Perdono, pero me dolerá para siempre. ("Cuidados paliativos").

Escucho una referencia del Arzobispo Emérito, D. Fernando Sebastián, en su Sermón de las Siete Palabras, (Valladolid-2008), a los “cuidados paliativos” y medito una experiencia personal que por pudor me he callado siempre, pero que me duele sobremanera. Decía D. Fernando, "Jesús no tuvo cuidados paliativos pero su muerte fue absolutamente digna, porque la miró cara a cara, con confianza, porque la aceptó con amor, porque la vivió descansando en los brazos del Padre Celestial".

Es cierto lo que dice, pero ¿a cuento de qué esa referencia a los cuidados paliativos admitidos por la moral cristiana como algo que nos humaniza y es bueno? O es, ¿qué está pensando en que de los cuidados paliativos se salta sin solución de continuidad a la eutanasia activa? O, no quería decir ni una cosa ni otra, y entonces, ¿por qué enreda? ¿Por qué no se controla ante experiencias de otros que a esos “otros” las viven como insoportables? ¿Por qué compara el asesinato de Jesús con la muerte digna de un ser querido en la cama? Estamos llenos de sospechas morales, concluyo, y se nos cuelan por todas partes. ¡Qué pena!

Decía que tengo una experiencia de éstas y que por pudor siempre me he callado. Un familiar para mí queridísimo murió hace diez años como consecuencia de un cáncer muy agresivo y doloroso. En el hospital donde le trataron no había “unidad de dolor”, pero la terapia incluía desde luego “opiáceos”. Ese familiar era un hombre duro y con una vida hecha de sacrificio en el campo de sol a sol. Como fuera que el dolor lo vencía, y permanecía plenamente consciente, reclamaba con lágrimas en los ojos que le calmáramos en su dolor. Los hijos nos desvivíamos por el hospital queriendo convencer a los médicos de que hicieran lo que estuviese en sus manos para lograrlo.

Y, ¿qué ocurría? La jefa de enfermería, una religiosa, con una mala cara que espero que Dios no se lo tome en cuenta, nos respondía “gritando” que ellos hacían lo que debían; que el enfermo era un quejica; que no le podían doler tanto; que ellos sabían bien lo que duele o no un cáncer de vejiga; que si era creyente, como era, bien podía ofrecer su sacrificio como sufrimiento redentor al de Cristo. Y ¿qué decía el médico? Como fuera que eran las Navidades, veíamos al médico de “pascuas a ramos”; más veces a alguno de guardia y desinformado, que al titular, y la respuesta corriente ésta: “el responsable médico ha dejado escrito que éste es su tratamiento. Debemos esperar a su vuelta de vacaciones para informarle”. Su vuelta era una semana después, y su respuesta, ¡cuando la había y condescendía!, “no puedo en conciencia ir más allá. Tiene que ser así. Hay enfermos a los que la medicina no puede calmarles el dolor. Así son las cosas”. El buen hombre apelaba a su conciencia católicamente formada. Creo que era de la Obra. Lo seguimos viendo de “pascuas a ramos”. Era Navidad, y supongo que el titular, este médico, tenía sus derechos. Firmaba el tratamiento, y otros cinco días sin saber de su persona. Las Navidades son muy largas cuando acompañas la agonía de un ser muy querido.

Al final mi queridísimo familiar murió en aquel hospital. Por supuesto, sólo estaba el médico de guardia. Un joven que encogía los hombros cuando le preguntábamos por qué obraban así y decía, “se lo dicen a él; pero no hay derecho”. Mi queridísimo familiar murió a las 10 de la mañana, y todavía a las 9, la enfermera jefe, “religiosa”, le dijo delante de mí, “usted se queja demasiado y lo que tiene que hacer es desayunar”. No pudo tragar la leche y una hora después murió. Nunca más vi al médico titular, el de la “conciencia moral católica”.

Alguien me dirá que por qué no hicimos más. Tiene razón. Fuimos tan respetuosos que abusaron de nosotros. Si me toca hoy, no volvería a ocurrir, aunque tenga que intervenir el “Fiscal General del Estado”. Pero ya es demasiado tarde. Aprendí para otros casos, pues la vida por desgracia vuelve, que educados sí, pero firmes y con los derechos por delante, sea quien sea el interlocutor médico. Y su conciencia, la respeto, pero que se quite de en medio; que celebre las Navidades tranquilo, pero que deje vivir a otros.

Todo esto me lo recuerda el hecho de que D. Fernando Sebastián ande con juegos teológicos a la hora de referirse a “los cuidados paliativos” de alguien. Y podéis imaginaros cómo me siento cuando, al sacerdote u obispo de turno, le escucho alguna ligereza sobre “los cuidados paliativos”. Sólo pienso, ¡qué no te toque!, o ¡perdónalos, porque no saben lo dicen!

Mi queridísimo familiar murió, y como vivió y murió creyendo, como un hombre de bien, sé que hoy también es su Pascua. Amén. Feliz Pascua a todos.
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