Cristianos en "esta" democracia, por supuesto
Llegaba de viaje y me digo, bueno, ¡vale!, hoy me olvido del blog. Entro, y claro, algo hay que decir; quien entra se lo merece. Gracias a quien le gusta; y si no tanto, gracias a quien le gusta siquiera el modo de intentarlo.
Y luego el fondo, al que sigue atendiendo Xabier. Los laicos tienen que ser protagonistas de la presencia política del cristianismo, cuando hablamos de ella en sentido estricto. Lo dice bien la Deus Caritas est y es algo bien pensado hace tiempo, Y no son el largo brazo de la jerarquía en la política. Claro que la fe tiene un significado público, en sentido amplio, y que la jerarquía debe implicarse, pero con un profundo y explícito sentido de la democracia, de su valor humanizador irrenunciable, y, desde aquí, marcando el acento en esta asunción queridísima, las críticas fundadas que se necesite hacer; y las mismas críticas, bien fundadas en razonamientos sólidos, en el ejemplo personal y colectivo, y en clara distancia con opciones políticas partidistas que las puedan capitalizar. En fin, hay que afinar más.
Y sobre si dentro de la Jerarquía y sus aledaños falta gente con tradición democrática, por no decir, claramente faltos de ella, no quiero hacer recuento del pasado de cada uno; no temo salir malparado, pero no me gusta esa vía; pero es verdad, cada uno sabe dónde estaba y qué decía hace no tantos años; todos podemos cambiar. Vale.
El pluralismo eclesial, de otro lado, es rico e incómodo; es cierto, yo ahora, lo creo así, es un tanto desquiciado; pero, precisamente por esto, es el ministerio de gobierno el que más debe hace por acercar y crear consensos "afectivos, celebrativos y doctrinales". Si te decantas por unos "hijos", y gobiernas a golpe de "catecismo", no creo que logres demasiado en cuanto a la unión de las comunidades. Gobernar no es fácil, es difícil, lo acepto; gobernar bien, claro.
Y, la pregunta del millón, ¿cómo ser cristianos hoy, del Jesucristo de Dios, del Evangelio de Reino como Buena Nueva de Dios para la gente, y en particular para los más olvidados o sufrientes? Pues la respuesta está por hacer entre todos; no partimos de cero, pero tampoco está respondida; cada generación tiene que hacerlo; y la nuestra, en su mayor parte, quiere hacerlo compitiendo con el mundo ("poder", no sólo, pero "poder") con sus mismas armas, "otro poder, con el deseo, ya hasta convicción, de no serlo".
Es un dilema terrible. El "poder" sólo escucha al "poder" y la tentación está servida. Creo que el Evangelio, y la tradición depurada a su luz, nos ofrece recursos espirituales y morales suficientes como para intentar siempre una oferta religiosa, educativa, "caritativa" y de "presencia pública" muy digna.
Importa reconocer cuáles son sus ejes, y en este sentido, en el tiempo en que vivimos, el afecto claro hacia la democracia y los derechos fundamentales de todos, es decisivo; y lo es la causa de seres humanos más frágiles, débiles y olvidados; y lo es el aprecio de la fe en su dimensión más celebrativa, más personal y consoladora; y lo es la sencillez en el modo de vida y de relacionarse con la gente y la sociedad; y lo es dar explicaciones mil veces de por qué se hace algo y no otra cosa, o se piensa así y no de otro modo, o se gasta en esto y no en aquello, o se es propietario de esto y no de aquello... tantas cosas, sencillas y no tanto, que requieren entendernos como Iglesia de modo más acorde con el respeto de la fe (regalo de Dios) y del ser humano (hijo del mismo Dios y mayor de edad en todos los sentidos).
Las ideas no cambian, ellas solas, el mundo; pero qué idea de Iglesia, de Salvación, de Ministerio Presbiteral y Episcopal, de cómo Jesús es el Mesías de Dios, y de qué nos salva, y cómo, y quién es el mismo Dios, todo esto es siempre definitivo. Y luego está lo del talante personal, pues lo que la naturaleza no da, la gracia no lo suple. Y el que es un cardo, o un fanático, o un soberbio, o un conspirador, lo es como ciudadano, como profesor, como periodista o como Obispo. Un saludo cordial.
Y luego el fondo, al que sigue atendiendo Xabier. Los laicos tienen que ser protagonistas de la presencia política del cristianismo, cuando hablamos de ella en sentido estricto. Lo dice bien la Deus Caritas est y es algo bien pensado hace tiempo, Y no son el largo brazo de la jerarquía en la política. Claro que la fe tiene un significado público, en sentido amplio, y que la jerarquía debe implicarse, pero con un profundo y explícito sentido de la democracia, de su valor humanizador irrenunciable, y, desde aquí, marcando el acento en esta asunción queridísima, las críticas fundadas que se necesite hacer; y las mismas críticas, bien fundadas en razonamientos sólidos, en el ejemplo personal y colectivo, y en clara distancia con opciones políticas partidistas que las puedan capitalizar. En fin, hay que afinar más.
Y sobre si dentro de la Jerarquía y sus aledaños falta gente con tradición democrática, por no decir, claramente faltos de ella, no quiero hacer recuento del pasado de cada uno; no temo salir malparado, pero no me gusta esa vía; pero es verdad, cada uno sabe dónde estaba y qué decía hace no tantos años; todos podemos cambiar. Vale.
El pluralismo eclesial, de otro lado, es rico e incómodo; es cierto, yo ahora, lo creo así, es un tanto desquiciado; pero, precisamente por esto, es el ministerio de gobierno el que más debe hace por acercar y crear consensos "afectivos, celebrativos y doctrinales". Si te decantas por unos "hijos", y gobiernas a golpe de "catecismo", no creo que logres demasiado en cuanto a la unión de las comunidades. Gobernar no es fácil, es difícil, lo acepto; gobernar bien, claro.
Y, la pregunta del millón, ¿cómo ser cristianos hoy, del Jesucristo de Dios, del Evangelio de Reino como Buena Nueva de Dios para la gente, y en particular para los más olvidados o sufrientes? Pues la respuesta está por hacer entre todos; no partimos de cero, pero tampoco está respondida; cada generación tiene que hacerlo; y la nuestra, en su mayor parte, quiere hacerlo compitiendo con el mundo ("poder", no sólo, pero "poder") con sus mismas armas, "otro poder, con el deseo, ya hasta convicción, de no serlo".
Es un dilema terrible. El "poder" sólo escucha al "poder" y la tentación está servida. Creo que el Evangelio, y la tradición depurada a su luz, nos ofrece recursos espirituales y morales suficientes como para intentar siempre una oferta religiosa, educativa, "caritativa" y de "presencia pública" muy digna.
Importa reconocer cuáles son sus ejes, y en este sentido, en el tiempo en que vivimos, el afecto claro hacia la democracia y los derechos fundamentales de todos, es decisivo; y lo es la causa de seres humanos más frágiles, débiles y olvidados; y lo es el aprecio de la fe en su dimensión más celebrativa, más personal y consoladora; y lo es la sencillez en el modo de vida y de relacionarse con la gente y la sociedad; y lo es dar explicaciones mil veces de por qué se hace algo y no otra cosa, o se piensa así y no de otro modo, o se gasta en esto y no en aquello, o se es propietario de esto y no de aquello... tantas cosas, sencillas y no tanto, que requieren entendernos como Iglesia de modo más acorde con el respeto de la fe (regalo de Dios) y del ser humano (hijo del mismo Dios y mayor de edad en todos los sentidos).
Las ideas no cambian, ellas solas, el mundo; pero qué idea de Iglesia, de Salvación, de Ministerio Presbiteral y Episcopal, de cómo Jesús es el Mesías de Dios, y de qué nos salva, y cómo, y quién es el mismo Dios, todo esto es siempre definitivo. Y luego está lo del talante personal, pues lo que la naturaleza no da, la gracia no lo suple. Y el que es un cardo, o un fanático, o un soberbio, o un conspirador, lo es como ciudadano, como profesor, como periodista o como Obispo. Un saludo cordial.