De los deportes. Casi un divertimento.
Prácticamente nunca escribo de deportes. Ahora que varios equipos nuestros (de fútbol y baloncesto, sobre todo) están ahí, pendiendo de un hilo para el triunfo o el fracaso más absoluto, y con una Olimpiada a mediados del verano, me ha venido a la memoria todo este mundo lleno de vida y algo loco.
Casi no sigo los deportes como espectador. Hace años sí. De chico no me perdía una retransmisión deportiva. Pero ahora, no. Alguna etapa de montaña en el ciclismo y poco más. Sé que llega una Olimpiada, pero no la atiendo. Pero tampoco desprecio los deportes. Hay un momento de la vida, en la de algunos, que te empiezas a cansar de ese mundo y lo dejas de lado. Pero siempre escucho y releo por encima los resultados de éste y de aquél. Por eso sé que nuestros equipos de fútbol están a punto del ascenso a la gloria, uno, y descenso a los infiernos, el otro. Voy a pensar que cada uno logrará su objetivo. Lo deseo de verdad. Y me importa. Ya ven qué contradicción, no veo un solo deporte y me importan los resultados.
Yo a los deportes profesionales en general les pongo un pero. Primero, de naturales no tienen nada. Ponen al límite la resistencia natural del ser humano y, hay tanto dinero de por medio, a menudo, que se prestan a barbaridades físicas y síquicas.
El otro aspecto que me produce mayor incomodidad es la reacción descontrolada, casi violenta, que tantas veces acompaña a la hinchada. Yo no creo que la gente consuma deportes como “el opio del pueblo”, engañado, sino que en los deportes nos sale algo muy primitivo que hay en nosotros, en unos más que otros, y que tiene toda la pinta de la guerra por otros medios. Seguramente no podemos vivir sin esos escenarios que sustituyen a la violencia en cuanto tal. El pelo de la dehesa será siempre inevitable. Pero podemos controlarnos. Somos inteligentes.
Del deporte en general me gustan muchos valores, que están ahí, y que sería tonto no reconocer. Espíritu de superación en los que compiten e identificación moral en los que los animan. El problema es que el deporte, bastantes deportes, han entrado de manera absoluta en el terreno del mercado puro y duro. Personas, directivos e instituciones obedecen a la ley del dinero relativamente fácil, mal gestionado a menudo, desproporcionado en cuanto a la relación tipo de trabajo y salario, lleno de “egos” insufribles, y sin más miras que ganar, ganar y ganar como sea. En los “egos”, faltos de equilibrio, en el “mercadeo de estrellas” y en el “ganar como sea”, comienza la ruina de todo.
Como no soy un ingenuo, sé que algo de esto es inevitable. Lo que me molesta es que considero el mundo de los deportes, de los más exitosos, un mundo sin autocrítica. Le falta tomar conciencia de su valía, reconocerse en su verdadera dimensión dentro de las urgencias humanas. Así, un seleccionador nacional puede dirigir muy bien un equipo, pero hablando es un desastre sin paliativos. Debe estar callado. Narrar una competición requiere maestría, pero si hay manuales de estilo al hablar, los periodistas deportivos no pueden cometer los mismos fallos mil veces. Lázaro Carreter, en El dardo en la palabra, les reclamó varios cambios de estilo, pues como si les dijeran “misa”. (Yo también me equivoco, desde luego). Un directivo puede tener apetencias de fama social, pero no puede pensar que la Presidencia de un equipo es el equivalente de un cargo político por elección popular. Y así, mil ejemplos. Falta autocrítica, y sobran “egos”.
Vuelvo a nuestros equipos, a los de mi ciudad, y Usted vuelva a los suyos. Especialmente, el fútbol y el baloncesto, para qué engañarse. Son importantes porque dan renombre a la ciudad. Es así, hay que reconocerlo. Fortalecen la autoestima de todos. Atraen visitas. Despiertan ilusiones. Colocan la ciudad en el mapa. Ganan para ella el respeto de los foráneos. Y alegran la vida de casi todos. Pues eso, con autocrítica y sentido de la diferencia social entre lo urgente y lo importante, aúpa los nuestros.
Casi no sigo los deportes como espectador. Hace años sí. De chico no me perdía una retransmisión deportiva. Pero ahora, no. Alguna etapa de montaña en el ciclismo y poco más. Sé que llega una Olimpiada, pero no la atiendo. Pero tampoco desprecio los deportes. Hay un momento de la vida, en la de algunos, que te empiezas a cansar de ese mundo y lo dejas de lado. Pero siempre escucho y releo por encima los resultados de éste y de aquél. Por eso sé que nuestros equipos de fútbol están a punto del ascenso a la gloria, uno, y descenso a los infiernos, el otro. Voy a pensar que cada uno logrará su objetivo. Lo deseo de verdad. Y me importa. Ya ven qué contradicción, no veo un solo deporte y me importan los resultados.
Yo a los deportes profesionales en general les pongo un pero. Primero, de naturales no tienen nada. Ponen al límite la resistencia natural del ser humano y, hay tanto dinero de por medio, a menudo, que se prestan a barbaridades físicas y síquicas.
El otro aspecto que me produce mayor incomodidad es la reacción descontrolada, casi violenta, que tantas veces acompaña a la hinchada. Yo no creo que la gente consuma deportes como “el opio del pueblo”, engañado, sino que en los deportes nos sale algo muy primitivo que hay en nosotros, en unos más que otros, y que tiene toda la pinta de la guerra por otros medios. Seguramente no podemos vivir sin esos escenarios que sustituyen a la violencia en cuanto tal. El pelo de la dehesa será siempre inevitable. Pero podemos controlarnos. Somos inteligentes.
Del deporte en general me gustan muchos valores, que están ahí, y que sería tonto no reconocer. Espíritu de superación en los que compiten e identificación moral en los que los animan. El problema es que el deporte, bastantes deportes, han entrado de manera absoluta en el terreno del mercado puro y duro. Personas, directivos e instituciones obedecen a la ley del dinero relativamente fácil, mal gestionado a menudo, desproporcionado en cuanto a la relación tipo de trabajo y salario, lleno de “egos” insufribles, y sin más miras que ganar, ganar y ganar como sea. En los “egos”, faltos de equilibrio, en el “mercadeo de estrellas” y en el “ganar como sea”, comienza la ruina de todo.
Como no soy un ingenuo, sé que algo de esto es inevitable. Lo que me molesta es que considero el mundo de los deportes, de los más exitosos, un mundo sin autocrítica. Le falta tomar conciencia de su valía, reconocerse en su verdadera dimensión dentro de las urgencias humanas. Así, un seleccionador nacional puede dirigir muy bien un equipo, pero hablando es un desastre sin paliativos. Debe estar callado. Narrar una competición requiere maestría, pero si hay manuales de estilo al hablar, los periodistas deportivos no pueden cometer los mismos fallos mil veces. Lázaro Carreter, en El dardo en la palabra, les reclamó varios cambios de estilo, pues como si les dijeran “misa”. (Yo también me equivoco, desde luego). Un directivo puede tener apetencias de fama social, pero no puede pensar que la Presidencia de un equipo es el equivalente de un cargo político por elección popular. Y así, mil ejemplos. Falta autocrítica, y sobran “egos”.
Vuelvo a nuestros equipos, a los de mi ciudad, y Usted vuelva a los suyos. Especialmente, el fútbol y el baloncesto, para qué engañarse. Son importantes porque dan renombre a la ciudad. Es así, hay que reconocerlo. Fortalecen la autoestima de todos. Atraen visitas. Despiertan ilusiones. Colocan la ciudad en el mapa. Ganan para ella el respeto de los foráneos. Y alegran la vida de casi todos. Pues eso, con autocrítica y sentido de la diferencia social entre lo urgente y lo importante, aúpa los nuestros.