"Lo de Madrid y la familia", un debate con más fondo del que aparenta

Las cosas en su sitio es el título que la Ejecutiva Federal del PSOE dio a su comunicado de respuesta a la celebración de “la Iglesia Católica”, en Madrid, sobre “la familia cristiana”.

A medida que pasan las horas va siendo más claro que los socialistas se lo han tomado demasiado a pecho. Estas cosas, y más en campaña electoral, no conviene sobredimensionarlas. Basta con criticarlas políticamente, si ha lugar, y decir que la sociedad civil tiene sitio para todos. La democracia irá diciendo la última palabra política en cada momento.



Serenamente hablando, por tanto, parece lógico pensar en alguna respuesta pero mejor situarla en el plano del debate que le corresponde a la política. Es decir, la que advierte de la inevitable politización partidista de la religión en actos como éste, en plena campaña electoral. En segundo lugar, la que da cuenta, si así se piensa, de como ha sido la causa de los derechos humanos la que ha conducido y crecido en cada nueva ley democrática, y para ello apelar a toda la sociedad, insistiendo en el “toda” La expresión de que “las leyes han creado nuevos derechos” y recontando expresamente entre ellos alguno de los más discutidos desde una concepción “católica” de “razón natural”, no me parece muy hábil.

En tercer lugar, vuelven a la frase de “la fe no se legisla”, que me parece poco clara, pues si es cierto que la fe no se legisla, es verdad que la discusión no siempre versa sobre la fe, sino sobre cuestiones morales y si éstas son tales sólo a la luz de la fe cristiana, o también de una razón humana en cuanto tal. Ésta es una pregunta que no siempre está bien respondida, y que mientras la Iglesia da por sentado que la razón iluminada por la fe es lo mismo que la razón sin más, el pensamiento político laico da por hecho que todo lo que dice la Iglesia procede de la fe y que toda su moral es religiosa. Pero la cuestión es más complicada, como me empeño en decir por doquier, y los socialistas no entienden, y en la Iglesia tampoco.



En tal sentido, digo que la fe no se legisla, ni legisla, pero la pregunta es si todo lo que dicen éticamente los creyentes procede de la sola fe. En otras palabras, hay muchas propuestas morales cristianas, el catolicismo piensa que todas, justificadas conforme a una razón argumentativa que cualquiera puede entender y, en muchos casos, compartir. (El exceso “católico” está en que cree que por eso mismo son siempre universales y obligatorias).



Porque en el debate moral de los católicos, no todo es religión o sólo religión, sino también “ética”, es decir, moral de la razón, la democracia nos brinda un procedimiento para sacar el fruto de este debate ideológico como ley común; pero no para terminar con el debate en cuanto tal, sino para poder convivir con una ley compartida por todos. Esto significa que en la sociedad civil, el debate puede seguir, y su sujeto son todos los grupos y personas de esa sociedad civil, con la Iglesia entre ellos. Así que nadie debe asustarse de esta aparición de las religiones en el debate moral del espacio público. Este debate es público, y tiene efectos públicos, pero no es político, en el sentido de sustituir al legislador o al Estado. El Estado por su parte, y el gobierno de turno en particular, ejerce la soberanía pero no es su dueño, sino que el pueblo, la sociedad civil, las Iglesias en ella, debaten democráticamente de todo, ¡argumentan con la razón común!, y el gobierno de turno, y el mismo Estado, con la impronta peculiar de su orientación más liberal o menos, más de derechas o más de izquierdas, saben que han de respetar la voluntad popular mayoritaria, siempre en el marco de los derechos humanos de todos, también los de las minorías, facilitando el debate social y, subsidiariamente, posibilitando las iniciativas sociales especialmente de los menos fuertes y organizados.

Por tanto, el Estado es laico, pero la vida social y pública es tan diversa y plural como la sociedad misma. Todos demócratas, todos con los derechos humanos, todos con la razón humana común, todos con los derechos de los más débiles y silenciados… y, a partir de aquí, si un Estado legisla o gobierna con alguna ley “inicua o injusta” puede denunciarse, y buscar y lograr, en su caso, la objeción de conciencia.

Pero hay que aceptar la decisión mayoritaria del pueblo como ley común, respetar al gobierno que democráticamente viene siéndolo, verificar si la denuncia de leyes injustas se repite en los mismos ciudadanos, y muchas veces y sobre leyes diversas, pues en este caso son ellos quienes tienen un problema de laicidad y ciudadanía democrática, y reconocer que el daño que puede causarse a la convivencia por quien la cuestiona de continuo, casi siempre es mayor que el bien que se pretende.



Por fin, creo que el debate que hay que entender, profundizar y, a la postre, elegir tiene que ver con esto. Mientras que la modernidad nos enseñó que la laicidad es una condición del Estado, ¡y de toda la vida pública y social en cuanto tal!, y así las religiones son asunto privado, es decir, de conciencia y sacristía; hoy se extiende la idea, en muchos círculos del pensamiento social ("conservador"), de que laico es el Estado, es decir, la organización política general de una sociedad, (y esto como no-confesionalidad), pero que la vida pública y social en general no es laica, sino plural: tan diversa como sus miembros y asociaciones; o, en otras palabras, todas ellas libres para proponer y debatir la inspiración moral de las leyes. A partir de aquí, el sistema democrático, -como decía-, resuelve cuál es la inspiración triunfadora en cada caso y momento; sigue el debate y el tiempo dirá si hay cambios; el gobierno y el Estado vigilan la paz del debate, la razón democrática en él, los derechos humanos de todos, y la no marginación de las minorías.


Por tanto, y dejando a un lado lo del laicismo como tercero en discordia, una especie de religión sin revelación, el nuevo debate es éste: tenemos, de un lado, la laicidad como separación de la Iglesia y el Estado, con colaboraciones ocasionales o mínimas, según el caso, y la vida pública y social toda ella laica. Pues bien, frente a este planteamiento, que era (es) la idea moderna de laicidad a la que iba España, y sin haber llegado a ella, tenemos el reto de la laicidad como defensa del máximo espacio posible en las democracias para la libertad de conciencia individual y, por tanto, como apelación al protagonismo de la sociedad civil en todo: sujeto y lugar de todos los debates entre todos los agentes sociales y culturales, los religiosos también, sin separaciones “tan cómodas como ficticias” al modo moderno, y especialmente, el francés.



Es claro que la cosa tiene su miga, y es obvio que los sectores más conservadores del catolicismo, y en general de la cultura, saben que han encontrado “carne”, al fin, para defender su visión de la sociedad, y que la van a transformar, ellos u otros más escondidos y con menos escrúpulos, en poder social, político y económico. La Iglesia Católica ve aquí una oportunidad de recuperarse y de recuperar, a la vez, lo mejor de la cultura Europea, lo más propio, su identidad diferenciada; lo cree de verdad; y lo va a intentar. Por eso creo que el debate presentado como exclusivamente español, no es correcto. Se va a quedar corto enseguida. La pretensión de la Iglesia Española sobre la laicidad es otra que el neoconfesionalismo de hace treinta años; a mi juicio, tiene más que ver con las nuevas formulaciones de la laicidad, entendidas como el máximo de libertad para la conciencia individual en las sociedades democráticas, incluidas las de origen religioso, y ahí ve mejores oportunidades para la fe, sin por eso negar la democracia, sino una forma de ella, a juicio de la Iglesia, “procedimentalista” en extremo. Si me apuran, el negativo de la fotografía es el islamismo moderado, pero advirtiendo que el cristianismo ha dado pruebas absolutas de poder vivir en la democracia política, y hasta con recursos para fortalecerla. Europa, y América, culturalmente cristianas, es el sueño de fondo que tienen los ideólogos de los movimientos cristianos protagonistas del acto de Madrid.

El mayor problema es que para defender esta visión de la laicidad no reparan en el abuso a que someten la relación de fe y razón, el recorte "particularista" a que someten el cristianismo, los derechos humanos de otros que se pueden llevar por delante en nombre de Dios, la confusión entre moral religiosa y ética, y entre evangelización propiamente dicha y concepción "natural" de la vida social, la proximidad extrema a siglas política concretas, y el escaso aprecio de la convivencia democrática que dejan a su paso, de tanto cuestionar el valor de los procedimientos democráticos. Mucho que corregir.



Quizá les parezca que ido demasiado lejos, que todo es más inmediato, electoralista y de cortas miras, ante las próximas elecciones, pero yo digo que hay gente que ya piensa en estas cosas, y a ellas hay que atender.



Yo por aquí seguiría pensando.
Volver arriba