La crisis no es un tema. Hablamos de víctimas y, por tanto, de un deber moral.
El grupo Mondragón ha urgido a sus 260 empresas asociadas a que tomen medidas «sin dilación» para afrontar una crisis económica que «durará años». Para ello, les ha hecho llegar un duro catálogo de medidas que podemos resumir en esta máxima: “no vamos a salir de la crisis haciendo lo mismo de siempre y del mismo modo. Ni cerrando los ojos y esperando a que escampe. Hay que cortar por lo sano, antes de que el mal se extienda”.
Esto mismo, cortar por lo sano, antes de que el mal les afecte, es lo que ha decidido Mercedes en mi ciudad, o Michelín, y las demás empresas que proponen sucesivos “eres”. Cortan por lo sano antes de que el mal les afecte. Si les digo que lo entiendo, ustedes se enfadarán, pero es así, y lo que queda es negociar a tope esos expedientes de regulación de empleo. Éste sería mi consejo. Porque lo otro, la convicción de que “ellos” cuando les va bien, no avisan y reparten, es cierto, pero también es verdad esta pregunta, ¿dónde está la lucha social cuando todo va bien? Ahora es demasiado tarde para las batallas frontales.
De todos modos, esto de que la crisis exige medidas audaces, es una idea que no resulta nueva. Yo recuerdo que, en los años noventa, ya se decía que para salir de aquella crisis no había que “hacer más de lo mismo”, sino “más de otras cosas y con procedimientos ahorradores de mano de obra y energía”. Después, hubo otra máxima o eslogan que ha explicado muchas cosas hasta el presente. Era ésta: “recuerde usted que en algún lugar del mundo, siempre hay alguien dispuesto a hacer su trabajo por menos dinero”. Sumando ambas tesis, una cosa me quedó clara. Se trataba, y pregunto si no se trata de nuevo, de que el capitalismo en los países centrales y, ahora, con nuevos aspirantes, se recompone para asegurarse su tasa de beneficio; y cuando el beneficio tiene que venir de la economía real, porque las fuentes de la economía especulativa (algunas) han quedado resecas, ¡de momento!, el dinero no repara en las personas, sino en dónde y cómo puede asegurarse una reproducción más ventajosa.
En palabras más sencillas, dónde y cómo ganar más. Claro está, en cuanto se reordene el sistema financiero y dé oportunidades especulativas nuevas, y a ello se sume la reconversión de la economía real con merma de costes y flexibilidad laboral, otra vez arrancará “el más de lo mismo, y casi para los mismos”.
Yo quisiera concluir recordando que en aquella crisis de los noventa también pasamos mucho miedo. Esto no significa quitar hierro a las cosas, pero sí decir que no es el fin del mundo. Vivimos un mundo muy mediático, y lo que no se puede decir como “hundimiento”, “debacle”, o “desplome”, no es noticia. Todo lo que decimos y oímos va precedido del ya, es decir, “la crisis ya alcanza…”, “el paro ya suma …”. Es el abuso del “ya”. Si no hay un “ya alcanza”, no hay noticia. El miedo y la desconfianza conviven juntos. Pero no vayamos contra el mensajero. La crisis es bien real. Ahora bien, salir de las crisis, se sale, pero ¿se sale mejor, algo mejor de como se entra? Ahora me refiero a ese “algo”.
La cuestión principal de una crisis no es si se sale, ¡siempre se da con una salida!, sino quiénes y cuántas son las víctimas, y qué es de ellas hasta que se sale, y cómo las atiende la sociedad, y si hay oportunidades para ellas en la siguiente salida. Esto es lo primero, la cuestión de las víctimas, antes, durante y después de la crisis.
Y segunda gran cuestión, la cuestión del modo, del nuevo modo de vida que nos permite salir de una crisis, y que hasta el presente, en todos los caminos que “los poderes sociales” nos “proponen”, es más de lo mismo, igual de consumista y de insostenible para la tierra, igual de limitado a pocos e igual de ciego para el futuro! Y de esto también hay que hablar, de si aspiramos a dar un paso serio por el bien de todos. No estoy hablando de arreglar el mundo para siempre, ¡el cielo en la tierra!, pero sí de encarar sus límites con inteligencia moral y política, y con justicia social. Si doblamos el Cabo de Hornos, ya está todo arreglado por un tiempo, y no es así, no es así.
Y, por fin, si me permiten un apunte más concreto, hoy el pacto social en una sociedad como las nuestras, exige la ejemplaridad inigualable de la administración pública en todos sus estamentos y servicios, y de los sindicatos. Por supuesto, que el capital tiene mayor responsabilidad si cabe, pero hablo de ejemplaridad social.
Yo creo que ellos deben implicarse a tope en un pacto social ante la crisis; ella y los sindicatos deben liderar ese pacto social necesario contra la crisis; y ellos deben poner ya sobre la mesa su aportación primera y creíble, en su propio ámbito de trabajo: congelación salarial, a partir de un nivel, por ejemplo, contrato fijo y tres veces el salario mínimo interprofesional (600 euros). He aquí una propuesta solidaria y que les daría credibilidad en la conducción de un pacto social exigente con los demás y más justo.
Esto mismo, cortar por lo sano, antes de que el mal les afecte, es lo que ha decidido Mercedes en mi ciudad, o Michelín, y las demás empresas que proponen sucesivos “eres”. Cortan por lo sano antes de que el mal les afecte. Si les digo que lo entiendo, ustedes se enfadarán, pero es así, y lo que queda es negociar a tope esos expedientes de regulación de empleo. Éste sería mi consejo. Porque lo otro, la convicción de que “ellos” cuando les va bien, no avisan y reparten, es cierto, pero también es verdad esta pregunta, ¿dónde está la lucha social cuando todo va bien? Ahora es demasiado tarde para las batallas frontales.
De todos modos, esto de que la crisis exige medidas audaces, es una idea que no resulta nueva. Yo recuerdo que, en los años noventa, ya se decía que para salir de aquella crisis no había que “hacer más de lo mismo”, sino “más de otras cosas y con procedimientos ahorradores de mano de obra y energía”. Después, hubo otra máxima o eslogan que ha explicado muchas cosas hasta el presente. Era ésta: “recuerde usted que en algún lugar del mundo, siempre hay alguien dispuesto a hacer su trabajo por menos dinero”. Sumando ambas tesis, una cosa me quedó clara. Se trataba, y pregunto si no se trata de nuevo, de que el capitalismo en los países centrales y, ahora, con nuevos aspirantes, se recompone para asegurarse su tasa de beneficio; y cuando el beneficio tiene que venir de la economía real, porque las fuentes de la economía especulativa (algunas) han quedado resecas, ¡de momento!, el dinero no repara en las personas, sino en dónde y cómo puede asegurarse una reproducción más ventajosa.
En palabras más sencillas, dónde y cómo ganar más. Claro está, en cuanto se reordene el sistema financiero y dé oportunidades especulativas nuevas, y a ello se sume la reconversión de la economía real con merma de costes y flexibilidad laboral, otra vez arrancará “el más de lo mismo, y casi para los mismos”.
Yo quisiera concluir recordando que en aquella crisis de los noventa también pasamos mucho miedo. Esto no significa quitar hierro a las cosas, pero sí decir que no es el fin del mundo. Vivimos un mundo muy mediático, y lo que no se puede decir como “hundimiento”, “debacle”, o “desplome”, no es noticia. Todo lo que decimos y oímos va precedido del ya, es decir, “la crisis ya alcanza…”, “el paro ya suma …”. Es el abuso del “ya”. Si no hay un “ya alcanza”, no hay noticia. El miedo y la desconfianza conviven juntos. Pero no vayamos contra el mensajero. La crisis es bien real. Ahora bien, salir de las crisis, se sale, pero ¿se sale mejor, algo mejor de como se entra? Ahora me refiero a ese “algo”.
La cuestión principal de una crisis no es si se sale, ¡siempre se da con una salida!, sino quiénes y cuántas son las víctimas, y qué es de ellas hasta que se sale, y cómo las atiende la sociedad, y si hay oportunidades para ellas en la siguiente salida. Esto es lo primero, la cuestión de las víctimas, antes, durante y después de la crisis.
Y segunda gran cuestión, la cuestión del modo, del nuevo modo de vida que nos permite salir de una crisis, y que hasta el presente, en todos los caminos que “los poderes sociales” nos “proponen”, es más de lo mismo, igual de consumista y de insostenible para la tierra, igual de limitado a pocos e igual de ciego para el futuro! Y de esto también hay que hablar, de si aspiramos a dar un paso serio por el bien de todos. No estoy hablando de arreglar el mundo para siempre, ¡el cielo en la tierra!, pero sí de encarar sus límites con inteligencia moral y política, y con justicia social. Si doblamos el Cabo de Hornos, ya está todo arreglado por un tiempo, y no es así, no es así.
Y, por fin, si me permiten un apunte más concreto, hoy el pacto social en una sociedad como las nuestras, exige la ejemplaridad inigualable de la administración pública en todos sus estamentos y servicios, y de los sindicatos. Por supuesto, que el capital tiene mayor responsabilidad si cabe, pero hablo de ejemplaridad social.
Yo creo que ellos deben implicarse a tope en un pacto social ante la crisis; ella y los sindicatos deben liderar ese pacto social necesario contra la crisis; y ellos deben poner ya sobre la mesa su aportación primera y creíble, en su propio ámbito de trabajo: congelación salarial, a partir de un nivel, por ejemplo, contrato fijo y tres veces el salario mínimo interprofesional (600 euros). He aquí una propuesta solidaria y que les daría credibilidad en la conducción de un pacto social exigente con los demás y más justo.