden un testimonio creíble, la verdadera autoridad que atrae y hace crecer a las personas.
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