Insisto, sin compasión, no hay fe cristiana

Es evidente que leo noticias y opiniones sobre la Iglesia vasca, sobre todo, opiniones, que no me gustan. Lo he dicho mil veces. Hacer juicios sobre las personas y de sus intenciones es una inmoralidad grave. Juzgar los hechos es legítimo. Hacerlo con la máxima objetividad posible es una obligación. Equivocarnos es posible, y acertar, también. Pero juzgar a las personas y sus intenciones, denigrarlas y despreciarlas, obispos o no, es una inmoralidad que no admite justificación alguna. “Con la medida que juzguéis, seréis juzgados”.

No hay ninguna Iglesia, ninguna, que reconozca como voz interna y propia a quienes así actúan. Hay amores que matan, y en la Iglesia también. Arrepentidos nos quiere, Dios, Padre que espera siempre la vuelta del hijo pródigo a casa, pero como hijo, no como siervo. Si alguna Iglesia tiene que corregir cosas, ¡quién no!, el camino de conversión lo hacen las personas y la fraternidad sincera y compasiva es imprescindible al recordárselo. Todo lo demás es fundamentalismo ideológico disfrazado de religión. Inútil y pecaminoso.

Hay mucho hijo mayor en la Iglesia que jamás se alegrará de la conversión de nadie. Quieren a Dios para sí mismos, en exclusiva; se lo merecen, se lo han ganado, y ¡hasta Dios mismo tiene que pasar por su visión de las cosas! Ebrios de sí mismos, no ven que, sin amor y compasión, no pueden aportar nada a la acción salvadora de Dios ni comprender a nadie como hermano. Sin compasión y sinceridad de corazón las palabras más críticas son cizaña y veneno.

¡El que tenga oídos para oír, qué oiga!
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