¡Cuidado con los neoliberales "cristianos"! Por una esperanza social informada

Creo haber leído en algún sitio esta provocación: En un mundo donde nadie espera un futuro verdaderamente nuevo, lo único importante es saber dónde pasaremos las próximas vacaciones o qué haremos en el puente festivo más cercano. Seguro que es una conclusión exagerada, porque el ser humano siempre alberga esperanzas mayores que éstas, pero ¿verdad que tiene algo de sospechosamente cierto? En alguna otra ocasión leí que, cuando sólo lo sorprendente y espectacular es noticia, casi todo lo demás nos pasa desapercibido; en concreto, las quejas de los más necesitados es como si no existieran.
Esa desesperanza cultural y este desprecio de lo pequeño, tampoco habría de sorprendernos de manera absoluta. Se ha instalado por todas partes y se ha adueñado de más de un rincón de nuestras almas. En el caso de los creyentes parece premonitorio que la Sagrada Escritura se “abra” y se “cierre” con la pregunta por el prójimo más inmediato y la resistencia a reconocerlo en la vida cotidiana. “¿Qué es de tu hermano?” Le pregunta Yahvé a Caín y su respuesta, “¿Acaso soy yo guardián de la suerte de mi hermano?”. Y en el Nuevo Testamento, la llamada de Jesús a la compasión y la fraternidad, empezando por los más pobres y débiles, hace que un experto le pregunte por el prójimo, buscando quizá una complicación moral que el asunto no tiene: “¿Y quién es mi prójimo?”

Este par de reflexiones iniciales no hacen sino ponernos ante un “dilema histórico” extraordinario. Si perdemos la esperanza en las posibilidades de mejora profunda del mundo, si quedamos paralizados en una visión de las cosas conformista; si nuestra mirada se atiene a la experiencia privilegiada de los grupos más cualificados de una sociedad rica, es muy difícil compartir que “otro mundo es posible” y que “lo es más que nunca para esta generación”. He hablado de un dilema histórico, pero esta expresión es grandilocuente en exceso. Mejor decir que nos pone ante un reto personal y comunitario muy importante. Es mejor concebir los retos en clave personal y comunitaria para que no se evaporen en una especie de metateoría de la historia. Me acuerdo de aquello de “piensa globalmente y actúa localmente”, y su correspondiente, piensa en contacto con la realidad más próxima y actúa en coherencia con la realidad más global.

Mantener la esperanza en todo lugar y tiempo, hacerlo con la modestia de quien aporta una experiencia personal limitada, respetuosa de otras y nada dogmática, firme y exigente y, a la vez, pacificadora, es una necesidad vital en nuestros días. Reconocer el valor de las situaciones normales en que vive la gente común, la necesidad de verdad y de justicia de las gentes con problemas sin mayor peso político y económico, incluso sin eco público, puede parecer un esfuerzo insignificante, pero es tan valioso como lo que más, y traduce de manera inapelable el dar de comer al hambriento y beber al sediento a la altura de nuestro tiempo. ¿En qué otra cosa ha de consistir la misericordia de Dios?

Otro mundo es posible y lo puede lograr más que nunca esta generación, decimos; por conocimiento de la realidad, por medios materiales a nuestra disposición y por facilidad en las comunicaciones de ideas, personas, cosas y capitales. La voluntad política de abordarlo, la voluntad práctica de quererlo y de compartirlo, la voluntad moral de aceptar los resultados contablemente costosos para todos, ¡en proporción a las posibilidades y con suficiencia para todos!, éste es el problema. De ahí la importancia que tiene regalarnos esperanza unos a otros, no ensoñaciones o palabras dulzonas, no quimeras ideológicas, sino esperanza con pies y ojos en la tierra; esperanza que no se resista al recuento de noticias e injusticias, sino que por el contrario se inspire en lo aprendido entre los más necesitados e injustamente tratados. Y de ahí la importancia, tan ridiculizada hoy, de concienciar-nos. ¿Ridiculizada? Sí, claro, se ridiculiza a los “militantes” como “mitineros” o “sociopijos”, “progres insoportablemente tontos”, para defender la libertad de elegir entre dos formas de vestir, o disfrutar de dos cosas igual de caras y de poco útiles, además de insostenibles, o para dar por bueno el modelo social porque “es mejor que otros ya superados”. Más aún, como esas cosas son riqueza, bienestar, progreso y PIB, ya son buenas. ¡Qué pobres razones!

A mi juicio, la tarea de constituir minorías que compartan convicciones morales y sociales justas y sostenibles, es más importante que cualquier otra. Cierto que no creemos, ni queremos, en vanguardias que lo saben todo para todos y que interpretan para todos la verdad de un proceso histórico. Esto es ridículo. Los grupos y las personas siempre deberíamos aspirar a que nuestro mensaje social se haga mayoritario y poder público. Pero rechazamos, igual de firmes, la invitación de los que proponen, ¡con aparente desinterés y cientificidad!, una libertad y justicia a la medida de esta ideología moralmente raquítica: “Otro mundo mejor que éste es cosa del libre mercado. Nunca lo toquéis, ni poco ni mucho, que es como poner vuestras sucias manos en el pan”!

Por el contrario, nosotros, hecho el examen de conciencia sobre nuestras vidas, atentos a la palabrería y a los silencios cómplices, sabemos que lo importante es mantener la certeza, no sólo la esperanza, sino la certeza de que ahora sí, otro mundo es posible, y lo es más que nunca. Y lo es con colaboración de todos los que lo ven, lo desean y lo necesitan. Y lo es, reconociendo la necesidad de llegar hasta la política y las mayorías que la “rigen” (debieran). Y si la política se compromete a algo, por poco que sea, tiene mucha fuerza para llevarlo a cabo. Es verdad que también lo absorbe todo y lo asimila, lo metaboliza y lo transforma en otra cosa, pero ahí estamos para retomar el fruto y seguir con el empeño forzando a los Estados. Con todo, si ellos se mueven desde la ONU, al grito de ¡levántate contra la pobreza!, es un empujón nada despreciable. Se aprovecha su impulso y a seguir de frente.

Y por eso son vitales la gente de esperanza; esperanza firme y adulta, histórica y realista, vivida y comprometida, informada y pensada, la gente de esperanza, porque la esperanza, “es un activo necesario para resolver los grandes problemas... Cuando está viva, es capaz de lograr casi lo imposible. Cuando está muy mermada, paraliza las energías sociales por el abatimiento y la pasividad... su fermento (para los cristianos) es la Cruz y la Resurrección de Jesús”.
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