D. Antonio Cañizares y D. Fernando Sebastián nos interpelan
Hace pocos días, e inaugurando el Curso de Verano ‘Ángel Herrera Oria y la modernización de España’ que organizan en Santander la Asociación Católica de Propagandistas y la Universidad CEU San Pablo, el Cardenal Arzobispo de Toledo, denunció la existencia de “un proyecto social y cultural que pretende configurar una sociedad laica sin ninguna referencia religiosa y moral tratando de imponer un pensamiento nihilista, eliminando de forma deliberada todo lo católico en la vida pública” (Fuente: RD). En torno a esta tesis, desgranaba D. Antonio diversos argumentos y ejemplos que, a su juicio, la corroboraban. Por otro lado, era bastante concreto en los comportamientos sociales y morales que de los católicos pedía. Al texto, todavía como “resumen” en RD, remito.
Al día siguiente me llamó la atención un texto de D. Fernando Sebastián, ¿Dónde están nuestros socialistas?, publicado en otro blog de RD, por más señas, Contracorriente. No sé cuál era el origen del texto, el Blogger no lo decía. Pero sí aparecía clara la autoría y la firma. Lo leí con cuidado y me llamó la atención que ambos, el de D. Antonio y el de D. Fernando, parecían calcados en lo sustancial.
El de D. Fernando, ¡y que me disculpe D. Antonio por elegir el comentario de éste!, se refería a nuestra situación “sociocultural”, la española, bajo la dirección política “socialista”, en unos términos que me permito comentar brevemente; y que lo hago con el propósito de recordar que la Iglesia, en sus más destacadas voces, tiende a olvidar su propia responsabilidad y necesidad de cambio en los males que denuncia. Es como si ella siempre quedara fuera de la fotografía y, con este “mutis por el foro”, sólo puede solucionar en falso los males que denuncia. Decía el texto de D. Fernando:
“Ante esta exaltación del radicalismo, la primera necesidad es comprender lo que ocurre. No podemos caer en la ingenuidad de pensar que estas orientaciones se quedan en el terreno de una explicable rectificación de viejas costumbres clericales o confesionales, o que se justifican por una razonable modernización de nuestra sociedad, tal como nos explican con sus persuasivas referencias a la laicidad. Se trata más bien de una quiebra cultural que niega las bases espirituales y morales de nuestra sociedad. La dura verdad es que estamos en manos de una ideología radical, extremadamente peligrosa, capaz de destruir la conciencia y la consistencia moral de nuestra sociedad. Aunque nadie lo haya formulado explícitamente, estamos asistiendo a la entronización de una concepción relativista del bien y del mal, una concepción narcisista y hedonista de la vida que, por no sustentarse en la verdad objetiva de las cosas, termina siendo destructora y nihilista”.
(Es una manera de ver las cosas y hay que pensar en ella. Yo no la comparto punto por punto, ni mucho menos, pero tampoco la desprecio. Hay que pensarla y despacio. Seguí leyendo pensando que poco a poco se aclararía mejor la propuesta cristiana).
Y seguía:
“Lo mucho o lo poco que haya de verdad en estas consideraciones, nos obliga a preguntarnos qué podemos y debemos hacer ante semejante situación.
(Un comentario necesario. No, si hay poco de verdad, entonces no es lo mismo y hay que hacer otras cosas; ésta es la cuestión que no debería despacharse como si no cambiara nada de lo que sigue. La cuestión principal es si en lo dicho hay mucho o poco de verdad, pues si hay poco, todo lo que digamos se cimentará en falso; por tanto, estamos suponiendo que hay mucho de verdad).
"No quiero entrar en análisis ni sugerencias de orden político. Me parece más importante atender a las ideas y los comportamientos. (Uno esperaría ahora algo muy concreto, pero…). Pienso que para los cristianos está llegando un momento de prueba, en el que tenemos que intensificar la fidelidad y la coherencia. (¿Quién no estará de acuerdo?, pero otra vez uno espera algo más concreto)
Llevamos demasiado tiempo jugueteando con progresismos de salón y cómodas ambigüedades. Es la hora del ser o no ser, de la claridad y de la unidad, con todas las consecuencias. (Desde luego, veamos en qué) La fe ardiente en Jesucristo y la adoración sincera del Dios verdadero son la mejor levadura para purificar y vitalizar la cultura de una sociedad. Siendo buenos cristianos seremos también buenos ciudadanos”.
(Así, si no fuera porque tenemos más datos de otros escritos de D. Fernando, ¿esto quién lo negará entre los cristianos? Todos estamos seguros de que siendo buenos cristianos vamos a ser buenos ciudadanos. Así lo pensamos de nosotros mismos. ¿Y los no creyentes, lo piensan así? No todos suelen pensarlo así; tampoco están obligados a pensarlo. Su obligación es respetar que desde estas convicciones creyentes se puede ser perfectamente ciudadanos de fiar y ejemplares, y por nuestra parte, demostrarlo. Ellos también. Pero el problema sigue abierto, y hay que resolverlo día a día, y caso público por caso, y se concreta en cuál es la base moral compartida por una sociedad democrática y plural y cómo acrecentar esa moral compartida desde la igualdad y la libertad de todos los miembros de la sociedad civil; y por tanto, con la Iglesia de los cristianos en ella. Si no hay una conciencia clara de la fe en su relación inmediata con la moral cristiana, y de la peculiaridad de su relación mediata con la moral civil compartida, podemos ser muy buenos cristianos y equivocarnos, a veces, como ciudadanos.
Esto puede pasar, y yo creo que el texto ni se lo plantea. Por lo menos hay que pensarlo bien y no despachar la equivalencia como una obviedad, no sólo para los que creemos, sino también para los que no lo hacen. A ver, que esto no quiere decir que los otros ciudadanos sean más demócratas que un cristiano y con una moral más universal y cierta; quiere decir “lo dicho”, que hay que discernir bien eso de siendo buenos cristianos seremos también buenos ciudadanos, para traducirlo a leyes comunes en sociedades plurales. Y llegado el caso, verificarlo excepcionalmente y con sus condiciones probadas, en objeción de conciencia).
“Pero el problema no es sólo de católicos. La alternativa no es entre católicos y no católicos. Ni es tampoco cuestión de derechas y de izquierdas. Está en juego no sólo nuestra identidad cultural, sino la salud espiritual y moral de nuestra sociedad. Estamos ante una cuestión de sensatez y de responsabilidad antropológica. Por eso los españoles en general, la mayoría del sentido común, tienen que ser capaces de ir al fondo de la cuestión, no dejándose paralizar por las etiquetas, los chantajes o los circunloquios"
(A mi juicio, este cuidado afecta al socialismo gobernante, y a otras tradiciones políticas y culturales, y afecta también a la Iglesia Católica en España y en Europa. Es decir, el que denuncia, no queda por ese solo hecho al margen del problema que plantea, y es que “el fiscal”, en este caso, esté implicado como parte en la misma causa. Yo al menos lo veo así, y de ello hay que hablar para corregir).
"Quienes quieran defender nuestra pervivencia como sociedad libre y justa, tienen que reaccionar ante esta ideología relativista y nihilista, capaz de destruir el alma y la consistencia moral de nuestra sociedad".
(Insisto en que hay que hablar de esa alma y consistencia moral de nuestra sociedad, que siendo de origen católico en buena medida, no goza de la presunción completa de bondad y atención a la libertad y la justicia social que le atribuimos desde la Iglesia. ¡Y bien que lo siento! Pero que sean malos tiempos para la autocrítica, porque está en juego mucho, y las malas artes de los contendientes se imponen por doquier, no significa que el tiempo de discutir sobre estas cosas que nos afectan como Iglesia sea “luego”. La razón: porque “luego” puede ser demasiado tarde, y luego puede ser demasiado difícil tornar a la justicia y la verdad de lo que es exigible a la Iglesia de Jesús de Nazaret, Jesucristo, en la forma como él es Cristo de Dios, con sus actitudes y vida, con las bienaventuranzas y los últimos en su centro moral, espiritual, pastoral y organizativo. Por tanto, hablemos de ese proyecto cultural nihilista; probemos que hay tal y hasta dónde llega; pero sin dejar para después, hacia dentro de la Iglesia, ¡y a la vez!, la cuestión de la identidad religiosa, cristiana, justa, libre y solidaria de lo que decimos de nosotros y exigimos de los otros. En caso contrario, yo no me creo que habrá ese “luego” y, sobre todo, no me creo que acertemos en la respuesta cristiana. Y otra vez la razón: porque hemos dejado de lado elementos sustantivos de la pregunta eclesial erca de lo evangélico hoy y aquí. Lo hacemos en aras de lo urgente, lo percibimos como lo fundamental, -alega D. Fernando-, pero en realidad -y a mi juicio- la cuestión legítima de la presencia cultural de la fe deja para más tarde elementos sustanciales de la identidad mesiánica de Jesús- ¿Cuáles? Los que nos resultan más interpelantes y difíciles de asumir como Iglesia del Evangelio de Jesús, y eso es una salida en falso desde todos los puntos de vista).
"Luego ya habrá tiempo para discutir de otras cosas”.
Tengo que reconocer, y agradecer, que este tipo de textos me hacen pensar. Con Dios.
Al día siguiente me llamó la atención un texto de D. Fernando Sebastián, ¿Dónde están nuestros socialistas?, publicado en otro blog de RD, por más señas, Contracorriente. No sé cuál era el origen del texto, el Blogger no lo decía. Pero sí aparecía clara la autoría y la firma. Lo leí con cuidado y me llamó la atención que ambos, el de D. Antonio y el de D. Fernando, parecían calcados en lo sustancial.
El de D. Fernando, ¡y que me disculpe D. Antonio por elegir el comentario de éste!, se refería a nuestra situación “sociocultural”, la española, bajo la dirección política “socialista”, en unos términos que me permito comentar brevemente; y que lo hago con el propósito de recordar que la Iglesia, en sus más destacadas voces, tiende a olvidar su propia responsabilidad y necesidad de cambio en los males que denuncia. Es como si ella siempre quedara fuera de la fotografía y, con este “mutis por el foro”, sólo puede solucionar en falso los males que denuncia. Decía el texto de D. Fernando:
“Ante esta exaltación del radicalismo, la primera necesidad es comprender lo que ocurre. No podemos caer en la ingenuidad de pensar que estas orientaciones se quedan en el terreno de una explicable rectificación de viejas costumbres clericales o confesionales, o que se justifican por una razonable modernización de nuestra sociedad, tal como nos explican con sus persuasivas referencias a la laicidad. Se trata más bien de una quiebra cultural que niega las bases espirituales y morales de nuestra sociedad. La dura verdad es que estamos en manos de una ideología radical, extremadamente peligrosa, capaz de destruir la conciencia y la consistencia moral de nuestra sociedad. Aunque nadie lo haya formulado explícitamente, estamos asistiendo a la entronización de una concepción relativista del bien y del mal, una concepción narcisista y hedonista de la vida que, por no sustentarse en la verdad objetiva de las cosas, termina siendo destructora y nihilista”.
(Es una manera de ver las cosas y hay que pensar en ella. Yo no la comparto punto por punto, ni mucho menos, pero tampoco la desprecio. Hay que pensarla y despacio. Seguí leyendo pensando que poco a poco se aclararía mejor la propuesta cristiana).
Y seguía:
“Lo mucho o lo poco que haya de verdad en estas consideraciones, nos obliga a preguntarnos qué podemos y debemos hacer ante semejante situación.
(Un comentario necesario. No, si hay poco de verdad, entonces no es lo mismo y hay que hacer otras cosas; ésta es la cuestión que no debería despacharse como si no cambiara nada de lo que sigue. La cuestión principal es si en lo dicho hay mucho o poco de verdad, pues si hay poco, todo lo que digamos se cimentará en falso; por tanto, estamos suponiendo que hay mucho de verdad).
"No quiero entrar en análisis ni sugerencias de orden político. Me parece más importante atender a las ideas y los comportamientos. (Uno esperaría ahora algo muy concreto, pero…). Pienso que para los cristianos está llegando un momento de prueba, en el que tenemos que intensificar la fidelidad y la coherencia. (¿Quién no estará de acuerdo?, pero otra vez uno espera algo más concreto)
Llevamos demasiado tiempo jugueteando con progresismos de salón y cómodas ambigüedades. Es la hora del ser o no ser, de la claridad y de la unidad, con todas las consecuencias. (Desde luego, veamos en qué) La fe ardiente en Jesucristo y la adoración sincera del Dios verdadero son la mejor levadura para purificar y vitalizar la cultura de una sociedad. Siendo buenos cristianos seremos también buenos ciudadanos”.
(Así, si no fuera porque tenemos más datos de otros escritos de D. Fernando, ¿esto quién lo negará entre los cristianos? Todos estamos seguros de que siendo buenos cristianos vamos a ser buenos ciudadanos. Así lo pensamos de nosotros mismos. ¿Y los no creyentes, lo piensan así? No todos suelen pensarlo así; tampoco están obligados a pensarlo. Su obligación es respetar que desde estas convicciones creyentes se puede ser perfectamente ciudadanos de fiar y ejemplares, y por nuestra parte, demostrarlo. Ellos también. Pero el problema sigue abierto, y hay que resolverlo día a día, y caso público por caso, y se concreta en cuál es la base moral compartida por una sociedad democrática y plural y cómo acrecentar esa moral compartida desde la igualdad y la libertad de todos los miembros de la sociedad civil; y por tanto, con la Iglesia de los cristianos en ella. Si no hay una conciencia clara de la fe en su relación inmediata con la moral cristiana, y de la peculiaridad de su relación mediata con la moral civil compartida, podemos ser muy buenos cristianos y equivocarnos, a veces, como ciudadanos.
Esto puede pasar, y yo creo que el texto ni se lo plantea. Por lo menos hay que pensarlo bien y no despachar la equivalencia como una obviedad, no sólo para los que creemos, sino también para los que no lo hacen. A ver, que esto no quiere decir que los otros ciudadanos sean más demócratas que un cristiano y con una moral más universal y cierta; quiere decir “lo dicho”, que hay que discernir bien eso de siendo buenos cristianos seremos también buenos ciudadanos, para traducirlo a leyes comunes en sociedades plurales. Y llegado el caso, verificarlo excepcionalmente y con sus condiciones probadas, en objeción de conciencia).
“Pero el problema no es sólo de católicos. La alternativa no es entre católicos y no católicos. Ni es tampoco cuestión de derechas y de izquierdas. Está en juego no sólo nuestra identidad cultural, sino la salud espiritual y moral de nuestra sociedad. Estamos ante una cuestión de sensatez y de responsabilidad antropológica. Por eso los españoles en general, la mayoría del sentido común, tienen que ser capaces de ir al fondo de la cuestión, no dejándose paralizar por las etiquetas, los chantajes o los circunloquios"
(A mi juicio, este cuidado afecta al socialismo gobernante, y a otras tradiciones políticas y culturales, y afecta también a la Iglesia Católica en España y en Europa. Es decir, el que denuncia, no queda por ese solo hecho al margen del problema que plantea, y es que “el fiscal”, en este caso, esté implicado como parte en la misma causa. Yo al menos lo veo así, y de ello hay que hablar para corregir).
"Quienes quieran defender nuestra pervivencia como sociedad libre y justa, tienen que reaccionar ante esta ideología relativista y nihilista, capaz de destruir el alma y la consistencia moral de nuestra sociedad".
(Insisto en que hay que hablar de esa alma y consistencia moral de nuestra sociedad, que siendo de origen católico en buena medida, no goza de la presunción completa de bondad y atención a la libertad y la justicia social que le atribuimos desde la Iglesia. ¡Y bien que lo siento! Pero que sean malos tiempos para la autocrítica, porque está en juego mucho, y las malas artes de los contendientes se imponen por doquier, no significa que el tiempo de discutir sobre estas cosas que nos afectan como Iglesia sea “luego”. La razón: porque “luego” puede ser demasiado tarde, y luego puede ser demasiado difícil tornar a la justicia y la verdad de lo que es exigible a la Iglesia de Jesús de Nazaret, Jesucristo, en la forma como él es Cristo de Dios, con sus actitudes y vida, con las bienaventuranzas y los últimos en su centro moral, espiritual, pastoral y organizativo. Por tanto, hablemos de ese proyecto cultural nihilista; probemos que hay tal y hasta dónde llega; pero sin dejar para después, hacia dentro de la Iglesia, ¡y a la vez!, la cuestión de la identidad religiosa, cristiana, justa, libre y solidaria de lo que decimos de nosotros y exigimos de los otros. En caso contrario, yo no me creo que habrá ese “luego” y, sobre todo, no me creo que acertemos en la respuesta cristiana. Y otra vez la razón: porque hemos dejado de lado elementos sustantivos de la pregunta eclesial erca de lo evangélico hoy y aquí. Lo hacemos en aras de lo urgente, lo percibimos como lo fundamental, -alega D. Fernando-, pero en realidad -y a mi juicio- la cuestión legítima de la presencia cultural de la fe deja para más tarde elementos sustanciales de la identidad mesiánica de Jesús- ¿Cuáles? Los que nos resultan más interpelantes y difíciles de asumir como Iglesia del Evangelio de Jesús, y eso es una salida en falso desde todos los puntos de vista).
"Luego ya habrá tiempo para discutir de otras cosas”.
Tengo que reconocer, y agradecer, que este tipo de textos me hacen pensar. Con Dios.