ACdP: ¿Católicos en defensa de la libertad?
La ACdP (Asociación Católica de Propagandistas), presidida por D. Alfredo Danigno, publicó el pasado 4 de Enero, una declaración institucional a propósito de la presencia pública de los católicos en la sociedad española de hoy, con motivo de la mil veces debatida celebración de la Familia Cristiana en Madrid. En ella salía al paso de las críticas del Gobierno a la Iglesia por aquellos días.
Tan seguro se siente de que esa fue una buena reflexión sobre el catolicismo en la vida pública española, que recurre a ella para responder a la invitación de la revista Vida Nueva, (19 al 25 de Enero de 2008, 34), para su sección Enfoque, y en “alternativa” a la voz del conocido sociólogo vasco, Javier Elzo.
Cuando se conoció ese comunicado no era el momento de revolver en un debate que podía cansar. Por otro lado, a medida que se escuchan mil voces en una cuestión, los argumentos se repiten y las posturas se enconan. Sinceramente, en un debate de esas características ya sólo buscamos tener razón o, al menos, quedar de pie, ganarlo. Esto de debatir es como un partido de tenis en el que al final gana el que más resiste. Ahora está de moda sacar con fuerza y gana el que mejor saque tiene. Pues lo mismo en los debates, los gana el que mejor saca; lanza la bola con tanta fuerza que noquea al contrario. Pero ésta es otra cuestión. Volvamos al mentado comunicado de la AcdP en la sección de Enfoque y hagámoslo con mayor calma que el día de su aparición.
“La grave situación actual de laicismo beligerante por la que atraviesa la sociedad española…”, bueno, -a mi juicio-, es una opinión; no lo dicen, pero es una opinión; con sus razones, ciertamente, y con otras que la contrapesan, también ciertas, y que por lo visto no sirven o no las ven.
“(Lo cual) exige, como tantas otras veces en la historia de España, que la ACdP esté en la primera línea de la defensa de la libertad”. Si esta es su autoconciencia, la defensa de la libertad, no puedo sino respetarlo, pero necesito hablar de cuál es el contenido de la libertad, y no puedo darlo por supuesto. Esto de las grandes palabras o conceptos se presta a un uso abusivo e incierto. Hay que aclarar qué libertad y luego diremos si tiene insuficiencias y cuáles. Y sobre todo, si se añade “como tantas otras veces en la historia de España”, la cosa es más delicada, porque entre esas “tantas otras veces” ha habido muchos silencios y, desde luego, nada cristianos ante la dictadura franquista, que por cierto duró cuarenta años. No digo que su hoja de servicios, la de la ACdP, no tenga actuaciones valiosas, pero esperaba más de su capacidad de autocrítica histórica. Y es que, aquí, enseguida queremos dar brillo a la historia propia con las mejores excepciones del colectivo. Esto es muy común en las instituciones. También en la Iglesia. Primero los perseguimos y luego nos damos brillo histórico a su costa.
Es desproporcionada, -denuncian-, “la reacción que ha producido esta celebración” de la familia cristiana. Estoy de acuerdo. Y arremeten, de inmediato, contra el laicismo, así en general, que sería el que ha conducido las reacciones de todos los políticos y el que les mueve en el fondo de manera casi ciega. No estoy de acuerdo en esta visión tan escasa de autocrítica y tan genérica. Por el contrario, -dirían-, la Iglesia se ha limitado a defender su enseñanza que lo es, además, de instituciones legítimamente naturales. Por supuesto, lo de “naturales” es de nuestra competencia como Iglesia que somos. Cómoda la contraposición, ¿no?
El gobierno debe cumplir la Constitución, “cosa que no hacen, a nuestro juicio”. Se agradece, este “a nuestro juicio”. No lo sé, porque ¿dónde están los jueces que no lo impiden? A lo mejor hay varios modos de cumplir la Constitución, y varios modos también de obviarla. A lo mejor es que, en ningún supuesto, nos gusta el modo de “los socialistas”. Es una pregunta.
Y aquí mi mayor reparo, “sólo los comportamientos intolerables (sic) (¿intolerantes?) y totalitarios se atreven a negar a la Iglesia Católica su contribución al surgimiento y desarrollo de la democracia…” Y ni un ápice de autocrítica, ni en cuanto a nuestra “reserva” a la tradición de los derechos humanos y la democracia política, ni en cuanto a los errores nacionalcatólicos hispanos. (¿Para qué te vas a criticar, si ya lo van a hacer otros por ti?, o ¿esto es la guerra y cualquier fisura te debilita?, -parecen pensar).
“… pensamos que la Iglesia Católica en España está donde ha estado siempre: en el Evangelio y en la tradición viva de la comunión de fe, de esperanza y de caridad. Es la única institución que, separando perfectamente lo temporal de lo espiritual, supera las fronteras nacionales…”. ¿Qué quieren que les diga… pues no, siempre, no, y nuestra historia está plagada de hechos apabullantes. Y la de Italia, y la de Argentina, y la de Chile…Si D. Miguel Benzo, que me enseñó cosas muy valiosas con probada equidad intelectual y moral, levantará la cabeza, no daría crédito a esta huida de la historia.
Los “laicistas” serán lo que sean y los que sean, está por verse, pero frente a ellos no vale todo. Mostrar la Doctrina Social de la Iglesia, e inspirar en ella la propia vida, en el ámbito privado y público, como individuos y como asociaciones apostólicas, es noble y legítimo, pero “la legitimidad” viene no sólo de la Doctrina, sino de la sinceridad ante la historia y ante la pluralidad efectiva de una sociedad democrática como la española. Y sin olvidar las preferencias evangélicas, con los más pobres y débiles, al reclamar justicia y libertad. Tenemos que seguir pensando, si es que pretendemos lo mismo.
Tan seguro se siente de que esa fue una buena reflexión sobre el catolicismo en la vida pública española, que recurre a ella para responder a la invitación de la revista Vida Nueva, (19 al 25 de Enero de 2008, 34), para su sección Enfoque, y en “alternativa” a la voz del conocido sociólogo vasco, Javier Elzo.
Cuando se conoció ese comunicado no era el momento de revolver en un debate que podía cansar. Por otro lado, a medida que se escuchan mil voces en una cuestión, los argumentos se repiten y las posturas se enconan. Sinceramente, en un debate de esas características ya sólo buscamos tener razón o, al menos, quedar de pie, ganarlo. Esto de debatir es como un partido de tenis en el que al final gana el que más resiste. Ahora está de moda sacar con fuerza y gana el que mejor saque tiene. Pues lo mismo en los debates, los gana el que mejor saca; lanza la bola con tanta fuerza que noquea al contrario. Pero ésta es otra cuestión. Volvamos al mentado comunicado de la AcdP en la sección de Enfoque y hagámoslo con mayor calma que el día de su aparición.
“La grave situación actual de laicismo beligerante por la que atraviesa la sociedad española…”, bueno, -a mi juicio-, es una opinión; no lo dicen, pero es una opinión; con sus razones, ciertamente, y con otras que la contrapesan, también ciertas, y que por lo visto no sirven o no las ven.
“(Lo cual) exige, como tantas otras veces en la historia de España, que la ACdP esté en la primera línea de la defensa de la libertad”. Si esta es su autoconciencia, la defensa de la libertad, no puedo sino respetarlo, pero necesito hablar de cuál es el contenido de la libertad, y no puedo darlo por supuesto. Esto de las grandes palabras o conceptos se presta a un uso abusivo e incierto. Hay que aclarar qué libertad y luego diremos si tiene insuficiencias y cuáles. Y sobre todo, si se añade “como tantas otras veces en la historia de España”, la cosa es más delicada, porque entre esas “tantas otras veces” ha habido muchos silencios y, desde luego, nada cristianos ante la dictadura franquista, que por cierto duró cuarenta años. No digo que su hoja de servicios, la de la ACdP, no tenga actuaciones valiosas, pero esperaba más de su capacidad de autocrítica histórica. Y es que, aquí, enseguida queremos dar brillo a la historia propia con las mejores excepciones del colectivo. Esto es muy común en las instituciones. También en la Iglesia. Primero los perseguimos y luego nos damos brillo histórico a su costa.
Es desproporcionada, -denuncian-, “la reacción que ha producido esta celebración” de la familia cristiana. Estoy de acuerdo. Y arremeten, de inmediato, contra el laicismo, así en general, que sería el que ha conducido las reacciones de todos los políticos y el que les mueve en el fondo de manera casi ciega. No estoy de acuerdo en esta visión tan escasa de autocrítica y tan genérica. Por el contrario, -dirían-, la Iglesia se ha limitado a defender su enseñanza que lo es, además, de instituciones legítimamente naturales. Por supuesto, lo de “naturales” es de nuestra competencia como Iglesia que somos. Cómoda la contraposición, ¿no?
El gobierno debe cumplir la Constitución, “cosa que no hacen, a nuestro juicio”. Se agradece, este “a nuestro juicio”. No lo sé, porque ¿dónde están los jueces que no lo impiden? A lo mejor hay varios modos de cumplir la Constitución, y varios modos también de obviarla. A lo mejor es que, en ningún supuesto, nos gusta el modo de “los socialistas”. Es una pregunta.
Y aquí mi mayor reparo, “sólo los comportamientos intolerables (sic) (¿intolerantes?) y totalitarios se atreven a negar a la Iglesia Católica su contribución al surgimiento y desarrollo de la democracia…” Y ni un ápice de autocrítica, ni en cuanto a nuestra “reserva” a la tradición de los derechos humanos y la democracia política, ni en cuanto a los errores nacionalcatólicos hispanos. (¿Para qué te vas a criticar, si ya lo van a hacer otros por ti?, o ¿esto es la guerra y cualquier fisura te debilita?, -parecen pensar).
“… pensamos que la Iglesia Católica en España está donde ha estado siempre: en el Evangelio y en la tradición viva de la comunión de fe, de esperanza y de caridad. Es la única institución que, separando perfectamente lo temporal de lo espiritual, supera las fronteras nacionales…”. ¿Qué quieren que les diga… pues no, siempre, no, y nuestra historia está plagada de hechos apabullantes. Y la de Italia, y la de Argentina, y la de Chile…Si D. Miguel Benzo, que me enseñó cosas muy valiosas con probada equidad intelectual y moral, levantará la cabeza, no daría crédito a esta huida de la historia.
Los “laicistas” serán lo que sean y los que sean, está por verse, pero frente a ellos no vale todo. Mostrar la Doctrina Social de la Iglesia, e inspirar en ella la propia vida, en el ámbito privado y público, como individuos y como asociaciones apostólicas, es noble y legítimo, pero “la legitimidad” viene no sólo de la Doctrina, sino de la sinceridad ante la historia y ante la pluralidad efectiva de una sociedad democrática como la española. Y sin olvidar las preferencias evangélicas, con los más pobres y débiles, al reclamar justicia y libertad. Tenemos que seguir pensando, si es que pretendemos lo mismo.