Noticias de Agosto con segunda lectura
Agosto es un mes lleno de noticias pasajeras. Todas las noticias son, hoy, primicias pasajeras. Pase lo que pase, nada permanece. Pero en Agosto más si cabe.
Anteayer la noticia era que había muerto Paco Umbral. Paco Umbral era un escritor “curioso”. La gente lo conocíamos más por la televisión que por sus escritos en la prensa y por sus libros. Paco Umbral escribía muy bien. Hablo de sus columnas en el periódico. Jugaba con las palabras y construía metáforas llenas de chispa e ironía. Paco Umbral era más bien conservador, ¡allá él!, y no decía gran cosa, ¡sé que muchos no me perdonarán este juicio! Sinceramente, me parece que sus columnas tenían más belleza y chispa, que profundidad. No es un delito hacer esto. Decir las cosas con poesía y belleza es quizá el mayor de los dones literarios. Por eso Paco Umbral era un escritor de primera que hacía análisis de segunda. Todo no se puede tener en la vida. Nos gustan este tipo de escritores que juegan con las palabras con destreza inigualable. Escriben de maravilla; les perdonamos que a menudo simplifiquen las cosas.
La semana también ha sido la de la conmoción por la muerte en directo de Antonio Puerta, el joven futbolista del Sevilla. Me llamó la atención la queja de un trabajador de la construcción. Su compañero había muerto aplastado en el hueco de un ascensor y se preguntaba si era una muerte menos digna de compasión. Es duro comparar las muertes. Decimos que todas las muertes son iguales, pero las reacciones sociales no lo son. Las muertes tienen también su rango simbólico; el futbolista es un héroe moderno fallecido en el templo del estadio, en pleno culto a los dioses de la ciudad y a los colores de la tribu. Es una muerte casi sagrada. Como cuando hay un atentado terrorista: nos desazona la muerte porque la entendemos real y simbólica a la vez. Nos están diciendo: en él estáis todos los demás. El obrero, en cambio, es un ser humano que muere anónimo en un trabajo arriesgado, que otros seres anónimos harán en su lugar. A los que lo conocen y aman, les resulta insoportable nuestro silencio; y tienen razón, deberíamos plantearnos esta barbarie compartida.
Otra cosa me llamó la atención esta semana. Dicen que en los restaurantes de lujo te ofrecen la “carta de aguas” como si fuera la de jamones ibéricos. Agua embotellada a partir de 70 euros el litro, y así hasta los 400. Alguien comentó si había gente que podía beber esa agua, a la vez que llegaban noticias de que los afectados por el terremoto de Perú se morían de sed. Se hizo el silencio en la tertulia, hasta que alguien dijo, “sin comentarios”. El mundo, -se me ocurre-, es demasiado cruel como para comprenderlo en sus entrañas; y si lo comprendes, te preguntas cómo podemos admitir y, sobre todo, soportar desigualdades tan extremas. Luego, alguien dijo que quizá nosotros mismos vivíamos bien, por tener un buen trabajo en el proceso de comercialización de esas aguas. Es verdad. Pero, la cuestión sigue en pie, ¿cómo tantos pueden soportar desigualdades tan extremas? Bienvenidos al nuevo curso.
Anteayer la noticia era que había muerto Paco Umbral. Paco Umbral era un escritor “curioso”. La gente lo conocíamos más por la televisión que por sus escritos en la prensa y por sus libros. Paco Umbral escribía muy bien. Hablo de sus columnas en el periódico. Jugaba con las palabras y construía metáforas llenas de chispa e ironía. Paco Umbral era más bien conservador, ¡allá él!, y no decía gran cosa, ¡sé que muchos no me perdonarán este juicio! Sinceramente, me parece que sus columnas tenían más belleza y chispa, que profundidad. No es un delito hacer esto. Decir las cosas con poesía y belleza es quizá el mayor de los dones literarios. Por eso Paco Umbral era un escritor de primera que hacía análisis de segunda. Todo no se puede tener en la vida. Nos gustan este tipo de escritores que juegan con las palabras con destreza inigualable. Escriben de maravilla; les perdonamos que a menudo simplifiquen las cosas.
La semana también ha sido la de la conmoción por la muerte en directo de Antonio Puerta, el joven futbolista del Sevilla. Me llamó la atención la queja de un trabajador de la construcción. Su compañero había muerto aplastado en el hueco de un ascensor y se preguntaba si era una muerte menos digna de compasión. Es duro comparar las muertes. Decimos que todas las muertes son iguales, pero las reacciones sociales no lo son. Las muertes tienen también su rango simbólico; el futbolista es un héroe moderno fallecido en el templo del estadio, en pleno culto a los dioses de la ciudad y a los colores de la tribu. Es una muerte casi sagrada. Como cuando hay un atentado terrorista: nos desazona la muerte porque la entendemos real y simbólica a la vez. Nos están diciendo: en él estáis todos los demás. El obrero, en cambio, es un ser humano que muere anónimo en un trabajo arriesgado, que otros seres anónimos harán en su lugar. A los que lo conocen y aman, les resulta insoportable nuestro silencio; y tienen razón, deberíamos plantearnos esta barbarie compartida.
Otra cosa me llamó la atención esta semana. Dicen que en los restaurantes de lujo te ofrecen la “carta de aguas” como si fuera la de jamones ibéricos. Agua embotellada a partir de 70 euros el litro, y así hasta los 400. Alguien comentó si había gente que podía beber esa agua, a la vez que llegaban noticias de que los afectados por el terremoto de Perú se morían de sed. Se hizo el silencio en la tertulia, hasta que alguien dijo, “sin comentarios”. El mundo, -se me ocurre-, es demasiado cruel como para comprenderlo en sus entrañas; y si lo comprendes, te preguntas cómo podemos admitir y, sobre todo, soportar desigualdades tan extremas. Luego, alguien dijo que quizá nosotros mismos vivíamos bien, por tener un buen trabajo en el proceso de comercialización de esas aguas. Es verdad. Pero, la cuestión sigue en pie, ¿cómo tantos pueden soportar desigualdades tan extremas? Bienvenidos al nuevo curso.