Rajoy y la inmigración. ¿Éstos son los católicos?
(Mis disculpas al escribir de este tema, a esta hora. Ignoraba el asesinato de Isaías Carrasco a manos del terrorismo etarra. Mi más radical condena moral y política de ETA, y mi mayor abrazo a la familia de Isaías).
No he seguido la campaña electoral con cuidado y mimo. Hace treinta años no me hubiera perdido un detalle, pero, hoy, ya no es cosa. Sólo la he mirado de soslayo o como se sigue una música de fondo que te acompaña sin que pierdas la concentración.
Y no es que esté desencantado o de vuelta de la polis y sus debates; no, mi espíritu aguanta bien el tirón de estos tiempos; fui, si se me permite la confesión personal, algo escéptico con veinte años y esa práctica te hace rocoso cuando tienes muchos más. Alguna vez he pensado de dónde procede esta habilidad para no caer en fáciles entusiasmos ideológicos, y se lo atribuyo a ser hijo de “labrador”. La gente del campo tiene siempre un algo de “sabiduría pesimista” de la que te impregnas desde la niñez. Desde niño lo has oído: “Buena cosecha, ¿no?”. Bueno, -respondían- ya veremos. Eso al final. O el tiempo, ¿buen tiempo, no? Bueno, según para qué. O “buen precio, ¿eh? Respuesta, “pero, poca cosecha”. O, “mucha cosecha”, ¿eh? “Pero, mal precio” o “han subido los abonos”. Siempre había un “pero” para no decir, “muy bien”, “verdad”, “perfecto”. Y sigue siendo así.
Pero me he ido del tema. Termina la campaña electoral y apenas la he seguido. Ni siquiera los dos debates. No pude. Cuidaba yo a un familiar anciano y enfermo, y mientras me pedía esto o lo otro, algo oía de fondo con normal curiosidad. Y reconozco que las referencias a los inmigrantes me resultaron duras y dolorosas. Si digo que la insistencia de Rajoy en el tema me despertaba una extrema desazón, ya he provocado en quien esto lea una u otra opinión sobre mis simpatías políticas, y hasta probablemente, abandone aquí el texto. “Ya sé de qué lado está, para qué seguir”. Pero tampoco es eso. Allá cada cual. Ni me importaría. Sé que mis lectores son inteligentes y muy libres para seguir.
No me desazonaba la reflexión de Rajoy por lo que decía de un “contrato de integración”. No tenía una idea clara sobre cómo funciona esto y qué significa. Parece ser que la Francia de Sarkozy está en ello. Era consciente de que sus palabras tenían una finalidad electoral: captar el voto del miedo a los inmigrantes entre los trabajadores nacionales con trabajos más precarios. No se me escapa que Zapatero buscaba lo contrario, asegurar a estos mismos trabajadores que no hay tal peligro y que las cosas se han hecho en inmigración razonablemente bien. Reconocía que era un hecho social a debatir, aclarar, aceptar críticas y mejorar. Cosa difícil en plena campaña, pero que está ahí. He dicho un “hecho social”, no un “problema social”. No quiero prejuzgar.
Lo que yo no podía entender es que Rajoy hablara con aquel desparpajo de los inmigrantes y diera por hecho que sus votantes, los españoles que le apoyan, aceptarían con naturalidad que no quieren verse “dificultados” en sus derechos por el ejercicio de “los derechos” de estos otros seres humanos. Yo entendía que criticara la entrada masiva y desordenada de inmigrantes, si así lo estima y puede probarlo. Pero en realidad terminada diciendo que “inmigración sí, pero sin problemas para nosotros ni dificultades en los servicios públicos”, los que corresponden a “nuestros derechos”.
Claro, yo decía, pues está insinuando que inmigrantes, sí, los necesarios, mientras lo sean y sin esfuerzo para nosotros. Yo pensaba, ¿y éstos son los que se confiesan “católicos” a título personal? Y, ¿éstos son los que salen en defensa de los valores morales de la gran tradición cristiana? Y ¿éstos son los que “la gente” ve “prefigurados” en la Nota de la Comisión Permanente de la CEE? (No, no, los Obispos aquel día estoy seguro de que sentían pena e indignación). Y ¿éstos son los que reclaman el derecho absoluto de los padres a la educación moral de los hijos y a la fundación de instituciones educativas por miedo al estado laico? ¿Con qué valores?
Sé que era un debate electoral y que, si habláramos con él, Rajoy, matizaría sus palabras e intenciones, pero aquello sonaba cruel, cruel, cruel. De Zapatero, ya se han dicho muchas cosas, en este tema. Ya me las recordarán Ustedes. Pero aquello sonaba, cruel. Desde el punto de vista teórico y moral, cruel; y desde el punto de vista práctico, también. Una emigrante es la que había cuidado de mi madre cuatro horas por la mañana; ella la había mimado y aseado; inmigrantes han recogido nuestra cosecha en el campo los últimos diez años; inmigrantes han hecho el almacén que nuestro trabajo ha requerido; inmigrantes por todos lados, imprescindibles. Y con derechos, claro.
Termino, sé que lo de Rajoy significaba “inmigración ordenada”, pero no lo decía tal cual; no lo explicaba; sólo se le oía, “yo me ocupo de usted que tiene miedo, yo, yo, yo, …. Nosotros, nosotros, nosotros”. No me extraña que Juan Manuel de Prada, poco sospechoso de socialista, haya escrito que “ese discurso suena (un tanto) agrio e inhumano, y no vendría mal que ese discurso se atemperase con una veta de humanismo cristiano”. Sólo, ¿“un tanto”? Y claro, no me sorprende la demagogia de Zapatero al caso, cuando en Canarias ha dicho, que “los del PP tratan a los inmigrantes como mercancías y luego van a misa y comulgan”. Demagogia, sí, pero es lo que hay.
Ahora vendrán los análisis realistas y lo que sí podemos o no hacer, el paro que se avecina, pero el discurso de Rajoy en estos temas fue cruel y la Iglesia no podría admitirlo nunca. Un saludo.
No he seguido la campaña electoral con cuidado y mimo. Hace treinta años no me hubiera perdido un detalle, pero, hoy, ya no es cosa. Sólo la he mirado de soslayo o como se sigue una música de fondo que te acompaña sin que pierdas la concentración.
Y no es que esté desencantado o de vuelta de la polis y sus debates; no, mi espíritu aguanta bien el tirón de estos tiempos; fui, si se me permite la confesión personal, algo escéptico con veinte años y esa práctica te hace rocoso cuando tienes muchos más. Alguna vez he pensado de dónde procede esta habilidad para no caer en fáciles entusiasmos ideológicos, y se lo atribuyo a ser hijo de “labrador”. La gente del campo tiene siempre un algo de “sabiduría pesimista” de la que te impregnas desde la niñez. Desde niño lo has oído: “Buena cosecha, ¿no?”. Bueno, -respondían- ya veremos. Eso al final. O el tiempo, ¿buen tiempo, no? Bueno, según para qué. O “buen precio, ¿eh? Respuesta, “pero, poca cosecha”. O, “mucha cosecha”, ¿eh? “Pero, mal precio” o “han subido los abonos”. Siempre había un “pero” para no decir, “muy bien”, “verdad”, “perfecto”. Y sigue siendo así.
Pero me he ido del tema. Termina la campaña electoral y apenas la he seguido. Ni siquiera los dos debates. No pude. Cuidaba yo a un familiar anciano y enfermo, y mientras me pedía esto o lo otro, algo oía de fondo con normal curiosidad. Y reconozco que las referencias a los inmigrantes me resultaron duras y dolorosas. Si digo que la insistencia de Rajoy en el tema me despertaba una extrema desazón, ya he provocado en quien esto lea una u otra opinión sobre mis simpatías políticas, y hasta probablemente, abandone aquí el texto. “Ya sé de qué lado está, para qué seguir”. Pero tampoco es eso. Allá cada cual. Ni me importaría. Sé que mis lectores son inteligentes y muy libres para seguir.
No me desazonaba la reflexión de Rajoy por lo que decía de un “contrato de integración”. No tenía una idea clara sobre cómo funciona esto y qué significa. Parece ser que la Francia de Sarkozy está en ello. Era consciente de que sus palabras tenían una finalidad electoral: captar el voto del miedo a los inmigrantes entre los trabajadores nacionales con trabajos más precarios. No se me escapa que Zapatero buscaba lo contrario, asegurar a estos mismos trabajadores que no hay tal peligro y que las cosas se han hecho en inmigración razonablemente bien. Reconocía que era un hecho social a debatir, aclarar, aceptar críticas y mejorar. Cosa difícil en plena campaña, pero que está ahí. He dicho un “hecho social”, no un “problema social”. No quiero prejuzgar.
Lo que yo no podía entender es que Rajoy hablara con aquel desparpajo de los inmigrantes y diera por hecho que sus votantes, los españoles que le apoyan, aceptarían con naturalidad que no quieren verse “dificultados” en sus derechos por el ejercicio de “los derechos” de estos otros seres humanos. Yo entendía que criticara la entrada masiva y desordenada de inmigrantes, si así lo estima y puede probarlo. Pero en realidad terminada diciendo que “inmigración sí, pero sin problemas para nosotros ni dificultades en los servicios públicos”, los que corresponden a “nuestros derechos”.
Claro, yo decía, pues está insinuando que inmigrantes, sí, los necesarios, mientras lo sean y sin esfuerzo para nosotros. Yo pensaba, ¿y éstos son los que se confiesan “católicos” a título personal? Y, ¿éstos son los que salen en defensa de los valores morales de la gran tradición cristiana? Y ¿éstos son los que “la gente” ve “prefigurados” en la Nota de la Comisión Permanente de la CEE? (No, no, los Obispos aquel día estoy seguro de que sentían pena e indignación). Y ¿éstos son los que reclaman el derecho absoluto de los padres a la educación moral de los hijos y a la fundación de instituciones educativas por miedo al estado laico? ¿Con qué valores?
Sé que era un debate electoral y que, si habláramos con él, Rajoy, matizaría sus palabras e intenciones, pero aquello sonaba cruel, cruel, cruel. De Zapatero, ya se han dicho muchas cosas, en este tema. Ya me las recordarán Ustedes. Pero aquello sonaba, cruel. Desde el punto de vista teórico y moral, cruel; y desde el punto de vista práctico, también. Una emigrante es la que había cuidado de mi madre cuatro horas por la mañana; ella la había mimado y aseado; inmigrantes han recogido nuestra cosecha en el campo los últimos diez años; inmigrantes han hecho el almacén que nuestro trabajo ha requerido; inmigrantes por todos lados, imprescindibles. Y con derechos, claro.
Termino, sé que lo de Rajoy significaba “inmigración ordenada”, pero no lo decía tal cual; no lo explicaba; sólo se le oía, “yo me ocupo de usted que tiene miedo, yo, yo, yo, …. Nosotros, nosotros, nosotros”. No me extraña que Juan Manuel de Prada, poco sospechoso de socialista, haya escrito que “ese discurso suena (un tanto) agrio e inhumano, y no vendría mal que ese discurso se atemperase con una veta de humanismo cristiano”. Sólo, ¿“un tanto”? Y claro, no me sorprende la demagogia de Zapatero al caso, cuando en Canarias ha dicho, que “los del PP tratan a los inmigrantes como mercancías y luego van a misa y comulgan”. Demagogia, sí, pero es lo que hay.
Ahora vendrán los análisis realistas y lo que sí podemos o no hacer, el paro que se avecina, pero el discurso de Rajoy en estos temas fue cruel y la Iglesia no podría admitirlo nunca. Un saludo.